Preparando mis clases, revisaba los estilos de dirección o liderazgo en la administración o en las organizaciones, y analizaba concretamente la clasificación de Kurt Lewin[1], que en su Teoría del Campo y del comportamiento y dinámica de los grupos, identifica 3 tipos o estilos: el autocrático, el democrático y el laissez faire. Y al recordar los conceptos, quise ubicarlos en las circunstancias y tiempos que vive la administración pública de nuestro país. Pero primero me permito explicar cada uno de estos estilos directivos.
El primero (estilo autocrático), se caracteriza por un sentido y visión centralizada de la autoridad y de las decisiones (siempre emanadas desde la parte superior de la estructura); es decir las relaciones, instrucciones y decisiones se dan en una sola dirección-de arriba hacia abajo-, lo que hace que no se aprovechen las capacidades individuales y de equipo de los niveles intermedios, por lo que tiene la probabilidad muy alta de que ocurran circunstancias que entorpezcan o enrarezcan el clima de trabajo, además de que se retarden o provoquen errores en los procesos y los resultados sean incorrectos y/o fraudulentos.
Pero existen otras características adicionales. Los estilos autocráticos minimizan la planeación y la coordinación, por lo que no distinguen lo prioritario de lo que NO es esencial y por ende los objetivos, acciones y metas cambian sobre la marcha-de acuerdo a las circunstancias-, y eso hace que no existan líneas claras en el control de avances y menos del seguimiento de resultados. Este estilo es definitivamente adverso o negativo para el buen manejo de la administración sea pública o privada.
El segundo (estilo democrático), es totalmente contrario al anterior. En éste la autoridad y las decisiones se comparten; se fomenta la inclusión y la opinión individual y de los equipos de trabajo, las relaciones e instrucciones son recíprocas, se aprovechan potencialidades, por lo tanto, se genera mayor satisfacción entre los integrantes porque se fomenta la justicia en las valoraciones favoreciendo el clima organizacional y el cumplimiento de los objetivos y metas. Este es el estilo ideal de dirección o de gobierno.
En este estilo, se pondera la planeación y la coordinación de acciones, se distingue lo prioritario y se planean acciones dando preferencia a lo que es esencial para resolverlo urgentemente y continuar posteriormente con lo medianamente o menos importante. De esta manera, los objetivos, acciones y metas se calculan claramente para que el control y seguimiento fluya de manera correcta y organizada.
El tercero, (estilo laissez faire). Este estilo de dirección o gobierno se caracteriza por la delegación de la autoridad y de la acción, es decir, se deja que sean los subordinados los que actúen, generen iniciativas e incluso tomen las decisiones por cuenta propia. La comunicación fluye de abajo hacia arriba. Sin embargo, cuando este estilo se conserva por mucho tiempo se corre el riesgo de que los lideres o directivos sean rebasados por los subordinados o asesores -especialmente cuando se delega en las personas equivocadas-y lleguen a ser éstos los que tomen las iniciativas e incluso se extralimiten en las decisiones, lo que provoca desorganización, inequidad, iniquidad, pérdida del control y en caso extremo, resultados fraudulentos y caos.
Este estilo, hay quien suele confundirlo con algunos de los atributos del estilo democrático, ya mencionado en un inicio-, que sí permite la delegación del trabajo y la inclusión, pero la diferencia está en que no delega la autoridad a quien no le corresponde y menos a quien no está capacitado para hacerlo, misma que se ejerce con sensibilidad y respeto. Es decir, en los estilos democráticos la autoridad se delega en mandos intermedios, pero jamás se pierde el control de la acción de esos niveles y menos que se permitan rebases a los niveles superiores. Luego entonces, aclarando lo anterior no puede prestarse a confusión un estilo con otro.
Históricamente el estilo laissez faire, se prestó a confusiones o a interpretaciones diferentes y me permito adentrarme un poco más en su explicación.
El estilo laissez faire, es un concepto que nace en Francia en el siglo XVIII que significa “dejar hacer” o “dejen trabajar con libertad”, y sus primeras aplicaciones fueron a favor de la economía.
Surge durante la monarquía absolutista de Luis XIV cuya forma tirana de gobierno hizo que sus súbditos se revelaran. El monarca contaba con un ministro de finanzas, Jean Baptiste Colbert que, aunque apoyaba las ideas mercantilistas de éste, buscaba también que la industria del país se mejorara. En función de esa preocupación un día se presentó frente a los industriales y les preguntó ¿Qué podía hacer por ellos para ayudarles? Y un comerciante de apellido Legendre, valientemente le contestó: “laissez-nous faire”, que significaba “déjenos… o déjenos trabajar”, como una expresión de hartazgo. A partir de ese hecho, el término fue usado también por los trabajadores organizados disidentes de los gremios que rechazaban las ideas mercantilistas del monarca pues a través del propio gremio les obligaba a elegir lo que a éste convenia.
Posteriormente, el concepto tomó diferente forma de interpretarse al adoptarse como base ideológica de los economistas franceses Vincent de Gournay y Francois de Quesnay de la Escuela fisiocrática. Éstos lo tomaron para significar la importancia de liberar el mercado de la opresión estatal. Adam Smith lo adoptó, al abogar por los principios de: a) libertad y b) promoción del libre mercado convirtiéndose así en un principio que defenderían en adelante los pensadores del liberalismo moderno[2].
Lo anterior permite observar que la connotación laissez faire fue adaptada originalmente como una forma de revelarse de la opresión del estado, es decir del estilo autocrático de gobierno que en la historia de los pueblos y naciones ha llevado al hartazgo y al rechazo de sus representados por ser un inhibidor de las libertades y derechos de los ciudadanos, por frenar también la libre competencia y por implantar monopolios y establecer y centralizar excesivas reglas. Es decir, el estilo laissez faire surge en contraposición a la visión dominante de los gobiernos o direcciones totalizadoras.
