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¿DUELO HASTA MORIR…?

by Doria Ortiz

Superar la muerte de un ser querido se ha convertido en un asunto cada vez más recurrente en estos días. Sobre todo si se considera que durante el periodo de enero de 2020 a marzo de 2021 hubo 52.9 por ciento más muertes de las esperadas; de las que aún se desconoce con exactitud cuántas fueron por Covid 19, según información proporcionada por del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) hasta agosto de este año.

Pero, ¿cuánto tiempo y de qué forma debemos guardarle luto a esas personas amadas que partieron de este mundo?, sobre todo, si el fallecimiento de esos seres queridos son causa de depresión profunda, suicidio y enfermedades psicosomáticas en muchos de quienes sufrieron esas irreparables pérdidas.

En México el suicidio es considerado como la segunda causa de fallecimientos, pues al año mueren por este motivo alrededor de un millón de personas, es decir, que cada día hay en promedio casi 3 mil personas que ponen fin a su vida, principalmente por desamor, problemas familiares y económicos; según estudios realizados por la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio (IASP).

Mientras que los casos de depresión también se han agravado, pues en nuestro país 15 de cada 100 habitantes está deprimido, lo cual podría ser mayor porque algunas personas jamás han sido diagnosticadas y viven hasta 15 años sin saber que tienen esta afección, que se manifiesta a través de nostalgia profunda, de acuerdo con la Dirección General de Divulgación de la Ciencia (DGDC) de la UNAM.

Aunque no se sabe con precisión si todas esas personas que se deprimieron o se quitaron la vida en forma drástica fue principalmente por el deceso de algún familiar o ser amado, puesto que muchas veces esto es multifactorial, lo que sí podemos asegurar es que para nadie está siendo fácil acostumbrarse o continuar con su vida tras esas fatales ausencias.

Al parecer, a muchos se nos había olvidado cuán vulnerables somos a perder la vida en cualquier instante y de forma inesperada, lo cual escapa de nuestro control; y también llegamos a considerar que nuestra gente amada permanecería eternamente a nuestro lado. Sí, lloramos esos decesos,  a veces mucho más, o mucho menos de lo que esperábamos, y nos duele el alma y sentimos que no podemos deshacernos de ese dolor.

Algunos se refugian en los recuerdos bellos que dejó a su paso la existencia de sus allegados, otros casi enmudecen y se aíslan en busca de respuestas; y otros más, se enojan consigo mismos por esas ausencias repentinas, ya sea porque consideran que no aprovecharon lo suficiente el tiempo de convivencia con ellos, o por las conversaciones y asuntos inconclusos.

Sin duda, esto nos lleva a reflexionar sobre la importancia que tuvieron esas personas ausentes para nosotros, y acerca de nuestros sentimientos hacia ellas, pero igualmente, pudiéramos aprovechar este enfrentamiento con la muerte que se “robó” a seres insustituibles, para ser más auténticos, menos egoístas, más solidarios y realistas sobre el papel que desempeñamos en esta vida, lo que verdaderamente tiene valía y poner en orden nuestra lista de prioridades.

No podemos hacer nada para recuperar a quienes ya no están en este mundo, pero sí podemos buscar la manera de honrarlos, y no existe mejor forma que ponernos a pensar en cómo le gustaría a ese ser querido que falleció que nos encontráramos en estos momentos y lo que hiciéramos de nuestra vida: es la hora de recordar y retomar esos sabios consejos, aquellos enfocados a nuestro bienestar y felicidad.

Hay que amar y agradecer cada día por la vida que se nos presta, y aprovechar cada instante de la mejor manera. Tal vez, también sea el mejor momento para buscar de Dios y conseguir una sólida relación y comunicación con El. Si fue Dios quien nos creó y elaboró el mapa de nuestra existencia, ¿pudiera ser El quien nos ayude a consolarnos, repararnos y guiarnos, después de estas trágicas pérdidas?

No prolonguemos el duelo por los difuntos más allegados, hasta que el dolor sea tanto que nos enfermemos o queramos partir con ellos. Ellos ya cumplieron su misión. La nuestra es aferrarnos con fuerza a la vida, continuar, buscar, disfrutar, crecer, valorar y permanecer, hasta que nos toque el turno de partir también.

 

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