Era un domingo de diciembre, del invierno de 2007, a la hora de la comida, cuando de pronto sonó el teléfono. “¿Señor, me permite tomar una llamada? Una persona quiere hablar con usted”. Era el entonces regidor primero del ayuntamiento de Xalapa, Miguel Ángel Macías Parra. Dejé de comer. Le respondí que sí. Entonces, para sorpresa mía, escuché la voz del otro lado.
Era el presidente municipal Ricardo Ahued Bardahuil. Nunca había cruzado palabra con él, aunque lo conocía porque como periodista había seguido su actuación. Me comentó que estaba departiendo en su rancho con su familia, con sus colaboradores, con los ediles y con algunos invitados. Era prácticamente la despedida del cargo porque estaba a punto de entregar la administración municipal.
Me dijo que quería pedirme un favor, que le concediera unos minutos, que no colgara, que estaba hablando ante un micrófono y todos estaban escuchando lo que me decía y porque en ese momento iba a leer el contenido de la “Prosa aprisa” que había publicado tres días antes en el semanario Punto y Aparte, un jueves, en realidad una “Carta a Ahued” que le dirigí en forma pública.
Estuve de acuerdo y él lo hizo. Cuando concluyó me dijo muchas cosas, en agradecimiento, que ahora no vienen al caso. Quince años después la recupero casi en su totalidad porque refleja muy bien la actuación que está teniendo de nuevo como primera autoridad de la capital de Veracruz, lo que en mi caso no me sorprende. Va el texto de entonces:
“Señor don Ricardo Ahued Bardahuil:
Que recuerde, prácticamente todos los alcaldes de Xalapa, con su excepción, han sido políticos de carrera –algunos en realidad simples ‘grillos’, pero han andado en la chorcha– o han estado ligados a políticos por cuyas influencias llegaron, o bien directamente por su relación cercana al gobernador en turno.
Algunos, don Ricardo, simple y sencillamente se convirtieron en unas rémoras de los gobernadores, otros se dedicaron a llevársela de muertito, unos más se distinguieron por su ineptitud que, ya se ha dicho, es otra forma de corrupción; hubo uno que casi enloqueció y un día fue a depositar la basura pública a la entrada del Palacio de Gobierno devolviendo así la atención y consideración que había tenido para con él el gobernador; alguno no escapó a la tentación de ponerle el nombre de un familiar suyo a una calle y de comprar terrenos y mandar a urbanizar el área, a punto de entregar el mandato; otros no resistieron la tentación de formar sus constructoras y, de esa forma, autoasignarse obras; algunos, varios, sabe usted, llegaron a llevarse lo que pudieron, a hacer negocios personales y a saquear el erario y se hicieron de edificios que por las calles de Xalapa se pueden ver y permanecen como monumentos a la corrupción, de ranchos o de otros patrimonios, con el dinero de nuestros impuestos. Hubo excepciones en cuanto a lo anterior pero no en su trato o en su comportamiento personal. Pero, se lo digo sinceramente, nadie como usted.
Recuerdo cuando nos visitó como candidato en nuestra colonia, la 2 de Abril. Llegó como un simple ciudadano. Nos reunimos los vecinos en el patio de la casa del señor Manuel Forzán, ¿lo recuerda? Ahí, sin alharaca, sin estrado ni presídium, sin micrófono, sin presentador oficial, sin ‘ayudantes’, sin mitin, con palabras sencillas, nos pidió nuestro voto; fundamentó su petición en su programa de trabajo, que nos explicó; nos dijo que no nos iba a fallar, que usted no se pensaba ir de aquí cuando terminara su gestión y que, en última instancia, sabíamos bien dónde encontrarlo, esto en clara alusión a que si tendríamos que hacerle algún reclamo sabríamos que lo podríamos encontrar en cualquiera ‘Casa Ahued’, sus negocios.
