A medida que pasan los días me pregunto si los responsables de la conducción del gobierno estatal están conscientes de la responsabilidad histórica que les ha tocado vivir.
Haber llegado con un considerable porcentaje de votos al poder, en una elección democrática, con un resultado incuestionable, debiera ser un verdadero privilegio y distinción y, en consecuencia, se debiera estar respondiendo con un trabajo altamente profesional.
Pero conforme avanza el tiempo, luego de que se supone que ya habrían superado con éxito la curva de aprendizaje, casi a punto de cumplir el segundo año de ejercicio, los hechos demuestran que no han estado a la altura de su momento histórico.
Escribo en primera persona porque soy testigo de la vida pública de Veracruz –incluso he participado en ella activamente como servidor público en varias administraciones– desde hace ya más de cincuenta años, en los que como periodista he venido registrando la historia diaria de los gobiernos desde inicio de los años setenta del siglo pasado, y cuando creía que ya había visto todo, los actuales me sacan de mi error.
El actual gobierno se empeña, día con día, en superar errores de conducción política y administrativa que tuvieron otros que le antecedieron. Incluso han llegado a hechos que nunca antes se habían dado en la historia de Veracruz, que forman ya una gran mancha negra que los marcará y señalará para siempre.
Lo último es el escándalo por el burdo manoseo que han hecho con la presidencia del Tribunal Superior de Justicia, que dañó gravemente la imagen de uno de los tres poderes del Gobierno del Estado, al que rebajaron al nivel de una dependencia más del Ejecutivo.
Me atrevo a decir que todos los veracruzanos, pero en especial quienes imparten justicia y quienes la procuran, el mundo de la judicatura y el de la abogacía litigante, han asistido y visto, pasmados, cómo la inexperiencia, la irresponsabilidad, la falta de preparación y asesoramiento profesional, el abuso del poder y la arbitrariedad violaron la autonomía de un órgano que tiene la grave responsabilidad de impartir justicia, de dar, como dejó consignado Ulpiano, a cada quien lo suyo, lo cual solo es posible desde la independencia ajena a la intromisión del interés que pretende un manipuleo político.
Hoy todo Veracruz, y seguramente gran parte del país, sabe que una señora, sin el perfil adecuado y sin la trayectoria que exige el cargo, fue impuesta desde el Palacio de Gobierno como presidenta del Tribunal Superior de Justicia, y al final, de una forma porril, la han depuesto porque, como cabía esperar, no estaba adecuadamente preparada para tan alta y delicada responsabilidad.
La prensa diaria vino dejando constancia del grave error que habían cometido y que la señora deshonraba su nombramiento a partir de que a los primeros que incluyó en su nómina fueron a familiares suyos, quienes asumieron como patrimonio personal la administración de todo un Poder de Veracruz.
Poco tiempo pasó para que sus desatinos empezaran a ser motivo de escándalo mediático y punto para la confrontación con otros integrantes del Tribunal, pleito que se ahondó cuando ella misma desconoció acuerdos y no dio cumplimiento a fallos legales de instancias superiores que protegían los derechos legales de algunos magistrados.
Nunca hizo válido el dicho de que el juez por su casa empieza, y si ella misma violentaba el Estado de derecho, qué podía esperar el resto de los veracruzanos.
En forma vergonzosa, por la fuerza, violentando la chapa de su oficina, notario público de por medio, le tuvieron que juntar y sacar sus cosas (a la calle, a dónde más) casi como si ella misma fuera un delincuente, la misma persona a quien desde el Palacio de Gobierno habían impuesto para que, se supone, vigilara la legalidad de la vida pública de Veracruz.
Las últimas patadas que le dieron para que se fuera por la fuerza estuvieron revestidas de acusaciones de malos manejos de recursos públicos, en cantidades millonarias, por lo que incluso todavía amenazan con enjuiciarla.
Todo un escándalo. Una vergüenza. Un hecho histórico como para echarlo al olvido. Pero ahí está, es una triste realidad y es imborrable, y perseguirá por siempre a los autores del desaguisado.
El bochornoso espectáculo podría darse por terminado con la salida de la señora, pero creo que todavía faltan algunas preguntas por responder, para satisfacción de la sociedad veracruzana, que está muy agraviada. ¿Quién la recomendó? ¿Quién decidió el nombramiento no obstante que su perfil profesional era muy bajo para la responsabilidad de la que se trataba? ¿Pagará las consecuencias el responsable? ¿Así como así en Veracruz se puede pasar por encima de las instituciones y ante las malas consecuencias todo queda como una simple anécdota, como si nada?
La depuesta no tiene defensa alguna. Fue partícipe de toda la serie de irregularidades, y como era la beneficiada se quedó callada, aceptó y aprobó todo y mientras favorecía a sus intereses, a sus familiares, no vio ni escuchó nada malo. Hasta que le quitaron el juguete. Entonces sí habló, señaló, acusó, denunció hasta amenazas del Secretario de Gobierno, dijo que iban por el dinero del Poder Judicial e incluso le pidió al presidente López Obrador que le echara “una miradita” a Veracruz.
¿Por qué no se quejó antes? ¿Por qué no renunció para no ser partícipe de una situación irregular?
Hasta antes de este gobierno, yo sabía que los gobernadores sí tenían interés en quién quedaría al frente del Tribunal, pero ellos personalmente, de la forma más privada, se iban reuniendo, uno a uno, con los magistrados, para dialogar, escucharlos y, de la forma más sutil, pero con mucho respeto, deslizarles su simpatía por uno en especial, aunque en el entendido de que serían los magistrados quienes presentarían una terna final. Se imponía, pues, el respeto a la investidura de los impartidores de justicia, se guardaban hasta el máximo las formas, no se encargaba la operación a ningún segundón y por ningún motivo de imponía a nadie sin el perfil y la trayectoria adecuados, y menos ajeno a la judicatura.
El actual gobierno rompió con un largo historial de respeto al Poder Judicial, se entrometió grosera, burdamente, dañó la imagen del máximo tribunal, hizo del Tribunal Superior de Justicia un espectáculo mediático y, lo peor de todo, dentro de todo lo peor, retrasó cuando no obstaculizó la impartición de justicia a favor de los veracruzanos.
Cuando creía que ya había visto todo, ahora me preparo para esperar más. No hay ninguna garantía de que el actual gobierno se encauce, por fin, por el sendero de lo legalmente correcto y por el respeto a las instituciones. Tendré que seguirlo reseñando y consignando. Bien dicen que la historia nunca se acaba de escribir. El señor Rubén Pabello Acosta, quien fue propietario y director del Diario de Xalapa tenía un dicho que se hizo muy famoso en el siglo pasado: Venga más y sea por Dios, como decía mi abuela.