Narré ayer –escribí sobre ello, a vuelapluma, como se decía antes– un viaje a Córdoba el lunes. Se sentía a ciudad, olía a ciudad, a esa percepción que tengo desde niño; a las ciudades que conocí toda mi vida, en las que todos los sectores sociales, sin excluir ni uno solo, participaban en la toma de decisiones y en la vida diaria. Confieso que me contagió la dinámica de la histórica Ciudad de los 30 Caballeros, porque tenía mucho que no iba y casi tres años que, en contraparte, vivo la parálisis, por no decir el declive de mi ciudad, Xalapa, con tanto pasado histórico como aquella, con tanta importancia por su vida universitaria y cultural, por ser el asiento de los Poderes.
Me quedé preguntando qué hace la diferencia. Sin duda tiene que ver la personalidad de la autoridad municipal, independientemente de su género. La de allá es una mujer (Leticia López Landero), el de acá un varón (Hipólito Rodríguez Herrero), pero ella tiene experiencia política (ya fue diputada federal; me equivoqué al adjudicarle también una diputación local) y se advierte muy práctica; el de acá incursionó en política por primera vez cuando anduvo en campaña para ser alcalde, pero llevado de la mano por Cuitláhuac García Jiménez, y creo que nunca entendió que ya en la alcaldía no podía seguir comportándose como académico investigador encerrado en su cubículo.
Creo que el carácter tiene que ver también. Ella –de padre yucateco y madre tabasqueña– es suelta y resuelta, risueña, hace amistad fácilmente, usa un lenguaje sencillo, el que usan dos, se involucra con sus representados, entiende lo difícil que es transitar en una actividad como la política, que estuvo mucho tiempo reservada solo a los hombres y en la que sigue predominando el machismo y el intento por parte de ellos de querer seguir controlando todo, lo que la ha hecho endurecer la piel e ignorar no las críticas sino los insultos denigrantes hacia su persona de quienes no la han podido someter para obtener algún beneficio. Ha asumido tanto su independencia que incluso ha tenido que desmarcarse de sus propios familiares que intentaron tener injerencia en la conducción municipal. Tiene, pues, carácter también.
Él, en cambio, es poco o nada comunicativo; quién sabe si alguien lo ha visto alguna vez, ya en funciones, no reír sino sonreír, no empata con nadie simple y sencillamente porque no se expone al pueblo y, por lo tanto, no escucha; y para colmo está sometido a la línea que dicta Morena, esto es, el Presidente, o sea, no hace nada por iniciativa propia y ahí está una de sus grandes fallas –y por extensión creo que la de las autoridades municipales de ese partido, cuyas ciudades están “muertas”, se notan “muertas”, como Coatzacoalcos– , amén de que le falta carácter para mandar, como quedó comprobado al inicio de su administración cuando la síndica Ivonne Cisneros tomó el mando sin más ni más, lo que valió siempre muchas críticas.
Pero –siguiendo con el ejemplo de Córdoba–, ¿todo es obra solo de la alcaldesa? Tiene mucho que ver sí, pero lo que advertí es que ajena a la política dictada desde el Palacio Nacional no está peleada ni se pelea con el sector privado, en una ciudad cuya característica económica primordial es su vocación industrial, empresarial y comercial. Los gobiernos de Morena, siguiendo el patrón de su líder, desdeñan a los empresarios e incluso en las conferencias mañaneras se les demoniza. Si bien es cierto que, sobre todo los grandes tiburones, se confabularon durante muchos años con los gobernantes en turno para hacer negocios ilícitos, también lo es que la mayoría son hombres y mujeres que han forjado su prosperidad a base de trabajo, generan ahora economía y son los que crean fuentes de trabajo, muchos muy bien remunerados y con todas las prestaciones.
Ahí está la otra clave, creo, de la vitalidad de Córdoba. Para su fortuna –es mi opinión personal–, por el origen partidista y la autonomía de la presidenta municipal, están protegidos contra la contaminación ideológica que divide a los mexicanos entre empresarios, industriales y comerciantes (conservadores para los que gobiernan a nivel federal) y pobres (los beneficiados por los programas sociales de López Obrador), dejando en medio, como en un sándwich, a la clase media que cada vez más se empobrece porque el gobierno federal (y los estatales de su partido) ni resuelve ni genera inversiones y obstaculiza a quienes pueden crear riqueza necesaria para resolver tantos problemas y mantener la dinámica de las economías regionales.
Porque veo con alguna frecuencia y escucho a empresarios y comerciantes de Xalapa quejarse del gobierno estatal, de que los ignora, de que no los llama para participar con inversiones, de que les da los contratos a empresas de otros estados con los que seguramente tienen un compromiso vaya a saberse de qué tipo, de que han tenido que llevar sus capitales fuera de la capital y del Estado (muchos al sureste del país, a la Riviera Maya, preferentemente), es que me atrevo a sugerir que ahí finca su éxito la presidenta municipal cordobesa quien los tiene en primera línea y, lógicamente, como aliados.
Me quedé pensando luego de la visita: ¿es que añoro el pasado? Me respondo: es que creo que, finalmente, con sus asegunes, el tipo de gobierno abierto y plural que se practicó hasta antes de 2018, y que en muchos lugares de México se continúa practicando; corregido, afinado, vigilado, transparente, es el que tiene la solución para los problemas del país. Para ayudar a los de abajo se necesita a los de arriba. El gobierno tiene un límite. Ya sabemos, porque lo dijo el Secretario de Hacienda y Crédito Público, Arturo Herrera, previo al Segundo Informe presidencial, que repartiendo apoyos –dádivas critican muchos– se gastaron hasta las reservas. Ahora, en lugar de destinar lo único disponible a proyectos productivos en los estados, se los gastan en el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas y el aeropuerto de Santa Lucía. El único que puede entrar de emergente es la iniciativa privada. Pero se le combate como si fuera el enemigo del país.
Yo coincido con el Presidente en combatir la corrupción y poner más atención y tratar de ayudar a los pobres, pero no en marginar a los generadores de riqueza privados. Córdoba y Xalapa en línea recta no están muy lejos y son el gran ejemplo práctico y vivo de lo que trato de decir. Y que al gobierno deben llegar políticos probados, con experiencia, porque los Ricardo Ahued (de simple ciudadano y comerciante pasó a convertirse en el gran político que es de la noche a la mañana) son una verdadera excepción y no se dan todos los días.
Por lo demás, el empresariado en Veracruz va a dejar sentir todo su peso en la elección de junio próximo y en mucho va a ser determinante en el resultado. Ya lo habremos de comentar. Hoy, por mucho que le hablen al oído y le digan muchas cosas bonitas, nadie lo convence ya por dónde y con quién tiene que ir.
Dejé ahora varios pendientes en Córdoba, ciudad como la de Veracruz, en la que viví muchos días durante mi paso por el servicio público y a la que siempre es grato regresar y saber que no pierde su esencia. Tengo que regresar para una cena en el Portal de Zevallos, ahí donde se firmaron los Tratados de Córdoba, para una cena con los amigos, el trío al lado, entre otras cosas.