La autonomía no es ariete de presión ni permite a los universitarios quebrantar el marco de la ley, como tampoco autoriza a gobiernos y a otros grupos a desentenderse de la institución. La autonomía no es coartada de ausencia ni tampoco de indiferencia, implica la fidelidad a la misión académica que significa la difusión del saber y la cultura.
José Narro Robles
Exrector de la UNAM
Desde que las universidades públicas -o centro de educación superior-, fueron creadas en el mundo, fueron concebidas como sedes del saber, pero igualmente como fuentes invaluables de libertad de ideología, de pensamiento, de creación y de respeto comunitario.
Pero esa voluntad de hacerlas funcionar en la neutralidad, en el equilibrio de visiones, propuestas y acciones en beneficio colectivo, en muchos países y México no es la excepción, siempre se ha presentado complejo, -y en el presente más-, pues las tendencias políticas y sociales que caracterizan los gobiernos en turno, sabiéndose que son parte vital del financiamiento de estas, las condicionan en razón de las posibilidades económicas del estado y/o buscan atraerlas tendenciosamente para en el fondo controlarlas a su voluntad. Y es que la tentación es mucha, pues su capacidad numérica en población académica, administrativa y estudiantil, así como los recursos financieros con los que operan, les convierte en manjares apetitosos de rentabilidad política para cualquier gobierno o grupo con ambiciones mezquinas.
Y justamente por esas amenazas que estas instituciones enfrentan, el logro de la autonomía en ellas ha sido su escudo para poder defenderse.
En nuestro país, la consecución de la autonomía en las universidades públicas ha implicado esfuerzo y voluntad política para lograrla, y una vez conseguida ha permito generar mejores formas autodirectivas de organización interna, académica, administrativa y económica, y ello ha hecho fluir avances significativos para las mismas. Pero la historia en nuestro país nos dice también, que a muchas les llevó décadas el poder obtenerla y aunque algunas padecieron ese retraso, ello no impidió que lograran avances extraordinarios para estas y sus entidades. De ahí que el siglo XX, se significara como el siglo de las autonomías universitarias.
Estas proliferaron rápidamente y en ello tuvo mucho que ver, la visión de su comunidad universitaria y desde luego la voluntad de los gobiernos estatales y nacionales, que comulgaron con ese valor. Hagamos memoria.
En la década de los 20, se otorgó por primera vez la autonomía a una universidad mexicana, la primera, la Universidad Nacional Autónoma de México que la adquiriera en Julio de 1929. En la década de los 30, la asume la Universidad de Yucatán (Nov/1938). En la década de los 50, las siguientes: Universidad Autónoma del Estado de México (Mar/1956), Universidad Autónoma del Estado de Puebla (Nov/1956), Universidad Autónoma de Baja California (Feb/1957), Universidad Autónoma del Estado de Morelos (Nov/1957), Universidad Autónoma del Estado de Querétaro (Ene/1959), Universidad Autónoma del Estado de Zacatecas (Oct/1959).
En la década de los 60, lo logran: la Universidad Autónoma de Hidalgo (Feb/1961), Universidad Juárez del Estado de Durango (Abr/1962), Universidad de Colima (Ago/1962), Universidad Autónoma de Guerrero (Jul/1965), Universidad del Sudeste (Campeche, Cam.,-Ago/1965), Universidad Autónoma de Sinaloa (Dic/1965), Universidad Michoacana San Nicolas de Hidalgo (Dic/1966), Universidad Autónoma Juárez del Estado de Tabasco (Dic/1966), Universidad Autónoma de Tamaulipas (Mar/1967), Universidad Autónoma de Chihuahua ( Oct/1968), Universidad Autónoma de Nuevo León (Nov/1969).
En la década de los 70: Universidad Benito Juárez de Oaxaca (Oct/1971), Universidad de Sonora (Ago/1973), Universidad Autónoma de Ciudad Juárez Chihuahua (Oct/1973), Universidad Autónoma de Aguascalientes (Feb/1974), Universidad Autónoma de Chiapas (Sep/1974), Universidad Autónoma de Chapingo (Dic/1974), Universidad Autónoma Agraria “Antonio Narro” (Mar/1975 Saltillo Coah.), Universidad Autónoma del Estado de Coahuila (Abr/1975), Universidad Autónoma de Baja California Sur ( Dic/1975), Universidad Autónoma de Nayarit (Ene/1976), Universidad autónoma de Tlaxcala (Nov/1976). En la década de los 90: Universidad de Guanajuato (mayo/1994), Universidad de Guadalajara (1994), Universidad Veracruzana (Nov/1996). Y en la primera década del siglo XXI, en abril de 2001 la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, que nace con esa naturaleza.
