Fuera máscaras: el club de Toby en la Cámara de Diputados

Tuvieron que llegar muchas y tuvieron que ser feministas para que en el Congreso de la Unión –Senado y Cámara de Diputados incluida– se concretaran al fin los esfuerzos de muchos años de impulso a las leyes en materia de paridad y de violencia política que venían siendo empujadas desde tiempo atrás pero que no habían podido “pasar”, entre otras cosas, porque el tamiz de la Consejería Jurídica del sexenio anterior no las consideró pertinentes y ahí simplemente todo ese gran esfuerzo “se atoró”.

 

Y es que las reformas de 2019 que hicieron realidad la Paridad en Todo son la coronación en la ley de un proceso que busca que las mujeres puedan ocupar los mismos espacios de representación que los hombres, porque esa proporción se asemeja a la vida cotidiana –en la que en realidad somos más las mujeres que los hombres- y por tanto, los espacios de toma de decisiones deben estar integrados acorde con esa pluralidad.

 

Pero la Paridad estaba ya integrada a la Constitución como un principio desde 2014, en una reforma político-electoral que estableció la obligatoriedad de que los partidos garantizaran una integración igualitaria en sus candidaturas legislativas, tanto para las obtenidas por el principio de mayoría relativa como para las de representación proporcional, permitiendo a las autoridades electorales rechazar los registros de aquellos partidos que no cumplieren con este principio.

 

Sin embargo, lo que no hizo esa reforma fue establecer el método mediante el cual los partidos elegirían a esas candidatas, por lo que el proceso electoral inmediato –que fue el de 2015– evidenció que aunque si bien sí las postularon para la mitad de los cargos, las enviaron a los llamados “distritos perdedores”.

 

Estos espejismos disfrazados de paridad son una serie de trampas pensadas para seguir manteniendo el control político del poder “de a de veras”, como sucedió en el proceso de 2018, en el que nos llenamos de síndicas que encabezaban las planillas de hombres candidatos a las alcaldías, mismas que –por cierto– cuando llegaron al cargo, vivieron y siguen viviendo dosis muy altas de violencia política en todas sus manifestaciones.

 

Este es uno de los aspectos que fue subsanado con la nueva reforma de 2019, en la cual se establecen los llamados “bloques de competitividad” y se determinan las reglas para que la paridad sea horizontal y vertical, garantizando así la competencia electoral en municipios y distritos.

 

Pero las resistencias patriarcales para no ceder el poder son práctica común desde tiempos inmemoriales y hay que reconocer que tienen una muy alta capacidad de adaptación y de reinvención, porque cada que se imponen nuevas reglas, encuentran resquicios para filtrar una misoginia que no está dispuesta a ceder ni un ápice en lo que a su juicio les pertenece: el poder.

 

Así que aún no terminábamos de celebrar el gran logro que bocetaba una realidad política diferente, cuando de pronto se quiso ver que la aprobación paritaria contenía letras chiquitas que exceptuaban de su cumplimiento a los cargos unipersonales y entonces, vaya, hasta la Junta de Coordinación Política del Senado se pronunció, señalando que el INE no tenía facultades para determinar que también las candidaturas a las gubernaturas habían de ser paritarias.

 

Aunque los senadores –y atrás de ellos, sus partidos- hicieron una gran exhibición de que la misoginia no tiene límites, no estaría de más invitarles a que vayan asumiendo lo que parecería obvio: las candidaturas presidenciales para 2024 también deberán ser paritarias.

 

Así que nos fuimos a la elección de 2021 con el mayor número de candidaturas en disputa en toda la historia electoral del país, con la mitad de mujeres y de hombres como aspirantes y obtuvimos los resultados que – por cierto – en algunas latitudes aún no terminan de revisar.

 

Dado que se votó de manera directa por más hombres que mujeres en las diputaciones federales, las leyes aprobadas sirvieron para equilibrar la integración con las plurinominales, cumpliendo gracias a ello con la proporcionalidad paritaria que las nuevas reglas políticas demandan.

 

Pero todavía no terminábamos de ubicar a quienes serán nuestras nuevas aliadas para seguir adelante con el empuje de la agenda de los derechos humanos de las mujeres, cuando los partidos decidieron que todas las coordinaciones de las bancadas en San Lázaro…estén encabezadas por hombres.

 

Adiós paridad, fuera máscaras. Todo lo que en el discurso es mera verborrea cuando pronuncian sus vacuas frases de “somos un partido aliado de las mujeres”, “haremos de sus causas las nuestras”, aderezadas por moñitos naranjas y tuits que de tan falsos ofenden o dan risa, quedó rezagado y de nuevo el “Club de Toby” será el que tome las decisiones políticas en la que será la segunda Legislatura federal paritaria.

 

¿Qué quiere decir que solo hombres encabecen las bancadas? Pues que habrá una Junta de Coordinación Política con pura testosterona y sin el menor ápice de perspectiva de género para la toma de decisiones que impactan a más de la mitad de la población, pues serán ellos quienes definan los órdenes del día, los accesos a tribuna, las presentaciones de iniciativas y desde luego, sus aprobaciones.

 

Ahí es cuando la gran ola paritaria choca contra techos de cristal que habrá que derrumbar.

 

@MonicaMendozaM

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