Libertad bajo salud.

Cada mes, cada día, cada hora, cada minuto y cada segundo muere alguien. Y eso lo sabemos no porque lo hayamos escuchado o visto en los noticieros, sino porque toda persona que está viva en estos momentos partirá de este mundo en cualquier instante. Y aunque no sabemos de qué forma ocurrirá esto ni en nosotros ni en nadie más, hoy tenemos la oportunidad de disfrutar de nuestra existencia al máximo, al ritmo que nos plazca y que nos toque experimentar, con la palabra gracias en los labios por todo y en todo, sin pretextos para no vivir, y mucho menos, estar a la expectativa de partir.

Fue apenas hace casi dos años, el tercer mes del 2020, cuando comenzó la denominada pandemia en México, ya que en otras partes del mundo inició meses antes. Los medios de comunicación se atiborraron de esquelas, menciones de condolencias, noticias sobre hospitalizaciones de figuras públicas o personajes destacados, y comerciales de funerarias.

El miedo a la enfermedad de Covid 19 empezó a desplegarse a tal grado que en los hogares mexicanos se empezaron a sugerir muchos remedios y cuidados caseros, así como medicamentos tomados a la ligera, en busca de proteger a las familias: el dióxido de cloro, la ivermectina, la cúrcuma, entre algunos de ellos. Esto fue antes de que comenzaran  a desfilar los nombres de las variadas vacunas y su respectiva aplicación.

Y luego se habló públicamente acerca de la segunda y tercera ola de Covid, después de la cuarta. Actualmente, se mencionan las variantes ómicron, IHU, la flurona (infección que mezcla influenza y Covid 19 de manera simultánea), y de última hora se menciona Deltacron (la combinación de Delta y ómicron). Pero, ¿a qué nos lleva todo esto?, ¿a vivir escondidos detrás de la mascarilla, mientras llega el final de nuestra vida…?, ¿a preocuparnos de más hasta enfermar de depresión, ansiedad, o algún otro padecimiento crónico o terminal, y no precisamente de Covid 19?

Las estadísticas de incidencia y fallecimientos por Covid 19 o por alguna de sus variantes, resultan alarmantes. Tan sólo hasta el pasado 6 de enero, México superaba los cuatro millones de casos confirmados y 299 mil 805 defunciones, según se difundió a nivel nacional por parte del noticiero de Carmen Aristégui. Sí, estadísticamente, mucha gente ha muerto, Hay quienes hemos perdido familiares directos, y otros, han sufrido la pérdida de amistades o conocidos. Pero, ¿acáso, esto no ha sucedido  siempre?

En realidad, las defunciones suceden a diario en el mundo, la diferencia es que en antaño no se les daba tanta difusión en los medios de comunicación y a través de las redes. El internet ha revolucionado al mundo no sólo en los avances tecnológicos sino en el impacto informativo.

La gente no sólo está muriendo de Covid 19 y sus variantes, sino también de cáncer, infartos, diabetes, y VIH, entre otros. De hecho, la principal causa de muerte tanto en el 2020 y 2021 fueron las enfermedades del corazón, según datos del INEGI.

El fácil acceso a la internet nos permite enterarnos de los decesos con inmediatez, a diferencia de hace más de 50 años cuando el fallecimiento de alguien lo sabíamos por haber sido cercano a nosotros o por conocer a alguno de sus parientes. En muy pocas ocasiones, a través de un medio masivo de comunicación.

Y sí, existen muchas maneras de morir, pero lo cierto es que el constante bombardeo mediático y de redes puede llegar a sugestionarnos hasta enfermar de verdad, y no precisamente de Covid 19 o de alguna de sus variantes, sino de cualquier otro padecimiento similar, o que médicamente lo diagnostiquen como una consecuencia o secuela del coronavirus, aún y cuando haya personas que a lo largo de su vida presentaron escalonadamente síntomas de una enfermedad crónica por la cual finalmente fallecieron.

¿Qué alternativa nos queda ante esta pandemia súper difundida mundialmente? Vivir, sin miedo y sin ansiedad. Y hay que buscar estar sanos no sólo físicamente, sino también en el contenido de nuestra mente, en la calidad de nuestros pensamientos, en nuestro tipo de emociones y sentimientos; así como en nuestra relación con Dios y nuestra vida espiritual. Y que El Señor nos ampare.

 

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