Facebook, Instagram y WhatsApp se recuperan de la peor caída total de su historia reciente, que afectó el pasado lunes 4 de octubre a sus servicios durante más de seis horas y que generó diversas reacciones entre su estratosférico número de usuarios. Al contrario que en otras ocasiones en que la plataforma sufrió caídas, esta vez las distintas aplicaciones y herramientas de la empresa de Mark Zuckerberg, fundador y director de Facebook, estuvieron completamente inaccesibles para los aproximadamente 3.500 millones de personas ―leyó usted bien-, aproximadamente la mitad de la población mundial que las utilizan.
Fueron horas angustiantes para muchos que se sentían aislados del mundo, desconectados de lo que les da muchas veces sentido a sus vidas. Muchas personas tuvieron que retornar a un tiempo que se creía superado, el del mundo analógico. Así, los mensajes de texto y las llamadas telefónicas recuperaron, aunque sea por unas horas, su anterior popularidad ante una sociedad que hoy depende de Internet prácticamente para sobrevivir.
Los memes que se crearon por la caída de las aplicaciones de Facebook se multiplicaron y se concentraron en Twitter, la plataforma donde millones de personas se refugiaron durante la jornada. El mensaje de la cuenta oficial de Twitter que decía “Hola literalmente a todo el mundo” obtuvo más de 500 mil retuiteos y más de dos millones y medio de likes. Incluso el mismo Zuckerberg debió utilizar a la plataforma del pajarito azul para ir informando a lo largo del día de los avances de su empresa en la resolución del problema.
Lo que es un hecho notable es que al colapso del conglomerado de redes perteneciente a Facebook, que le costó al dueño de la empresa perder la friolera de 6 mil millones de dólares y que en la bolsa de valores Facebook tuviera una caída de casi 5% en el valor de sus acciones, se suma el escándalo de los archivos filtrados por una ex empleada divulgados en la prensa de EE.UU y que revelan, entre otras cosas, el impacto negativo de Instagram entre los adolescentes, la forma en que Facebook prioriza las ganancias por encima de las supuestas políticas de respeto a la privacidad, la prohibición de difundir temas sensibles, entre otros asuntos.
Pero a mi juicio lo más relevante es que lo sucedido el pasado lunes 4 de octubre dejó al descubierto la dependencia que ha desarrollado el mundo hacia esas plataformas.
La reacción ante la caída de Facebook y las aplicaciones que la acompañan, la más prolongada desde que funcionan estos canales digitales de comunicación, fue diversa. Desde la desesperada descarga de nuevas aplicaciones para comunicarse que incluso saturaron e hicieron caer a otras como Telegram, hasta los mensajes pidiendo ayuda para encontrar vías alternativas de comunicación en la web.
Es una realidad que dependemos de las redes sociales para comunicarnos con la familia o con los amigos, pero fundamentalmente para trabajar, para informarnos, para hacer negocios, dar o recibir clases, para la comunicación gubernamental, entre muchos usos que le damos.
Por ello este fallo hizo patente lo que los especialistas advierten como el uso patológico del teléfono celular y que han catalogado como la “nomofobia”, un término acuñado para describir el miedo irracional a permanecer un intervalo de tiempo sin un dispositivo inteligente, lo que quedó demostrado con la caída de las redes sociales más populares, cuando las personas miraban y agarraban angustiados el celular a cada rato, sin otro tema de conversación que la imposibilidad de enviar un mensaje por WhatsApp.
Un tema para reflexionar, sin duda, el de la enorme dependencia a las redes sociales y el impacto de su funcionamiento en el mundo moderno.