A estas alturas está hasta de más insistir en la vocación autoritaria y centralizadora del poder del régimen de la autoproclamada “cuarta transformación”, que se ha despojado de cualquier velo que intentase alguna vez disimular su verdadera naturaleza.
En ese terreno se inscribe, por ejemplo, el deseo presidencial de desaparecer al Instituto Nacional de Acceso a la Información y Datos Personales (INAI), cuya existencia y labor han permitido revelar, entre otros asuntos recientes, los contratos irregulares otorgados a una prima del propio presidente Andrés Manuel López Obrador y a un hijo del director de la Comisión Federal de Electricidad, el nefando Manuel Bartlett Díaz.
Ir adelante en esa tentativa representaría un atentado contra la transparencia, la rendición de cuentas y contra la democracia misma, lo cual –huelga decir- jamás le ha importado a los gobiernos autoritarios, que concentran todo el poder posible en un pequeño círculo y abusan del mismo a la menor provocación. Ejemplos de esa conducta sobran ya en los apenas poco más de dos años que lleva el actual régimen.
Pero la pretensión de acallar cualquier voz que desentone con el coro de alabanzas en el cual el régimen sueña con convertir el debate público tiene puesta la mira en las que, hasta hace muy poco, fueron la plataforma desde la que quienes hoy gobiernan minaron la imagen y legitimidad de quienes les antecedieron: las redes sociales.
El debate en torno a las otrora “benditas redes” se avivó luego de que plataformas como Twitter y Facebook impidieron que, el en ese momento todavía presidente estadounidense Donald Trump, las usara para incitar a una revuelta popular que evitara que lo echaran del poder tras perder las elecciones en su país.
La “censura” al reaccionario Trump –que difundía todo el tiempo mensajes que contravenían las políticas de esas plataformas en cuanto a noticias falsas e incitación al odio y la violencia- indignó a su “izquierdista” homólogo mexicano López Obrador, quien consideró la suspensión de las cuentas en redes del racista como un “ataque” a su libertad de expresión. Aunque en realidad, lo que vio fue su propio reflejo ante los excesos que él o quienes le rodean podrían estar dispuestos a cometer de verse en una situación en la que tuviesen que entregar el poder a sus “adversarios”.
Así que en las últimas semanas se ha lanzado una fuerte campaña –con cargo al erario, por supuesto- en la que el gobierno de la “4t” al unísono descalifica a las redes sociales bajo la cantaleta de la “censura previa” –luego de que Twitter suspendió cuentas de “trolls” y “bots” pro-oficialistas- y su infaltable tufo ideologizado de “combate” a las empresas privadas.
Sin embargo, la verdadera censura es la que se percibe en la intención manifestada explícitamente por Ricardo Monreal, coordinador de los senadores de Morena y aspirante a suceder a López Obrador en la Presidencia, y refrendada por la cuasi invisible secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero: el gobierno mexicano busca regular –o sea maniatar- las redes sociales bajo el pretexto de “defender la libertad de expresión”. Cuando en realidad harían todo lo contrario.
Baste con la propia propuesta de Monreal para arribar a esa conclusión: un organismo “autónomo” –respecto de Twitter y Facebook, no del régimen, por supuesto- se encargaría de “vigilar” que dichas plataformas no hagan cumplir sus propias condiciones de uso, mismas que por lo visto los lopezobradoristas nunca leyeron cuando abrieron sus cuentas.
La regulación-control de internet es un anhelo largamente soñado por los políticos más autoritarios de todo el mundo, que ante la imposibilidad legal de hacerlo –las actividades de las empresas tecnológicas internacionales escapan por completo a su jurisdicción- terminan simplemente bloqueando su operación libre en sus territorios y en su lugar, diseñan versiones locales en las que es el gobierno el que controla, manipula e incluso castiga el debate público y la difusión libre de las ideas, como sucede en países como China, cuyo modelo es uno de los analizados por los “camaradas” mexicanos.
No es exageración. El propio López Obrador ha planteado la idea de desarrollar una “red social mexicana” que pueda controlar a placer para que ningún Twitter ni Facebook le impida continuar sembrando encono entre los mexicanos, en su intención por perpetuar a su camarilla en el poder.
Por lo demás, no es una idea nueva en nuestro país. Hace poco más de una década, otro político igual de populista, ladino, megalómano e intolerante –incluso, contemporáneo de varios “dilectos” miembros de la “4t”- maquinó una idea similar para incidir y manipular a la opinión pública en la víspera de elecciones, a través de una fallida “red” denominada “Fielbook”.
No por nada sus “herederos” son tan “apapachados” ahora por la “cuarta”. El hedor a censura –y el hambre de poder- los atrae.
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