La proximidad de las elecciones internas de Morena puede convertirse en la batalla final de un partido sin dirigentes, pero con la solidez de un líder, de tal suerte que las siglas son lo de menos. Lo poco de bueno que tienen estas elecciones es que por fin se van los usurpadores que llegaron a la cúpula de ese partido por un par de meses y ya llevan más de medio año, encabezados por Alfonso Ramírez Cuéllar y un grupo de vividores de la política en general y de Morena en especial.
Todo hace suponer que Morena como partido murió cuando Andrés Manuel López Obrador se convirtió en candidato a la Presidencia de la República. Es decir, hay un liderazgo político sin cabeza de partido. A partir de esa fecha no hubo actividad partidista.
La gente vota por la persona y no por los partidos, estos han dejado de ser una marca para convertirse en un requisito burocrático para poder concursar por un puesto de elección popular. La caída estrepitosa de los candidatos independientes fue inevitable luego de que muchos de esos candidatos resultaron peores que quienes militaban en algún partido político. Y tenemos en Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco, el mejor ejemplo.
Ahora, la gente debe conocer al candidato, por lo que deben mostrar una conducta de alta calidad moral antes de querer concursar y es en este despertar de la conciencia de los electores donde se fundamenta la eficacia de los gobiernos futuros, de ahí que los partidos políticos hayan quedado atrás por la falta de credibilidad que ocasionaron sus excesos.
Así como el sistema de partidos está caduco en México, la autoridad electoral debe refundarse, partir desde cero para poder desechar las prácticas corruptas que se generaron en instituciones como el INE y el propio Tribunal Electoral, cuyas declaraciones y acciones los convierten no sólo en personas contradictorias sino cómplices de prácticas poco claras.
Morena, como partido en el poder se replegó hacia la Presidencia de la República en lugar de ver hacia la gente y continuar una labor creada por Andrés Manuel López Obrador. Se fue con la inercia de la imagen del líder hasta convertir su liderazgo en un culto a la personalidad que desgastó mucho a Morena, sobre todo a la hora de convertirse en eco de cada palabra y toda acción.
Morena prefirió halagar al Presidente que conservar su capital político y servir a la gente, y esto fue lo que deterioró la trayectoria de un partido político que pudo ser vanguardia y hacer historia. Ahora ese grupo de militantes no es funcional como partido sino una asociación en busca de dirigir un movimiento que no tiene el poder, pero cree tenerlo y en eso cae su peor contradicción.
El liderazgo lo sigue teniendo el presidente de la República con un 71 por ciento de popularidad, y los candidatos que concursen por un puesto de elección popular con las siglas de Morena podrán ganar gracias a la imagen de López Obrador, pero esto no podrá durar mucho tiempo, porque por lo menos burocráticamente deberá Morena tener personalidad propia.
El grave problema de este liderazgo y de contender por las siglas de Morena es que desde 2018 pudieron colarse personajes sin fuerza social y carentes de sensibilidad política o vocación de servicio. Así, en esa misma ola se fueron gobernadores que ahora dicen haber triunfado por méritos propios y se niegan a renunciar porque se dicen bendecidos por el voto de la mayoría de la población, cuando en realidad votaron por López Obrador y no por simples burócratas sin capacidad de dirigir nada, menos un estado.
La inercia llevó al triunfo electoral a algunos que supieron competir por Morena y ahora son decepción, golpean de manera grave a ese partido y crean conciencia sobre el próximo voto. No bastará estar bajo las siglas de Morena, deberán ser personas que garanticen su honradez y su trabajo, no sólo montarse en un movimiento que les garantice el triunfo.
Este fue el principal desgaste de Morena al llevar al poder gente deshonesta, incapaz, ineficiente, voraz, que pensó que todo sería igual y se dedicó a robar, desviar recursos, comprar patrullas a sobreprecios, etc.
Los candidatos que quieran colarse por conveniencia propia a puestos de elección popular deben pensarlo dos veces, sea del partido que fuere, porque ya no tendrán cabida en los gobiernos porque será la propia gente la que los correrá de sus puestos.
Así, Morena metió en un mismo costal a gente que no le arroja beneficios sino todo lo contrario. Hubo una tendencia por colocar en sus candidaturas a personajes hasta de la farándula o del deporte que carecían de capacitación política y sólo dieron malos resultados. Ahora, deberá haber una selección de candidatos seria y con mayor fuerza para contribuir a la consolidación de la Cuarta Transformación, pero si esa depuración de candidatos la hacen quienes ahora compiten por la dirección del partido, poco podrán hacer por Morena, porque ni ellos se ponen de acuerdo en los métodos de elección ni el número de candidatos.
Será una gran responsabilidad la selección de candidatos que deberán encaminarse a servir a la gente y darle mayor legitimidad de mandato a un movimiento que desvanecieron con sus intereses personales. Hasta ahora no se ve a ninguno de los candidatos a la presidencia de Morena que tenga esa capacidad de selección, porque ni ellos creen en ellos mismos. PEGA Y CORRE. – Ahora que hablamos de candidatos debe crearse una instancia electoral, imparcial, que realice no sólo pruebas psiquiátricas a los concursantes, porque hay mucho loco que se dice líder, sino exámenes antidoping, porque un adicto, ya sea a las drogas o al alcohol, no puede representar a los mexicanos… Esta columna se publica los lunes, miércoles y viernes.
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