En relación a nuestro estado, aunque la Universidad Veracruzana obtuvo su autonomía después de 52 años de existencia, tampoco se puede decir que el no tenerla, le haya impedido que cumpliera significativamente en sus fines y funciones sustantivas: la docencia, la investigación y la difusión de la cultura, y ello se puede observar en el avance que provocó la descentralización universitaria en la década de los 70 y 80 al extender su cobertura a 5 regiones del estado y con ello favorecer a la juventud veracruzana con el aumento de la matricula y desde luego con ello favorecer a los jóvenes, sus familias y la sociedad veracruzana en su conjunto. Y de ahí su consolidación en las siguientes décadas. Es decir, en los hechos nuestra universidad siempre fue apoyada por sus gobiernos estatal y federal -con o sin autonomía-, pero una vez lograda en 1996, sin duda pudo transitar con mayor confianza en su gobernanza y el desarrollo se vio reflejado en todos los rubros en los que hoy opera, desde luego, dentro de la corresponsabilidad compartida y el respeto mutuo, entre quienes la encabezan, la comunidad universitaria y el gobierno estatal y federal.
Pero volviendo al valor de la autonomía , sin duda, hay que reconocer que el poseerla es una ventaja, pues a las universidades les ha permitido el autogobierno- de jure y de facto -, y “eso se convierte, en el gran freno para apetitos inconvenientes, un antídoto para la búsqueda de intervención, y por eso tienen que ejercerse con todo el tiempo y con toda claridad y requiere de universitarios que tengan la capacidad, los valores y la capacidad de decir no, cuando sea necesario, porque no es bueno ni para la institución ni para la sociedad.” (Narro, J., 2019). [1]
Pero el gran debate nacional sigue siendo, los riesgos actuales para las autonomías universitarias. Y existen muchos temas sobre la mesa al respecto, pero uno de los más importantes es sin duda, su dependencia mayoritaria del financiamiento estatal y federal que rompe con el mito de que son absolutamente autónomas, porque ello es justamente lo que define su estatalidad, las relaciones entre estas y los gobiernos en turno. Desde esta perspectiva , la matriz relacional entre la estatalidad y las universidades se traduce en términos prácticos como una relación entre el financiamiento público estatal y la autonomía institucional, como el factor causal explicativo que permite identificar las diferentes épicas ( épica de las libertades, épica de las modernización y épica de los indicadores), como expresiones político-institucionales de tres grandes ciclos de transformaciones entre la retórica y las acciones , entre los imaginarios (lo ideal), y las prácticas autonómicas universitarias[2]. (Acosta, A. 2020)
Luego entonces, la estatalidad es algo insoslayable en las universidades públicas, razón de más de que se establezcan los mejores vínculos entre estos centros y la parte gubernamental, sin que ello implique claudicar en logros ya alcanzados, que no deben de eludirse por razones de cambios sexenales o de transiciones basadas en nuevas visiones ideológicas o políticas.
Todo ello obliga a pensar que la autonomía para una universidad no es un privilegio o atributo, sino que es una alta responsabilidad que asume derechos y obligaciones frente a los poderes del estado, y que, al dotarla de un poder particular, para instituirse y relacionarse, le exige como a cualquier otra dependencia gubernamental, cumplir con la obligación de la rendición de cuentas, estando sujeta a ser auditada, supervisada y evaluada por las entidades del Estado autorizadas para ello. Pero así mismo, su práctica autonómica debe ser respetada, al establecer sus límites para frenar intereses particulares que busquen disputarle ese poder, para sujetarla o restringirla. Y eso es justamente lo que se deberá cuidar, en todo tiempo y circunstancia, en el presente y futuro.
Finalmente, aprovecho para enviar una felicitación sincera a la comunidad de la Universidad Veracruzana, por haber cumplido el pasado 11 de septiembre 77 años de existencia y próximamente, el 30 de noviembre, sus 25 años de ser autónoma. Y para todos quienes hemos pasado por sus aulas, y/ o desempeñado cargos dentro de la misma, por el gran cariño que nos inspira, hacemos votos porque sea el respeto y la confianza la que prevalezca siempre al interior y al exterior de esta, que su autonomía sea también respetada por propios y extraños, y que sea ejercida de manera objetiva, racional e inteligentemente para que cumpla sus metas con creces y sea la sociedad en su conjunto, quien califique la institución, por los beneficios que obtenga de la labor profesional de sus egresados, mismos que siempre nos sentiremos orgullosos de habernos formado profesionalmente en una institución pública de educación superior, de alta calidad, como lo es la Universidad Veracruzana. Enhorabuena.
Gracias y hasta la próxima.
[1] Narro, J., (2019), Reflexiones sobre la Autonomía Universitaria; Conferencias en el marco de la Catedra Manuel Rodríguez Lapuente, Universidad de Guadalajara.
[2] Acosta, A., (2020) Autonomía Universitaria y Estatalidad, Scielo, Revista de Educación Superior, Vol. 49, no. 193, Instituto de Investigaciones de Políticas públicas y gobierno del CUCEA, Universidad de Guadalajara, Mex.