Hoy retomo este tema, porque adquiere valor dado los momentos político-electorales en que estamos. Tiempos que, con motivo de las campañas, hace que los actores en cuestión– candidatos, funcionarios o gobernantes- busquen atraer la audiencia hacia sus programas, imagen o propuestas, pudiendo utilizar para ello todos los medios legítimos o ilegítimos que les sean útiles para lograr su atención o convencimiento. Y uno de los medios ilegítimos reiteradamente utilizado por algunos de ellos, es el uso de la mentira, que se comunica en forma directa (discursos, mensajes, reuniones) o a través de los diferentes medios masivos de información, en la modalidad de publicidad engañosa, que puede ser político-electoral o gubernamental.
La mentira en política es un arma muy poderosa, pues tanto sirve a un individuo para envolver a otros con la pretensión de venderles una idea o un proyecto tendencioso, como para ocultar verdades vergonzosas o dolorosas que pueden afectar intereses o incluso la propia imagen. Y en nuestro país, en especial en este proceso electoral hemos visto, desde gobernantes que presumen sus logros haciendo montajes permanentes para explicar a los ciudadanos que las cosas marchan bien aunque la realidad exhiba todo lo contrario; o políticos que han sido acusados por delitos graves o grabados en situaciones comprometedoras y tienen el cinismo de negar lo que sí hicieron o dijeron, aun estando de por medio evidencias claras de los hechos; o aquellos, que con tal de obtener un voto, presentan proyectos inviables pero que suenan bonito al oído del ingenuo elector, prometiendo lo inalcanzable o lo que no se tiene certeza de cumplir. Entre otros.
Pero para que un político mentiroso se fortalezca, se necesita que exista quien le crea. Decía Maquiavelo (1532) “Los hombres son tan simples y se sujetan a la necesidad en tanto grado, que el que engaña con arte, halla siempre gente que se deje engañar”[1]. Luego entonces el mentir en política no es nada nuevo, el tema ha existido y continua vigente y ha sido estudiado desde tiempos remotos, tanto por los filósofos de la antigüedad y pensadores políticos, como por psiquiatras y psicoterapeutas que lo han llegado a considerar como una deformación o trastorno de la personalidad.
Entre los pensadores políticos sobresale Jonathan Swift [2](1726), quien en el libro “El arte de la mentira política”,[3] hizo ver en sus reflexiones -que podrían tomarse como cínicas-, una descripción satírica de cómo desenmascarar la práctica corriente de la mentira con fines políticos[4]. En este análisis afirma que “a veces hay que mentir en el ejercicio del poder para no lastimar a las masas, considerando que hacerlo es todo un arte que debe obedecer a reglas bien definidas”. Sin duda el análisis de Swift, hoy se percibiría como amoral sin embargo ¿cuántos no lo hacen?
Igualmente, entre los estudiosos de la conducta humana, se encuentra el creador del concepto mitomanía, el psiquiatra suizo Anton Delbrueck, quien lo describió por primera vez en 1898. El concepto se compone de 2 raíces, mythos: cuento o relato incierto y manía: compulsión, es decir, obsesión por relatar algo que carece de verdad. El término también es conocido como pseudología fantástica, que se interpreta como la tendencia patológica de fabular o transformar la realidad al explicar o narrar un hecho.
¿Es positivo descubrir a los mitómanos? Sí. Estos sujetos acostumbran a deformar la realidad en forma constante, informan a la audiencia (llámese equipo, colaboradores, militancia, pueblo, conciudadanos, etc.) lo que quieren oír, y su capacidad histriónica es tan buena, que procurarán convencer a través de inventar fantasías, de acomodarse éxitos o logros no propios, de denostar o descalificar a quien le estorbe, etc.
El mitómano se forma -o deforma-a través del tiempo. Inicia como un mal hábito que tiende a fortalecerse paulatinamente, conforme se le refuerzan o aplaude. Y este se adquiere desde la familia en edades tempranas. En su fase 1 se inicia con mentiras piadosas, que pueden o no funcionar al que las hace, pero conforme adquiere habilidades extraordinarias y logra seducir con facilidad a la audiencia, eleva su nivel. En la fase 2 la mentira se convierte en un instrumento indispensable para el logro de cualquier tipo de objetivo, en un elemento útil para cambiar la realidad acomodándola a los intereses personales, y por lo tanto buscará hacerla cada vez más creíble y frecuente. En la fase 3, la mentira se convierte en un instrumento de canalización de emociones extremas negativas, pues el individuo ya la usa como un arma o instrumento de manipulación y de destrucción social, además de que se vuelve reiterativa u obsesiva. Y ahí es cuando la misma adopta la forma patológica y es también cuando la persona debe buscar ayuda profesional con urgencia. Un individuo así, con poder, es extremadamente peligroso.
