En la capital del Estado, sobre todo –porque entonces pululaban en la ciudad–, hubo una época en el siglo pasado en que se hizo famoso un dicho: En Xalapa todo mundo es licenciado mientras no demuestre un modo honesto de vivir.
Se equiparaban entonces los términos licenciado y abogado y la figura del hombre de leyes gozaba de pésima imagen y fama no obstante que había juristas verdaderamente notables que después dejaron huella en la historia de Veracruz.
Fue una época –finales de los años sesenta principios de los setenta– en que la que había sido entonces gloriosa Facultad de Derecho (era famosa como Facultad de Leyes) de la Universidad Veracruzana (UV) había venido a menos víctima de los vicios del poder y la degradación de sus egresados.
Hasta antes, esa Facultad había llegado a tener tanto prestigio que se convirtió en una meca para jóvenes no solo del país sino de toda Latinoamérica, que querían venir a estudiar “leyes”, abogacía, aquí.
(Con menos reconocimiento, por aquella época, un grupo de jóvenes psicólogos emigrados de la Ciudad de México, identificados con el conductismo logró crear en Xalapa, el primer proyecto de formación de psicólogos en el país, alentados por el entonces Secretario General de la UV, el doctor Rafael Velasco Fernández, proyecto que se extendió a otras universidades de México e incluso de América del Sur. Esos jóvenes formaron el famoso Grupo Xalapa, registrado y reconocido hoy en la historia mundial de la Psicología.)
La carrera de Derecho era entonces muy productiva en términos económicos porque de hecho para entrar y triunfar en la política era indispensable que el interesado fuera “licenciado”. Había “licenciados” por doquier: en el Gobierno del Estado y en los cargos de elección popular.
Pero además también porque quienes se dedicaban a litigar, si bien no todos, eran unos verdaderos estafadores, unos bellacos granujas que revictimizaban a familiares de infractores de la ley, prácticamente robándoles su dinero.
Y entonces devino el famoso y tristemente “porrismo”, nacido en la Facultad, pero alentado desde el Palacio de Gobierno: el uso de los jóvenes estudiantes para propósitos políticos, permitiéndoles el uso de la fuerza y la violencia, a cambio de impunidad y dinero y todo lo que pidieran y necesitaran.
Llegó a tanto la descomposición que esos grupos tomaron por completo el control de la escuela incluyendo la Secretaría y los archivos, y cuando querían, también de la propia Rectoría.
Como reportero del Diario de Xalapa me tocó ver y reseñar los actos vandálicos que cometían y que después se extendieron a toda la ciudad, cuando pasaron a convertirse en grupos de terror para la población: asaltaban y destruían todo lo que encontraban a su paso, secuestrando camiones para movilizarse, y todavía golpeaban a quien se les atravesara a su paso, todo a ciencia y paciencia de las autoridades, que se los permitían con tal de que les sirvieran cuando los necesitaran.
Nunca se me olvida el famoso destape de Manuel Carbonell de la Hoz como candidato del PRI a la gubernatura en 1974. Esa tarde-noche fue de terror para todo Xalapa. Los porros, “estudiantes” de la Facultad o presuntos “licenciados”, se sintieron con más poder, se dedicaron a celebrar recorriendo la ciudad, asaltando, golpeando, amenazando, causando destrozos, dañando todo lo que podían.
De esa época viene la costumbre de colocar enrejados en las tiendas para proteger los negocios, lo que, en cambio, no podían hacer los vendedores ambulantes (de hot dogs, de dulces, etcétera).
Esa noche un grupo llegó en forma violenta al Diario de Xalapa. Querían entrar para hablar con el director. La puerta principal ya estaba cerrada pero entonces se fueron a una trasera, que también estaba cerrada pero donde había un vigilante.
Para mi mala suerte, pensando que querían hacer una declaración, se me ordenó que bajara a atenderlos. Cuando quise hablar con ellos me empezaron a exigir que les abriera, me insultaban, me amenazaban. Les dije que yo no ordenaba, pero se portaron más violentos golpeando la puerta.
Por fin, alguien ordenó que los dejaran pasar y cuando llegaron a la redacción se me fueron encima con la intención de golpearme, en especial uno que ahora se presenta como “respetable” abogado y que hasta ha sido dirigente de una agrupación de abogados.
Cuando se cayó la candidatura de Carbonell fui uno de los que más se alegró. Siempre he pensado que de haber llegado, Xalapa y todo Veracruz hubieran quedado a merced de esos grupos porriles, vandálicos.
El porrismo se empezó a terminar cuando el propio rector, ya para entonces, Rafael Velasco Fernández, reprobó la acción de esos grupos y la tolerancia que se tenía con ellos, en una histórica entrevista que le dio al entonces subdirector del Diario de Xalapa, Froylán Flores Cancela, de la que por cierto Froy siempre se sintió orgulloso.
Pero, aparte, mientras duró esa etapa negra en la historia de la Facultad de Derecho, los porros amenazaban y golpeaban a los maestros, y hubo casos en que tomaron la Secretaría, se apoderaron de los archivos, completaron su kardex llenando las boletas en las que se aprobaban todas las materias, secuestraron y amenazaron maestros para que firmaran y legalizaran los documentos, del tal modo que varias veces, cuando entregaron las oficinas ya eran ¡abogados! (por ahí andan muchos todavía).
Años después, cursaba yo el primer semestre en el sistema abierto de la Facultad, pero íbamos los sábados a clases presenciales. Era el primer día de clases cuando de pronto entró el nuevo maestro. Todos dejamos de hablar y nos pusimos atentos. Nos ignoró por completo. Entonces el tipo se sentó en el sillón, lo empujó hacia atrás, subió las piernas y los pies encima del escritorio y se echó unos dulces a la boca. Así estuvo un buen rato hasta que por fin habló.
Supe después que era un empleado menor en el IPE. No todos los maestros y abogados son así, por fortuna. Los hay muy reconocidos y muy valiosos.
He hecho toda esta narrativa, he traído recuerdos porque ayer fue el Día del Abogado, y si bien estoy bastante alejado del mundo de la abogacía, creo –eso espero– que los estudiantes, egresados y abogados de hoy, han recuperado no solo su solvencia sino el prestigio de la escuela.
Nunca más deben volver aquellos días en los que la Facultad vivió tal vez su más negra etapa y que acabaron con un largo historial de orgullo, de distinción, de calidad académica, de reconocimiento internacional. Nunca más deben volver gobiernos como aquellos que los prohijaron y solaparon.