Es verdaderamente patológica la obsesión del presidente Andrés Manuel López Obrador por exponer la salud y la vida de los mexicanos con tal de demostrar que aquí se hace su voluntad.
Es inentendible que, en medio de lo que se ha dado en calificar como la “tercera ola” de contagios de covid-19 en México, se empecine -en arrebatos de necedad cuasi senil- a que se retorne a las clases presenciales al inicio del próximo ciclo escolar, que arranca en la segunda quincena de agosto.
En las últimas 48 horas, la Secretaría de Salud ha reportado prácticamente 25 mil nuevos contagios del coronavirus SARS-CoV-2 a nivel nacional. Y si bien la letalidad ha disminuido considerablemente respecto de los dramáticos niveles que alcanzó en 2020, eso no quiere decir que no haya riesgo de muerte para quienes contraen el virus. En este mismo lapso, se registraron 463 defunciones en el país por la misma causa. Sin perder de vista que son números oficiales, que reflejan -con suerte- la mitad del volumen real de fallecimientos.
Así es que siguen pereciendo personas por la pandemia y no solamente de edad avanzada o con problemas de salud previos: la muerte también ha alcanzado a niños y jóvenes, a los que la insensatez presidencial pondría en mayor riesgo con un regreso a las aulas masivo, sin estrategia. A lo tonto -por decirlo amablemente-, como se acostumbran hacer las cosas en este gobierno.
Hasta el corte del 11 de julio, el Sistema de Protección Integral de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes reportó que desde el inicio de la pandemia se han contagiado 55 mil 157 menores y que habían fallecido 584. Datos que reflejan, valga precisarlo, solo los efectos de las primeras variantes del virus.
En estos momentos, con la tercera oleada de contagios en crecida, las autoridades sanitarias a nivel internacional alertan sobre la peligrosidad de nuevas versiones y mutaciones del coronavirus, más contagiosas y sobre las que no se sabe aún cuál es el efecto real que tienen las vacunas. Llamados que parece que no se escuchan en palacio nacional o que cuyo habitante minimiza, calificando el aumento acelerado de contagios de “pequeños brotes”.
Los caprichos presidenciales ya chocaron con pared hace no mucho, cuando en pleno periodo de campañas prácticamente obligaron a que se regresara a clases en estados como Campeche y algunas zonas de Veracruz. El resultado es conocido: más tardaron en abrir las escuelas que en volverlas a cerrar porque los niños se empezaron a enfermar. Un fracaso que pudo tener consecuencias todavía más graves.
Pero como en tiempos de la “4t” no falta entre su círculo de corifeos y aduladores quien se esfuerce con denuedo por demostrar que es el más servil de todos, en Veracruz ya salió el gobernador a decir que los “verdaderos docentes” ya quieren regresar a clases, mientras las principales ciudades del estado están en semáforo rojo y ya se superaron los 70 mil contagios.
Uno necio hasta el hartazgo y el otro “agachón”. Criminalmente irresponsables ambos.
Esto sí es una elegía
Ninguna condición vale para justificar que cualquier régimen, de la orientación ideológica que se trate, violente los derechos humanos y reprima la libertad de expresión y manifestación de sus ciudadanos para mantenerse en el poder. Ya sea en Estados Unidos, en Rusia, en Nicaragua, en China, en Colombia, en México y, por supuesto, en Cuba.
No hay autocracias buenas. Menos, dictaduras.
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