“La prudencia suele faltar cuando más se la necesita.” – Publio Siro.
Difícil abordar un tema como el feminismo, sobre todo cuando no se es miembro del género; como observador de los hechos sociales, políticos y económicos de México, imposible dejar pasar el tema, tras las manifestaciones y protestas realizadas por grupos de mujeres pro aborto en diversas plazas del país.
Intentamos comprender sus exigencias, sus demandas, más ahora, que el ser hombre en México pareciera ser sinónimo de “machista, autoritario, violador, agresor”.
Como nunca en la historia reciente del país, la lucha de las mujeres ha ganado cada vez más batallas y espacios, resultado de los cientos de años de opresión y avasallamiento masculino.
Pero independientemente de reconocer que sus logros por méritos propios, por su misma condición de mujeres, las hace ganadoras de nuestro respeto, creemos que como nunca estamos atravesando una frontera de la que posiblemente no se tenga retorno.
Esa frontera está llevando a la polarización y radicalización de visiones, por un lado, aquellas, que demandan la inmediata detención de la violencia radicalizada o recrudecida por la pandemia, que como jamás se tenga memoria ha cobrado la vida de millones de mujeres en el Mundo.
Basta señalar que esa lucha y esa demanda la compartimos millones de hombres, que consideramos imprescindible el garantizar sus derechos a la libertad y a la no violencia por condición de género, algo que en pleno Siglo XXI nos resulta abominable, tan solo el pensarlo.
Pero, por otro lado, está la circunstancia en la que aparentemente la indefensión por género vulnerase derechos y garantías de su contraparte masculina.
Hoy, como nunca, los varones están siendo presas de cualquier clase de acciones por el simple hecho de ser hombres, no dudamos de la veracidad de muchos de los dichos de las mujeres, pero usted coincidirá en que también muchos de los señalamientos obran en base a la venganza, el desquite, o a la simple satisfacción de decir “te dije que te iba a pesar”.
Así casos de sujetos acusados de intentos de violación o agresiones sufren del peso de todo el aparato responsable de la impartición de justicia, otros más, presos, señalados de supuestos delitos que jamás cometieron.
Hace algunos años conocí el caso de un joven a quien una mujer pretendió arruinarle la vida, hombre dedicado a las artes, bailarín de profesión, debió estar varios años preso por la imputación de su expareja.
Todo lo que la justicia le achaco resultó ser invento de una de esas mentes ruines, que simplemente por saberse protegida por la Ley, aprovechó el vacío legal y ejecutó su obra.
Acusado de violación, el joven, debió batallar con los malditos horrores que en prisión se viven por ser acusado de delitos de esa índole, aferrado a su fe y al abrazo de su familia logró salir de ese infierno e intentar rehacer su vida.
Cuando le conocí me pareció el tipo más decente y educado, sencillo, amable, disfrutaba tan solo de las cosas más simples que da la vida, un rayo de sol, la brisa de la mañana, el aire fresco del despertar.
El día que me atreví a preguntarle por tan difícil experiencia, él con una inmensa paz, me miró a los ojos y me dijo “ya todo está perdonado”.
Casos de este tipo existen por cientos en la cadena de justicia.
Así al observar a las hordas de mujeres que, vestidas de negro, con el rostro cubierto, gritando toda clase de consignas en contra de los hombres, destrozando lo que encuentran a su paso, si, habrán de tener un momento de inmensa paz y podrán decir: “ya todo está perdonado”.
Quizá es ilusorio pensarlo, quizá sea el deseo por acabar con esa polarización e intransigencia que nos está llevando a dividirnos como sociedad, lo cierto es que alguien tenía de expresar que es urgente el hacer un alto para reconocernos diferentes, pero no enemigos.
Toda sociedad que se jacte de serlo, sabe que sin el equilibrio entre mujeres y hombres su futuro está condenado, la autodestrucción que infringimos a nuestra comunidad es cada vez más honda.
Urge serenar el espíritu, bajar la guardia, y entender que necesitamos respetarnos en igualdad, sin menoscabo del otro, pues mientras más y más dejemos llevarnos por el odio y el resentimiento, el daño social será irreversible.
Al tiempo.
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