Diversos colectivos de mujeres se han movilizado para protestar por la inacción de las autoridades. Los movimientos de las feministas han ido en ascenso y cada vez más se manifiestan como una confrontación contra un sistema de poder que ignora la violencia contra las mujeres.
La importancia que tuvieron el conjunto de leyes para garantizar a las mujeres una vida libre de violencia y la igualdad entre hombres y mujeres, así como las modificaciones a los códigos penales para definir los tipos de violencia de género se ha ido desdibujando en la práctica con un sistema de justicia que minimiza la dimensión del problema tanto como la frustración de las víctimas de violencia.
La mayoría de los movimientos sociales adquieren relevancia pública cuando tienen un catalizador que mueve a la solidaridad. El problema es que los casos terribles de violencia contra mujeres y niñas son tan recurrentes que parecen estar insensibilizando a la sociedad. La madre de Lya, la pequeña de cuatro años violada en 2017, que se amarró a una silla en la CNDH ya no impacta a la opinión pública de la manera en que podría esperarse; en Baja California la joven Danna fue víctima de feminicidio, pero la nota no fue el asesinato de la joven sino las declaraciones del fiscal del estado que a manera de justificación del hecho violento dijo que tenía el cuerpo lleno de tatuajes, esa revictimización sí se viralizó; se cumplió un año sin justicia para la saxofonista oaxaqueña María Elena Ríos quemada con ácido y su agresor sigue libre; Yaz, la niña de siete años víctima de abuso sexual recurrente que fue hospitalizada en condiciones graves le pidió a los médicos dejarla morir por temor a regresar a su casa y esa petición fue la que trascendió a la prensa.
En la movilización de los recursos de un movimiento social para afianzarse está el factor emocional. Lamentablemente, en el momento actual este factor sólo surte efecto cuando ocurren hechos muy lamentables.
Después de la toma de la sede de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, varias sedes estatales de Derechos Humanos también fueron tomadas, las imágenes de la violencia policial contra mujeres en el Estado de México se hizo viral, a pesar de ello el gobierno estatal sólo emitió un comunicado escueto para decir que reprobaba las acciones violentas y nada más, como si hubiera sido un hecho cotidiano. A diferencia de la respuesta represiva de algunas entidades, en la toma y el plantón que se mantiene en la Comisión Nacional de Derechos Humanos no se ha hecho uso de la fuerza, aunque el Presidente reprobó la vandalización de un cuadro de Madero y afirmó que la violencia no es el camino. En otra declaración desafortunada, Rosario Ibarra, la ombudsperson preguntó a las feministas por qué no habían tomado antes la sede si se quejan de que desde hace mucho tiempo no les hacen caso.
La marcha del 9 de marzo de este año demostró la autenticidad del movimiento y también la dimensión del malestar que genera la violencia feminicida frente a la ineficiencia de las autoridades para castigarla, pero lo que también es cierto es que el movimiento feminista no es uno solo, actúa según la fuerza de los colectivos en diferentes lugares y también con criterios diversos.
El tema de la vandalización de pinturas o monumentos, más allá de que tengan una razón fundamentada, ha causado malestar y división. Los argumentos en contra de los actos de vandalismo no siempre son los mejores, pero tampoco lo son los de quienes los defienden. He leído recurrentemente en las redes sociales “les importa más una pintura que la muerte de una niña o una joven”. Seguramente es una lógica a la que ni siquiera llegan las autoridades o los civiles que condenan el vandalismo, simplemente no les parece bien. En cambio, sin duda, le resta adeptos al movimiento.
En la polarización política actual no se puede descartar el oportunismo de la oposición para aprovechar los movimientos de las mujeres en su favor. La diputada panista Laura Rojas declaró recientemente que está en contra de criminalizar a las mujeres por abortar, asunto sobre el que debe cambiar el PAN. No deja de ser una declaración y con seguridad no llegará a convencer a sus correligionarios, pero se coloca del lado de las mujeres en un momento político oportuno.
Tampoco se puede descartar que las acciones concertadas de la toma de las comisiones de Derechos Humanos puedan estar alentadas por grupos opositores al gobierno, pero ese es un factor que el gobierno mismo debe asumir, sin descalificar al movimiento, como lo hizo con su pregunta Rosario Ibarra. Y es también un punto a considerar para la respuesta gubernamental. Hasta ahora, se dialogó sobre el pliego petitorio de las mujeres y se ha llegado a acuerdos. No se ha abordado la entrega de las instalaciones y todo parece indicar que el gobierno federal no optará por la vía de la represión. Pese a la declaración del Presidente, la naturaleza de la vandalización no es equiparable a la violencia que ha sufrido mujeres y niñas asesinadas o violadas, y es, en definitiva, sólo una forma de llamar la atención de las autoridades sobre un tema muy grave al que no se le ha dado la atención debida.
Quizá también es momento de reconsiderar las estrategias de protesta de las mujeres. No podemos hacer a un lado la historia de los movimientos sociales que han sido más fuertes y de mayor impacto social en la medida en que presentan mayor cohesión y organización. Sólo es cuestión de recordar el movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos y el Movimiento del 68 en México, que tuvo su mejor expresión en la Marcha del Silencio, aunque también fue ese nivel de organización el que alarmó al gobierno.
Tiene razón Alain Touraine cuando dice que “necesitamos movimientos sociales calientes vinculados con partidos políticos fríos”. El movimiento feminista ya tiene largo trecho andado, no es momento de regalar esa fatigosa caminata a una coyuntura política.
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