Comenzó la jornada de vacunación a la que pueden acudir mis seres queridos, la vacuna ha sido un tema frecuente entre los miembros de mi familia, al igual que muchas otras personas queríamos contar con los datos necesarios para evitar cualquier reacción desagradable, durante meses vimos y leímos todo tipo de casos que hablaban de afectaciones y muertes después de su aplicación, pero este mismo terror lo vivimos antes de tener un encuentro cercano con la enfermedad, así que ahora sólo quedaba esperar que las dosis llegaran a la ciudad para cumplir con los protocolos establecidos y ser de receptores de la misma.
He leído infinidad de quejas en redes sociales respecto a la organización y los protocolos establecidos para aplicar las vacunas, algunos puntos procuraron mantener la sana distancia estableciendo un sistema de vacunación directo en los vehículos, otros lanzaron la información en múltiples medios esperando que la población cumpliera con lo que le corresponde: acudir en los días establecidos, con la debida documentación.
Una vez iniciado el proceso en la ciudad, se abrieron distintos puntos, algunas personas acudieron desde muy temprano, incluso antes de la apertura de los centros para asegurar su dosis, entre los asistentes se percibe la esperanza, también temor, pues ahora lo desconocido es cómo reaccionará el cuerpo, lo elemental ante esto es escuchar a los expertos, seguir puntualmente las indicaciones de los médicos, dejar de lado la especulación y la propagación de notas cuyo origen no es confiable ni las fuentes se han verificado.
En la otra cara de la moneda están los incrédulos, que bajo el disfraz de precavidos y repletos de desconfianza prefieren esperar o ser los que no se apliquen dosis alguna. Detrás de ellos también está el miedo, la desinformación, el desconocimiento de por qué es importante que como sociedad todos participemos de manera ordenada en este esquema.
México va con mayor lentitud que otros países, su organización no es ejemplar, las fallas continúan y la difusión de datos no es del todo transparente. Sus gobiernos han sido señalados como los responsables por sus ciudadanos, sin embargo, los ciudadanos se olvidan del papel que les corresponde, pese a contar con los datos necesarios, no falta quien no sigue los protocolos, quien omite las recomendaciones y por ende puede llegar a presentar resultados no deseados.
El miedo a lo desconocido es inminente, siempre hay un sector que se empeña en presentar los riesgos como una norma, los antivacunas surgieron a finales de los 70, gracias a un supuesto documental que hablaba de retrasos mentales originados por la vacuna que prevenía la tosferina, posteriormente a la vacuna de la Triple Vírica se le atribuía el autismo como reacción adversa, nada de esto se ha podido comprobar. Pero sí se ha comprobado que las pequeñas células renuentes a participar en sistemas de vacunación, pueden ser responsables de daños mayores a la sociedad, ya que impiden que los padecimientos puedan ser erradicados e incluso facilitan la mutación de los mismos.
Los datos anteriores son para considerar que la omisión de participación también trae consecuencias para nuestro entorno, que el daño no es individual, sino es una omisión social. Por otro lado, quien haya cumplido con su responsabilidad social y recibido por derecho la dosis correspondiente, ahora tiene la tarea de seguir con los cuidados y no disminuir las medidas de prevención, pues de ello depende que la tercera ola de contagios no sea tan catastrófica como las anteriores.
Dejemos de responsabilizar a terceros por decisiones que tomamos día con día de forma individual, entendamos que estos procesos son lentos, que requieren de participación conjunta para verdaderamente funcionar. Erradicar la viruela tomó más de 180 años, hoy nos enfrentamos a un momento histórico en el que somos testigos de una de las mayores pandemias, que no ha sido ni será la única, pero sí podemos formar parte de una generación que disminuyó los tiempos y demostró que la solidaridad y la responsabilidad nos permiten mayores avances.