Galilea Montijo, Inés Gómez Mont, Ninel Conde, La Barbie, El Chapo, tienen en común más de lo que podríamos imaginar, pero su principal nexo comienza con la fama, existe cierta fascinación por la vida de las celebridades que hace que de inmediato desperdiguemos todo lo que sabemos sobre su vida, aún sin saber si los hechos son del todo ciertos.
Me parece fascinante y digno de estudio que más personas sepan del caso de Inés Gómez Mont que de otros acontecimientos con mayor relevancia y sobre todo que gran parte de medios de comunicación aprovechen para hablar de su colección de bolsas, sus amistades y vida farandulesca, en lugar de analizar por qué es actualmente prófuga de la justicia.
Al hacer el ejercicio de googlear el nombre de la conductora se toparán con titulares que hablan de sus navidades de lujo, la colección de bolsas, sus fiestas y demás banalidades, pero pocos hacen un análisis profundo de los negocios y vínculos por los cuáles hoy se le acusa de lavado de dinero y evasión de impuestos. Su caso no es el único.
Hoy también es tema de conversación Galilea Montijo y otras actrices por su vida de lujos, los vínculos que puedan tener con el narcotráfico y todo esto vende no por sus historias, sino por tratarse de figuras públicas. La historia es menos atractiva cuando se trata de una persona común.
El problema inicia cuando además de interesarnos la historia queremos vivirla, desgraciadamente en muchas ocasiones no sabemos diferenciar de ficción y realidad, con el crecimiento exponencial de este tipo de narraciones, comenzamos también a aceptarlas como algo común e incluso a aprobarlas, sobre todo cuando sentimos cierta afinidad por los personajes involucrados, dejamos de juzgarles de manera objetiva.
Lo anterior ha pasado en múltiples ocasiones donde incluso los narcotraficantes ya son considerados héroes nacionales, los asesinos se vuelven figuras públicas por su belleza como fue hace años con Ted Bundy y en el caso de las actrices hasta justificamos sus actos ilícitos bajo historias de amor.
La vida de personas famosas nos resulta tan atractiva que basta ver cualquier puesto de revistas para comprobarlo, preguntar cuál es la impresión más vendida y descubriremos que seguramente es aquella que trae todos los chismes de la farándula. ¿Por qué sentimos tal fascinación? Es algo inherente a nuestro instinto de supervivencia, en los primates las jerarquías sociales surgen por dominación, pero en nuestra era esto va más ligado al prestigio.
Poco a poco cuando alguien se vuelve famoso, también aumenta su probabilidad de ser un referente, y como seres humanos siempre tenemos la necesidad de pertenecer, al grado de que incluso podemos llegar a adaptar estilos de vida de otras figuras sin darnos cuenta, como su lenguaje, la vestimenta, etc.
Por ende, utilizar a figuras públicas para promocionar productos, hacer campañas e incluso como distractores siempre resulta funcional. Aunque nos consideremos con un intelecto superior, estas historias siempre llegarán a nosotros. ¿cómo podemos evitarlo? Dejemos de dar el poder de la fama a figuras cuyo ejemplo no es el mejor para nuestro entorno, basta de admirar a alguien por su fortuna sin considerar si esta la hizo a base de sangre y corrupción, basta de creer que el valor de una persona está en sus posesiones o seguidores y hagamos populares a verdaderos modelos de vida.
La fama, el poder y el dinero siempre serán el fin de mucha gente, pero al final del día descubriremos que lo que todos estamos cazando realmente es un atisbo de felicidad y esa no se encuentra con sólo seguir de cerca la vida de los demás. Comencemos a juzgar a los personajes de nuestro entorno por su impacto positivo, su generosidad, empatía y acciones que verdaderamente trasciendan para un bienestar colectivo. Sólo así las futuras generaciones tendrán mejores ejemplos y dejaremos de normalizar los actos de corrupción y caos que surgen día a día en nuestro entorno.