A estas alturas resulta absurdo tener que explicar el papel fundamental que ha jugado el personal de todo el sector salud para la atención y contención de la pandemia por la covid-19, tanto en México como en el resto del mundo.
Y cuando hablamos del sector salud hay que considerar a todos quienes trabajan en la primera línea de atención en hospitales, clínicas, consultorios, tanto públicos como privados, y que van desde los médicos de cualquier especialidad hasta enfermeras, el personal de mantenimiento, intendencia y limpieza e incluso a quienes reciben en mostrador a los pacientes.
Absolutamente todos son importantes en esa cadena y de la misma manera, todos por igual han estado y siguen expuestos cotidiana y directamente al virus y al riesgo de contagiarse. Las cifras exhiben la magnitud de lo que han tenido que enfrentar sin descanso y en muchos casos a costa de su propia vida, desde hace un año.
México ocupa el nada honroso primer lugar en fallecimientos de personal médico en todo el continente americano a causa del coronavirus SARS-CoV-2. De acuerdo con el informe más reciente de la Organización Panamericana de la Salud, entre enero de 2020 y el 10 de marzo de 2021 habían muerto en nuestro país tres mil 534 trabajadores de la salud.
Esta cifra representa el doble que en Estados Unidos y casi la mitad del total (47.82 por ciento) de todo el continente americano, que hasta ese corte reporta siete mil 389 muertes de personal médico. Ni Brasil, a pesar de su desastroso manejo de la pandemia –similar al de México en irresponsabilidad, mitos y prejuicios- vive un escenario como éste para su personal de salud.
Por ello resulta increíble, indignante y de una mezquindad fuera de toda proporción que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador no solo no haya continuado y completado la vacunación del personal médico del sector público, sino que se niegue a proporcionar el biológico a los trabajadores de la salud del sector privado, bajo argumentos grotescos, irracionales, cargados de prejuicios, resentimientos y complejos que rayan en el desequilibrio emocional.
“Hasta que nos toque a todos” fue la respuesta de López Obrador a las demandas de los médicos y trabajadores del sector privado, pues según él su “estrategia” –si a eso que han estado haciendo se le pudiese conceder esa categoría- de vacunación “prioriza” a los grupos vulnerables.
Cabe preguntarse entonces si los maestros pueden considerarse como un “grupo vulnerable”, ya que al presidente le urge vacunarlos. La respuesta claramente es negativa. No califican ni de cerca en estado alguno de vulnerabilidad ante el virus ya que su trabajo lo han seguido desempeñando a distancia.
Pero lo que sí son los maestros es el gremio más numeroso del país, sometido en su mayoría a las directrices de sus sindicatos y que representa un jugosísimo botín electoral para un régimen al que lo único que le importa es aferrarse al poder a costa de lo que sea. Por eso el apremio para vacunarlos cuanto antes sea posible, especialmente antes de los próximos comicios del 6 de junio.
Y como no hay vacunas suficientes –gracias a la “estrategia” de la “4t” de buscarlas regaladas-, las que llegan se aplican con criterios políticos y hasta prejuiciadamente ideológicos. Solo así se puede explicar el claro acto de criminal discriminación al personal del sector privado de la salud, que dicho sea de paso, es el que ha terminado por atender a la mayoría de la población que no cuenta con seguridad social. Incluye pues a quienes laboran en consultorios de farmacias y cobran –cuando lo hacen- sumas meramente simbólicas por una labor que salva vidas. Quien esto escribe puede dar fe de eso.
Lo peor es que todos esos merolicos que salen a vomitar sus complejos difícilmente se atenderían en una institución pública de salud, en las que hay que hacer largas filas esperando turno muy probablemente en la calle, ante las restricciones para aglomerarse, y se sufre de desabasto de medicamentos y de insumos. Es más seguro encontrárselos en el Ángeles o en Médica Sur.
Hipócritas doble discurso.
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