Señor: usted nos ha cumplido. No hay reclamo. Trabajó bien, a secas (para qué querer adornar las cosas cuando están bien hechas). Gobernó sin estridencias. Nunca perdió su sencillez ni su trato respetuoso y cordial. Nunca supimos que actuara con prepotencia, altanería o majadería; nunca lo vimos con algún convoy de vehículos obstruyendo la circulación normal. Nunca supimos que llegara a trabajar todavía borracho o ‘crudo’ o con aliento alcohólico. Nadie lo vio jamás de ostentoso ni rodeado de ‘guaruras’, ni lo hace, teniendo, usted sí, por sus negocios, capital qué presumir. Fue respetuoso con la prensa. Su esposa, señor, nunca fue motivo de ningún acto de protagonismo, ni siquiera en grado de tentativa; es más, casi pasó inadvertida al haber decidido no involucrarse en su trabajo y haber optado por quedarse al lado de sus hijos, lo que le evitó, de paso, ¡qué fortuna para ustedes dos!, las lágrimas de cocodrilo que hemos visto en otras ‘primeras damas’ de municipios al rendir sus informes. Nunca supimos, don Ricardo, que anduviera usted en el extranjero paseando a costa del erario municipal tomando como pretexto la cosa pública. Su familia –ni usted– nunca cayó en el elitismo que dan el poder económico y el poder político (un día, un pequeño de mi familia me sorprendió cuando me platicó que había ido ‘al rancho de Ahued’. Sorprendido le pregunté a qué. Me dijo que a jugar fútbol, porque eran compañeros de equipo con el hijo del presidente municipal. Le bromee, que tan chiquito ya tuviera amistades importantes, pero el hecho me habló claramente de que los Ahued no hacían distinción) (ese pequeño era un hijo mío, preciso ahora).
Sin ser político de carrera, señor, fue usted y es usted más político que muchos que se dicen políticos. Supo conducirse con la propiedad y la sensibilidad política que exige presidir la capital del estado, la sede donde radica el titular del Poder Ejecutivo. En varias giras de trabajo por la ciudad vi cómo lo trataba la gente de las colonias: bien. Le confieso que he extrañado, durante los tres años en que gobernó Xalapa, las protestas y demandas frente al palacio municipal de comerciantes ambulantes, solicitantes de vivienda y vecinos de colonias.
Pero fíjese, don Ricardo, me pongo de pie, me quito el sombrero y le aplaudo porque se va usted con el reconocimiento de los xalapeños, sin haber saqueado el erario, sin yate nuevo, sin una mansión ostentosa que dé pie a sospechas de que se clavó la lana, sin ninguna mácula de haber querido hacer negocios personales de última hora, a escondidas, para beneficiarse personalmente o para beneficiar a sus familiares, amigos, compadres, parientes o cómplices, sin haber querido vender, a resultas de una mala administración, terrenos o bienes del municipio para reponer lo que se malgastó, sin haber entregado subrepticiamente, ya para irse, licencias para bares, salones, restaurantes, negocios de cadenas comerciales, casas de juego, cambios de usos de suelo, sin haber pretendido alquilar, a un precio irrisorio y por muchos años, para beneficiar a una persona cercana a un primo suyo, alguna parte del palacio municipal para poner un bar. Mis respetos, señor, porque no sale usted en medio del escándalo público, sino con una imagen limpia y, no obstante, no está pensando, desde ya, en ser próximo candidato a diputado federal.
Señor Ahued: cuán satisfecho se debe sentir de haber demostrado que no todos los empresarios llegados al poder son abusivos y unos pillos, porque dignificó a su gremio. Los comerciantes y empresarios xalapeños, y seguramente de todo el estado, se deben sentir orgullosos de usted.
Don Ricardo: le agradezco que haya contendido por la presidencia municipal de Xalapa, que haya demostrado a priistas y no priistas que se puede atravesar el pantano de la política sin mancharse el plumaje; no se imagina cuánto le reconozco que con su actuación haya demostrado que a veces no se necesitan títulos universitarios ni honoríficos ni posgrados académicos sino solo ganas de trabajar, honestidad, sentido común, amor por el lugar donde uno vive, para gobernar y gobernar bien. Sabe, sin andar echándoselas de nada, usted es la imagen de la clase política para el nuevo Veracruz. Usted, don Ricardo, ha desmentido y hecho añicos el señalamiento de que para gobernar Veracruz y en Veracruz hay que ser pendenciero, fantoche, bravucón, ‘bragao’, entrón, o sea, haciendo uso de la fuerza. Fíjese que el ciudadano quiere a personas, a políticos, como usted porque ya está, ya estamos cansados de los políticos mentirosos, marrulleros, transas, rateros, demagogos, abusivos, prepotentes, falsos. Estoy seguro que la próxima vez que compita no va a obtener los 70 mil votos de hace tres años, sino seguramente, por lo menos, 100 mil.
Por eso, por todo eso, señor don Ricardo Ahued Bardahuil, permítame ponerme de pie, quitarme el sombrero y brindarle un fuerte, mi más caluroso aplauso. Qué Dios lo colme de bendiciones a usted y a su familia. Y muchas gracias por servirnos”.
Hoy, desde que asumió el cargo para un nuevo mandato, por el ritmo de trabajo que lleva y los resultados que está ofreciendo, acaso en su primer semestre iguale y hasta rebase lo que durante cuatro años hizo su antecesor Hipólito Rodríguez Herrero, de triste memoria. Ya lo iremos comentando.