A menos de treinta días de concluir este año de 2021, a todos nos queda realizarnos una pregunta obligada: ¿todavía me queda por saldar alguna deuda?, y no estoy hablando precisamente de cuentas por pagar a algún banco, del crédito hipotecario o del préstamo a alguna institución financiera, sino de la relación que perdiste por algún malentendido, o porque sentiste que te causaron daño o te hirieron, ¿cuántas palabras de perdón tienes pendientes de pronunciar?, ¿a cuántas personas…?
No, no estoy diciéndote que forzosamente tendrás que reanudar ese noviazgo fallido o esa amistad desleal una vez que pidas perdón y se disipe ese desacuerdo o se cierre la herida, simplemente se trata de cumplir con el compromiso de estar en paz con todos, y no dejar ese tipo de pendientes ni cargas en nuestra conciencia, de las que algunas seguramente ya acumularon años o sino al menos varios meses.
Sí, ya sé que me puedes argumentar que ¡tú no tuviste la culpa, sino que fuiste la víctima! Entonces, ¿cómo es que siquiera se me ocurre sugerirte que le pidas perdón a esa persona, que no quieres ni encontrártela incidentalmente, y mucho menos verla a la cara. –Es que yo no sabía que lo iba a tomar así…o que se iba a comportar de esa manera…Nunca imaginé que me fuera a decir eso…–. Tu mente ha comenzado en estos momentos a revivir alguna de esas historias…
Pero, para perdonar, solo tienes que decidirlo firmemente y expresarlo en forma verbal. Sí, como lo estás leyendo ahora. Y es que en todo tipo de relación interpersonal somos juez y parte, porque una misma situación es considerada por cada persona involucrada desde su propia perspectiva. Pensamos y analizamos los acontecimientos con base en lo que vivimos desde nuestra niñez: el ejemplo que vimos en nuestros padres, la escuela a la que asistimos, el tipo de amigas o amigos que tuvimos, la región en la que nacimos o crecimos, así como nuestras creencias y costumbres.
Cada persona tiene una o más razones para hacer o decir algo, así sea correcto o equivocado a nuestro parecer. Una gran mayoría de los internos de los centros penitenciarios sostienen que “ellos no tuvieron la culpa al hacer lo que hicieron”. Es más, “algunos se consideran víctimas de los sucesos”. De hecho, una vez en prisión, todo se convierte en decir lo más conveniente para volver a obtener su libertad en el menor tiempo posible.
Existe un comportamiento denominado “el dilema del prisionero” en el que dos sospechosos al ser interrogados por separado, tienen la opción de confesar para minimizar la pérdida de su libertad, pero si uno de ellos, confiando en la cooperación del otro, confiesa y el otro no, puede ser que quede en libertad el que confesó y encierren al que no.
Si cada quien no tuviera sus propios motivos que dan origen a determinado punto de vista, un mismo abogado no podría llevar y defender el caso de una persona que argumenta haber sido violada; y por otra parte, llevar y defender el caso de un hombre acusado de homicidio.
Se nos puede ir gran parte de nuestra vida tratando de averiguar o determinar quién es culpable o inocente en cierto asunto en el que formamos parte, o en el que al menos fuimos testigos, pero que de alguna forma no hemos podido perdonar. Y mientras tanto, le dejamos de hablar a esa persona aún y cuando nos la topemos seguido, o pusimos tierra de por medio, o le guardamos rencor aún en nuestros recuerdos.
Si queremos perdonar a alguien debemos dejar ir el dolor que nos ocasionaron las palabras o acciones de parte de esa persona. Independientemente de que nos haya hecho sentir de esa manera, o de que hayamos sido nosotros quienes causamos alguna herida, en forma consciente o inconsciente. Se trata de perdonarnos a nosotros mismos y a los demás, pidiéndoles perdón por la ofensa o daño que les podamos haber hecho.
La decisión es sólo nuestra. Y es que si optamos por no perdonar y guardar resentimiento o ira hacia cierta persona, debido a alguna causa “justificada” ante nuestros ojos, esa misma condición conforme dejamos que el tiempo transcurra pudiera manifestarse a través de alguna enfermedad o trastorno emocional, a pesar de que pudimos haberlo evitado.
Si nos enfocamos en el ámbito espiritual, porque recordemos que para ser libres de la falta de perdón debemos serlo en mente, cuerpo y espíritu, Dios perdona nuestras pecados y culpas si realmente mostramos un genuino arrepentimiento delante de Él, pero ese mismo perdón tiene sentido si nosotros también logramos perdonar a quienes nos han hecho algún daño, que consideramos como tal.
¿Valdrá la pena esforzarse por perdonar a alguien? Resulta, que la acción de perdonar nos regala una mente saludable, y relaciones interpersonales más sanas; además de que mejora nuestra salud física y emocional, mediante una presión arterial más baja, menos estrés, menos hostilidad y menos ansiedad.
De igual forma, existe una libertad que nos concede el perdonar o el pedir perdón, y también el perdonarnos, sin importar a quién consideremos como culpable, que consiste en ser libres de toda culpa que nos traía cierta situación, y nos libera de las expectativas y la necesidad de ser perfectos.
¿Podrá ser conceder el perdón nuestro propósito para el 2022?