Camino un 25 de noviembre por el centro de la ciudad, hago énfasis en la fecha porque es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y el comienzo de 16 días de activismo que proponen concientización a través de diversas actividades, la mayoría de estas se enfoca en portar un color como el naranja, que es el oficial de la campaña o incluso morado. Sin embargo, seguimos sin atender de raíz el verdadero problema: la violencia. Mientras recorro un callejón en pleno corazón de la ciudad, me topo con un hombre que de inmediato me grita todo tipo de improperios, acelero el paso porque noto que no hay una sola persona en todo el trayecto y lo que eran en realidad 100 metros me parece al instante una eternidad.
El hombre de inmediato empieza a tocarse mientras me grita y ahora ha comenzado a seguirme, acelero más el paso sin siquiera poder voltear para corroborar que se ha quedado en el tramo solitario. Mi corazón está acelerado del terror, es medio día, he llegado a la avenida principal, atascada de gente y aún así segundos atrás me sentí sumamente en peligro, mi historia es algo común, le ha ocurrido a infinidad de mujeres, lo sé porque en cuanto lo platiqué en mi oficina a todas les había pasado algo semejante en distintos puntos.
Hace menos de un mes leí el caso de un hombre que incluso eyaculó encima de una mujer en una fila de una farmacia, el agresor fue captado por las cámaras, pero logró huir sin mayor problema. Mi agresor ni siquiera sería buscado porque probablemente se trataba de un indigente y si intento poner una queja al respecto, la respuesta de las autoridades sería: No hay nada que podamos hacer. Aún así esta sigue siendo una historia menor, al compartirla la respuesta natural era recomendarme no estar sola o hasta preguntarme cómo vestía.
En México 9 de cada 10 mujeres son asesinadas al día, los atentados comienzan así, como algo que el común de la población considera leve. Entre las mujeres asesinadas al día, también hay menores de edad, niñas que fueron arrebatadas de sus padres o incluso que tuvieron que convivir con el agresor porque se trataba de un familiar.
Las calles de nuestro país serían el escenario perfecto para cualquier historia de terror, pues de 2015 a 2020 más de 700 niñas fueron asesinadas en la vía pública y 558 en sus viviendas. El feminicidio es una realidad latente, constante, que exige de manera urgente atención, respuestas y medidas constantes por parte de las autoridades, pero no es la única, también nos enfrentamos a delitos sexuales, a violación de derechos y muchos otros con un mismo origen.
El problema de raíz sigue siendo la violencia de género, el desinterés social ante cifras aterradoras y una constante desigualdad de género. Nuestra cultura es tan machista que, si en vez de caminar sola me hubiera acompañado un hombre, tengo la certeza de que el depravado con el que me cruce sólo habría agachado la cabeza.
Pero de nada me sirve que me digan que debo ir acompañada, vestir diferente o las palabras de consuelo, porque sé que sigo expuesta, igual que cada una de las mujeres en mi país. Si un callejón en pleno centro es un punto de peligro, también lo es el hogar donde un hombre gritaba a su pareja, lo es la escuela donde un estudiante atacó a su compañera, la parada del camión a altas horas de la noche, cualquier espacio público o privado es el escenario perfecto de un crimen si su población no es atendida, si las leyes no castigan.
Las pautas a seguir para verdaderamente atacar el problema las conocemos de antaño: promover marcos normativos integrales, fortalecer las instituciones, etc., para que entonces la ley pueda ser más justa, pero entonces nos topamos con la equidad, al día de hoy la ley sigue siendo en su mayoría controlada por los hombres, ¿cómo podrían ellos entender una violencia que no sufren?, sin duda hemos avanzado, pero el camino es largo y apenas hemos dado uno o dos pasos. Necesitamos profundizar más en el tema, entenderlo y poner los reflectores sobre estos datos e historias incómodas, porque México no es naranja, se pinta día con día del rojo de la sangre de sus mujeres.