Hay múltiples sucesos ocurriendo en el mundo de los cuales debemos hablar, historias en nuestro país que quisiera analizar, hábitos que nos llevaron hasta este punto que necesitamos transformar, llamadas de auxilio por atender, cifras por recordar y entender, pero hoy dejaré esa tarea a periodistas, cronistas y demás comunicadores. Hoy tengo la necesidad de hablar desde la gratitud y el dolor.
La pandemia ha dejado todo tipo de heridas y cicatrices, una de las que más me preocupa cada día es la que enfrentan mujeres de todas las edades, me aterra abrir las noticias para encontrar nuevas alertas de desapariciones o ver cómo se incrementan las estadísticas de feminicidios. Resulta impactante que el espacio más seguro de unos sea el más peligroso para otras. Sin embargo, ese mismo miedo e incertidumbre al leer las noticias, llegó cuando tuve que enfrentarme a lo desconocido.
Me invadía el miedo, pero también me llené de solidaridad y muestras de afecto. Mientras tuve que estar totalmente aislada, cada llamada, mensaje o detalle verdaderamente transformaba mi día, fue ahí cuando entendí que lo más fuerte en mi caso, no se trataba de la lucha contra el virus, se trataba del cuidado de mi estado emocional, conforme pasaban los días descubrí que las afectaciones del COVID, van más allá de los órganos y de quien la padece. Esta pandemia está dejando secuelas en todo el entorno. Incluso quienes aún no son positivos al contacto con el virus.
Tengo la necesidad de hablar de todo lo recibido y padecido porque sé que mi caso no es ajeno a los demás, porque si reviso los números y veo más de 20 mil contagiados al día, pienso en familias sufriendo y en cuanto nos urge trabajar en la falta de empatía. Durante mi confinamiento tuve la fortuna de recibir mucho y ahora creo que me toca regresar todo lo recibido, lo externo con mis lectores con la esperanza de invitarlos a hacer lo mismo.
El que mundialmente sigamos buscando una cura y esperanza, también ha de invitarnos a la reflexión, a descubrir por qué tenemos tal desequilibrio, hay infinidad de chistes con nuestro humor nacional juzgando a quien decidió comer una sopa de murciélago, pero justo son las decisiones en contra de la naturaleza las que están generando un mayor desgaste en nuestro entorno, el espacio que hemos elegido en nuestra vida.
Si bien es cierto que hay medidas ineludibles de precaución en esta pandemia, también es indiscutible que con ello estamos dejando una gran huella ambiental, por ende, tenemos que trabajar para restaurar ese impacto en otros aspectos. Creo que no existen ecologistas perfectos, tampoco seres humanos que sepan con certeza tomar todas las decisiones acertadas, por ello, tenemos la obligación de lograr un equilibrio en el resto de nuestras acciones.
El 2021 representaba a nivel global esperanza, conforme pasaron los días el comienzo para muchos no fue el mejor, pero podemos transformarlo en acción. Comencemos por apoyar a otros, sumemos esfuerzos y reforcemos la empatía, pequeñas acciones son el principal aporte de grandes transformaciones. Procuremos empezar desde el bienestar del otro, cambiemos la crítica por la ayuda. Señalar los errores no aporta, actuar y brindar soluciones sí.
Se acercan elecciones y quisiera aprovechar este espacio para invitarlos a que durante esos tiempos la lucha electoral se demuestre con la sociedad, cambiemos los debates y críticas por una competencia de bienestar. Si nuestros partidos se enfocaran en trabajar y brindar apoyo real a sus votantes, México sería otro.
Actualmente abunda el dolor y la necesidad en múltiples familias, seamos solidarios, brindemos fuerza, amor y empatía. Comenzando por normas básicas de cuidado, el sector salud ya se encuentra sumamente afectado, seamos responsables. Este es el tiempo de compartir, no sólo recursos, también información y datos que sumen al bienestar de los demás. Cuidémonos todos y así como el 2020 fue un año crucial, hagamos del 2021 un año de sanación y bienestar.