Sin embargo, los usos y costumbres al tiempo generaron vicios lo que se vio– la delegación sin control de autoridad–, como un riesgo pues al promover acciones de libertad extrema de las bases, radicalizaban las posturas y se llegaba a rebasar la autoridad superior o la rectoría del Estado en su caso. De ahí que hubo de definirse con claridad el estilo de dirección democrática, como un estilo que se caracteriza por la búsqueda del equilibrio.
En mi experiencia los estilos laissez faire, los he observado en los hechos y surgen cuando los que tienen que fungir la autoridad o tomar las decisiones, no lo hacen por falta de conocimiento y experiencia y sobre todo, por carencia o desconocimiento de lo que es un liderazgo democrático. Y son personas cuyos perfiles de personalidad fluctúan en los extremos: o, 1) son pusilánimes, débiles o ignorantes; o, 2) son exageradamente ególatras y en el fondo manipuladores de otros, buscando que les hagan el trabajo y/o, para que el prestigio sea personal y no de equipo.
Luego entonces ¿a dónde quiero llegar? A aclarar que los estilos de dirección autocráticos y laissez faire, -que seguramente en la actualidad se pueden identificar en muchos espacios de la administración pública y privada y en especial en los gobiernos en sus diferentes niveles-, deben verse con prudencia pues generan si se llevan al extremo, desequilibrios e iniquidades. Porque, tanto daño hacen los gobiernos que centralizan, inhiben o asfixian la capacidad de respuesta de los niveles medios e inferiores, de la base social o de la iniciativa privada, como igualmente los que delegan todo por incompetencia. Ambos producen desastrosos resultados.
Trasladando entonces lo anterior a lo que hoy sucede en nuestro país nos debe poner a pensar, sobre todo por lo que viene. Vivimos una pandemia prolongada y muy peligrosa, que nos está llevando a replantear no solo la vida de cada quien, sino la vida de las instituciones porque están dependiendo de quienes las dirigen o gobiernan.
Hoy no se puede permitir el Estado, en la figura del gobierno-de cualquier nivel-, actuar en los estilos autocráticos porque insistir en un estilo opresor solo provoca la rebeldía y finalmente rechazo hacia las figuras de autoridad o de gobierno. La sociedad, que está muy sensible, no lo merece. Además, son tiempos de priorizar los esencial de lo vano, en la acción del estado. El gasto público debe ser aplicado a lo que más se necesita, así como hoy el padre o madre de familia lo aplica a lo que más necesita la familia. Como tampoco se pueden arriesgar las decisiones en adelante en manos de incompetentes que llegan a las posiciones a actuar bajo el principio de ensayo y error[3]. Cuando que los cargos de la administración, sea pública o privada, deben ser exclusivos para la gente que cubra los perfiles justos, tanto en lo operativo como en lo psicológico.
Igualmente, en adelante será necesario calcular cada acción para restablecer el orden social y político con medidas equilibradas y justas, que no impositivas, que solo llevan a la polarización, a los desequilibrios y hacen evidente la iniquidad, que es lo que más enerva a los ciudadanos. En suma, se tendrá de trabajar con mejores bases administrativas y políticas, incluso familiares, para no empeorar el ya tan dañado consciente y subconsciente colectivo.
Por eso me permití en este documento hacer referencia a los estilos de liderazgo, dirección o gobierno, para hacer énfasis de lo que en adelante será vital para todos en nuestro país.
Partimos de la base de que todos amamos a nuestro país, y por ende a nuestras entidades, y eso nos debe unir. Pero esa unión sólo se va a consolidar, si existe la disposición principalmente de los gobiernos federal, estatal o municipal, de provocar los equilibrios entre: la fuerza del Estado, la fuerza económica y la fuerza ciudadana, optando -sin duda- por estilos democráticos de dirección y de gobierno, buscando elementos idóneos para cada función y con una ética de servicio indiscutible.
Los estilos autocráticos o los laissez faire, no caben, frente a un país que desea recuperarse en el menor tiempo posible de la crisis individual (ser responsable de la salud y de los actos) y de la social (compartir y colaborar para propiciar el crecimiento general económico y político).
Hoy los responsables de las instituciones sean de cualquier tipo, deben estar en esa búsqueda: planear perfectamente las acciones, pero sobre todo confiar y aprovechar potencialidades de los equipos de trabajo y de todos los sectores, propiciando el respeto y la colaboración y favoreciendo la democracia interna y externa, para sacar adelante los problemas o retos presentes que padecemos, viendo el futuro con objetividad, para que en la generaciones de hoy y del mañana no decaiga nunca la motivación, la emoción y la esperanza.
Gracias y hasta la próxima.
[1] En 1940, autores como Lewin, Lippit y White (1939) de la Universidad de Iowa, identificaron los estilos de liderazgo autoritario, democrático y laissez-faire al tomar como grupo de estudio diferentes clubes de niños a los que se exponían a estos estilos directivos y se obtuvieron diferentes respuestas.
[2] Adam Smith, considerado como el padre del liberalismo económico, sostenía que el mercado se regula a sí mismo, a partir de factores que regulan la economía y las fuerzas de la oferta y la demanda, por lo tanto, el Estado solamente debe intervenir como defensor de esa libertad económica.
[3] Edward Thorndike, pionero de la Psicología conductista cuya aportación fue el aprendizaje por “ensayo y error”.