¿Y qué personas pueden ser sorprendidas por los mitómanos?: a) los crédulos o ingenuos, que por falta de malicia son presa fácil del engaño, b) los que tienen una gran necesidad o resentimiento hacia las figuras políticas o de autoridad; c) los que poco informados o que por desconocimiento o falta de cultura política se enganchan fácilmente. Por lo tanto, el aplaudir o creer la fantasía patológica de un enfermo mitómano con poder, es un riesgo, porque estimula comportamientos negativos y ello facilita el camino para que esa deformación conductual crezca y dañe todo lo que encuentre a su paso. Y es que son muchas las enfermedades emocionales y mentales que están asociadas a los comportamientos mitómanos, tales como: a) las conductas obsesivo- compulsivas, b) las conductas esquizoides, c) los trastornos límites de la personalidad, entre otras, que convierten a los individuos en un peligro latente para sí mismo y los demás.
Pero por fortuna, también en el medio político y en la sociedad, hay quienes saben distinguir las medias mentiras o mentiras completas de los políticos o de los individuos con poder. Se trata de personas previsoras, objetivas y bien informadas, que puede tratarse de simples ciudadanos (as) o comunicadores preocupados por informarse e informar correctamente. Yo les llamo los “desmitómanos”.
Éstos, son personas que descubren la falsedad de los políticos o de los individuos mentirosos, que les confrontan y les hacen ver su realidad a través de los medios o de manera personal. Son ciudadanos o comunicadores que se preocupan por corroborar la información que reciben a través de buenas fuentes antes de compartirla o difundirla, de valorar objetivamente a las personas y sus equipos políticos, de publicitar lo que consideran bueno o cierto como también lo negativo de una situación o problema, los que no pierden objetividad en su apreciación y buscan siempre la verdad, etc. Gracias a esas personas o ciudadanos, han caído presidentes, jefes de estado o gobernantes en el mundo. Gracias a sus análisis han perdido elecciones aquellos que no merecen ganar y se ha “puesto en su lugar” a funcionarios que abusan de su posición o que utilizan la fuerza del estado para afectar a los más débiles.
Luego entonces lo anterior hace urgente, por una parte, incidir en la cultura política de nuestro medio para que todo ciudadano tenga a su alcance la mejor información, se interese y asimile las problemáticas sociales y políticas de su medio, conozca a sus representantes, presentes o futuros, valore las alternativas viables para que sepan elegir lo que mejor convenga a su persona y a su comunidad. Y, por otra parte, obliga también a los políticos y gobernantes de nuestro tiempo a respetar a quienes les hacen ver sus errores, a hacer un esfuerzo de sensibilidad y seriedad, para hablar siempre de frente y con verdad a la sociedad.
La mentira es uno de tantos vicios de la política que se debe erradicar, y el camino está en rescatar los principios y valores que distinguen al buen político, ese que genera un compromiso moral serio con la sociedad, que habla de frente, que no miente, y que se esfuerza en ofrecer los mejores resultados en el ejercicio de su función. Si un político se prepara y desarrolla con honestidad y eficiencia su labor, ayuda mucho, porque reconstruye la confianza, mejora la cultura ciudadana del entorno, abona al prestigio de la política como el arte de los acuerdos y de la solidaridad hacia los que más lo necesitan y contribuye al avance de la sociedad en su conjunto. Y eso es sin duda, es lo que hoy necesita y espera México con urgencia de su clase política y de sus ciudadanos.
Gracias y hasta la próxima.
[1] Maquiavelo, N., (1532) El Príncipe. Madrid, Esp., Imprenta de León Amarita. (1821)
[2] Autor de los “Los viajes de Gulliver” dando crédito a John Arbuthnot, su gran amigo, a quien le reconoce la autoría de la obra.
[3] https://puntocritico.com/2018/03/25/el-arte-de-la-mentira-politica-por-jonathan-swift-parte-i/
[4] Swift, Jonathan., (1733), El arte de la mentira política.