La política –no estoy descubriendo el hijo negro, claro está– es de circunstancias, donde lo único seguro es que no hay nada seguro.
Ayer la zacatecana secretaría de Energía, Rocío Nahle, dio señales de que parece empezar a entenderlo.
Contra la seguridad que parecía venir mostrando de que será la próxima candidata de Morena (del presidente López Obrador) a la gubernatura en 2024, ahora se mostró ya cautelosa.
Declaró, en famoso café del puerto de Veracruz, que no se encarta pero que tampoco se descarta; esto es, sí, pero no, quién sabe, quizá, tal vez, posiblemente.
Por primera vez vi una declaración sensata suya, política, porque queriendo, dijo que por ahora se encuentra enfocada en su responsabilidad y que todavía hay mucho que hacer en materia energética.
Actuó como política, ahora sí. Dijo que por el momento lo primordial es que se aprueben las reformas presentadas por el presidente (la eléctrica, la electoral y que la Guardia Nacional quede bajo la tutela del Ejército).
Así es. Primero es lo primero. Si finalmente el PRI no le da a Morena los 57 votos (de los 71 que tiene) que necesita para tener mayoría calificada, necesarios para aprobar la reforma eléctrica, las cosas descompondrán el esquema previsto hasta ahora por el presidente y muchas cosas cambiarán.
Quién sabe si la señora ya se dio cuenta, pero es innegable que a partir del primer día de este mes comenzó la cuenta regresiva para el presidente, quien como buen político priista que es empezará a jugar de acuerdo a las circunstancias.
Quiere asegurar la permanencia de su partido en el poder, la continuidad de la transformación que inició, la fortaleza de la estructura de Morena, y sabe que para lograr todo ello debe ir jugando con el score, con el marcador y, en términos beisbolísticos, meter un buen relevo en la lomita de pitcheo para asegurar el triunfo si van ganando, o un buen bat emergente si ve que llevan perdido el juego.
La señora Nahle, asentada en el sur del estado, plaza beisbolística por tradición, debe saber bien que el manager juega de acuerdo a su estrategia y a cómo vaya el partido, manteniendo a la novena que inició en el campo o haciendo cambios.
Tal vez ya volvió la vista hacia el dugout (el banquillo, la caseta) y vio que hay otros jugadores de reserva por si hay necesidad de hacer cambios; ahí debió haber visto listos a Ricardo Ahued, a Manuel Huerta o a Sergio Gutiérrez, quien parece ser la revelación del momento.
Hace bien doña Rocío en meter freno, mostrarse cautelosa, reservada y decir que sí, pero qué quién sabe. Porque, además, está impedida por la Constitución local para aspirar al cargo ya que no es veracruzana, requisito sine que non para intentar suceder a Cuitláhuac García.
Y debe estar consciente de que Ahued y Huerta, y Sergio si crece y se posiciona, la barrerían en una encuesta real, porque sí son veracruzanos, sí despiertan simpatías entre el electorado, sí son conocidos y sí han empezado, con mucho éxito, a posicionarse mediáticamente.
Rocío corrigió ayer a su panegirista, el exdiputado federal Ricardo Exsome, quien aseguró, según él, que no ve “más que a Rocío Nahle que se merezca la candidatura”. No estés tan seguro, pareció decirle ayer con ese ni me encarto ni me descarto.
El presidente va a jugar con el score, con el marcador, como buen priista que es. De nuevo, en política lo único seguro es que no hay nada seguro.
Descuidan las formas y mandan al Gobernador a gayola
Las formas ¡hay!, las formas.
Quizá me he quedado en el pasado, cuando se cuidaban, al extremo, las formas en política, en cuanto tenían que ver con el gobernador del estado.
Tantos años en la función pública, siempre en el área de prensa, me enseñaron que, en una visita presidencial, salvo el presidente, nadie más estaba por encima del gobernador.
Me explico: en los espacios de los actos públicos, el presidente, por su investidura, siempre era el uno, y el gobernador, siempre, el dos. De ahí podía seguir Juan, Pedro, Lucas, Matías, etcétera.
El lunes, de pronto me llegó una fotografía que muestra una lancha cubierta (supongo que iba del malecón del puerto jarocho hacia el fuerte de San Juan de Ulúa), donde en primer plano se ve al presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Gutiérrez, ¡y atrás al gobernador Cuitláhuac García!
¡¿Cómo, me dije?! Tenía que haber sido al revés: adelante el gobernador y atrás Sergio. Me dejó claro que, o los ayudantes de Cuitláhuac no saben cómo es el protocolo o no les importa que lo ninguneen y lo manden atrás o a gayola.
En mi época (acaso soy solo un nostálgico), desde que se sabía que iba a venir el presidente, se planeaban los lugares que iba a ocupar el gobernador y se disponía personal para que con los elementos del Estado Mayor Presidencial se cuidara que nadie más los ocupara ni lo rebasara. Si había lugar, siempre se le ubicaba al lado del presidente, si no, solo un paso atrás. De ahí podían ir los que quisieran.
Parece detalle menor, pero no lo es. El gobernador no es cualquier hijo de vecindario. Tiene la representación de todo un pueblo y una alta investidura. Representa uno de los poderes del Estado y a todo un estado del país. Y cuando no defiende el sitio de honor que le corresponde, está permitiendo que le falten al respeto y exponiéndose a que cualquiera lo haga también.
Pero, ¡ay!, ellos son diferentes. De Sergio Gutiérrez debe reconocerse que es muy vivo. La semana pasada opacó mediáticamente al cuitlahuismo y ahora le robó cámara al gobernador. En un descuido, les va a robar hasta la candidatura a la gubernatura en 2024.
Están despidiendo personal
Todavía no se envía el nuevo Presupuesto de Egresos del gobierno del estado a la Cámara de Diputados local, pero están apretando ya, y fuerte, el cinturón lo mismo en la administración pública estatal que en el Congreso.
En la primera quincena de septiembre, al menos 150 personas fueron despedidas en el Congreso local, incluyendo asesores de los diputados; se tenían noticias que en la segunda quincena se iría otro tanto. En el gobierno hay un fuerte despido de trabajadores en la Secretaría de Salud y en la de Educación y ha trascendido que ahora irán también por las canonjías que tienen los sindicatos y sus dirigentes, varios de los cuales están convertidos hoy en millonarios abusando de los recursos públicos.