A pesar de todas las pifias, incongruencias, mezquindades, abusos e incluso corruptelas que han quedado más que evidenciadas en sus menos de dos años ejerciendo el poder en el país, el lopezobradorismo tiene en la oposición actual a los mejores aliados que podría pedir para mantener su hegemonía en los comicios intermedios de 2021.
Desde los partidos políticos opositores ha quedado de manifiesto, por lo menos hasta ahora, su total incapacidad para generar liderazgos renovados reales. No hay en este momento una figura que realmente aglutine, que convoque y demuestre tener los tamaños necesarios para encabezar un movimiento democrático articulado que verdaderamente haga frente a un régimen que, ensoberbecido y cada vez más intolerante y autoritario, aún navega con bandera de bonhomía y cercanía con el “pueblo”. Claro, siempre y cuando no se critique ni se contradiga en absoluto al gobierno.
Tan raquítica es la representatividad desde los partidos, que el opositor al régimen lopezobradorista que ha logrado mayor resonancia –por lo menos a nivel mediático- ha sido el ex presidente Felipe Calderón Hinojosa. Pero no porque tenga una gran cantidad de seguidores ni porque su propuesta política haya penetrado en el corazón y la conciencia de algún sector social importante.
La figura de Calderón se volvió un referente coyuntural en tiempos de la “4t” simplemente porque ha sido objeto de un enconado acoso por parte del propio presidente Andrés Manuel López Obrador, quien al descargar sobre el ex panista todo su rencor acumulado desde las elecciones presidenciales de 2006, usando para ello todo el aparato del Estado, ha logrado hacerle una publicidad que para cualquier otro político sería invaluable. Pero en el caso del ex mandatario, no le sirvió ni siquiera para concitar el suficiente apoyo ciudadano para que su asociación política obtuviera sin mayor problema su registro como partido.
El “regreso” a la vida pública del ex candidato presidencial y ex dirigente nacional del PAN, Ricardo Anaya Cortés, solo viene a confirmar lo anteriormente expuesto. Si él representa la mejor carta no solo de su partido, sino de toda la oposición para encabezarla rumbo a la elección intermedia, desde ahora pueden irla dando por perdida.
Por lo pronto, los números de las mediciones de opinión así lo indican. De acuerdo con una encuesta presentada en estos días por Parametría, a la pregunta “¿Por cuál partido votaría el día de hoy para diputado federal de este distrito?” la preferencia efectiva por Morena sería de 43 por ciento; la de Acción Nacional 20 por ciento; el PRI 18 por ciento (aunque usted no lo crea); el PRD alcanza apenas cinco por ciento y Movimiento Ciudadano tres por ciento. Apenas juntos lograrían emparejarse con el partido oficial, que a su vez también tendrá su adláteres (PT, PES y PVEM) para subir su votación o entablar alianzas en la próxima Cámara de Diputados.
Con todo, dichas tendencias sí reflejan un cambio fundamental: Morena no mantendría una mayoría absoluta como la que alcanzó en 2018, lo cual en sí representa una oportunidad para equilibrar fuerzas e impedir que el lopezobradorismo continúe haciendo lo que le da la gana con la fuerza que le proporciona el control que actualmente ejerce en el Poder Legislativo.
Pero las ambiciones y la lucha por imponer intereses personales o de grupo por encima de los del colectivo han anulado a la oposición partidista, dejando la responsabilidad de convertirse en contrapeso en algunos gobernadores –que a pesar de sus particulares objetivos políticos han logrado integrar un pequeño bloque que podría crecer- o bien en organizaciones civiles como Frenna, éstas sí ultraconservadoras y con una agenda de derecha radical, retardataria y hasta abiertamente golpista, lo que significaría un retroceso aún mayor todavía, lo cual ya es decir. Y que sin embargo, se han organizado y hacen más ruido que toda la oposición política junta.
El gran dilema de esta oposición partidista es continuar en su ruta de intrascendencia para conservar pequeños cotos de poder y dejarle la mesa servida al régimen, o convertirse en eso que no ha existido para los mexicanos prácticamente en ningún proceso electivo: una opción viable para una sociedad desencantada e históricamente defraudada.
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