Perfectible, la reforma electoral

En el libro De Milton a McLuhan. Las ideas detrás del periodismo estadunidense, con el que su autor, J. Herbert Altschull, pretende demostrar que en su búsqueda de los hechos los periodistas norteamericanos tienen una filosofía de vida profesional formada por un complejo de ideas, recuerda que Thomas Jefferson sostenía que “ninguna sociedad puede elaborar una constitución perpetua, ya que los muertos no pueden, y no deben, dirigir el destino de quienes viven. “La tierra –escribió– siempre pertenece a la generación viviente”.

Entiendo que se refería al hecho de lo cambiante de la realidad, a la evolución humana, al desarrollo de los hechos; que para lo que en una época funcionó, para otra ya ha perdido vigencia, por lo que los cambios son obligados. Reglas, normas, leyes que escribieron quienes ya han fallecido, que eran las adecuadas para su momento, tienen que ser sustituidas por otras, las de las nuevas generaciones, cuyas prácticas y modos de vida son otros. Si no desaparecerlas todas, porque finalmente en muchas reside la esencia, sí adecuarlas y actualizarlas a las nuevas circunstancias.

Hago referencia a esta obra y al pensamiento de Jefferson, el tercer presidente de los Estados Unidos, el principal autor de la Declaración de Independencia de ese país, a propósito de la reforma electoral que hizo el actual gobierno del Estado, que se propone ahora adecuar normas de códigos y leyes para aterrizar en la práctica los cambios que se hicieron.

El gobernador Cuitláhuac García Jiménez ha enviado ya a la LXV Legislatura local la iniciativa respectiva, independientemente de que está pendiente la impugnación legal que hará la oposición para tratar de derogar dicha reforma.

Pero ahora, aquí no cabe eso de si son peras o manzanas, porque ya son peras (aunque los opositores políticos desean que sean manzanas), y sobre esa realidad tiene uno que actuar en consecuencia. Las dos partes, los autores y los opositores, tienen sus argumentos para sostener, unos, que lo que legislaron fue lo mejor “en beneficio del pueblo”, para decir, otros, que en nada lo beneficia y que pone en riesgo la democracia.

Mi opinión es que esa reforma es perfectible y que en lugar de desgastarse en un largo debate, acaso hasta distractor de los graves problemas y de su urgente resolución, se debieran buscar los puntos de coincidencia, aprovechar lo que tiene de positivo y desechar lo que afecte a la sociedad.

Pero para saber qué sí y qué no, tiene que verse en los hechos lo que funcione y sirva bien, esto es, estar atentos a la práctica. Cuando alguien va a comprar un coche de uso, se sube, lo enciende y lo maneja para saber si está bien o tiene fallas. No se está promulgando una nueva Constitución local, sino reformando y adecuando la que ya existe.

La oposición se queja que no se le tomó su punto de vista en la redacción del nuevo ordenamiento, que fue una imposición unilateral. Puede que hubo, o de plano hubo, el abuso que da tener el control del poder político. Lamentablemente no es una práctica que no hayan hecho, cuando también lo tuvieron, quienes ahora se quejan.

Pero eso no debe continuar. Se viven graves crisis: de inseguridad, sanitarias –covid-19, dengue, influenza, tuberculosis, cáncer–, económica, de desempleo y de pobreza, y a esas se deben dedicar todos los esfuerzos para combatirlas y aliviarlas y desterrarlas si se puede. Debe haber diálogo, entendimiento, acuerdos. Acordarse que son competidores políticos, no enemigos y que todos vamos en el mismo barco. Si se hunde, nos hundimos todos.

Se acabará el dispendio de las campañas

Con apego, pues, a la reforma, en los próximos meses –el gobernador está proponiendo que se cambie para enero el inicio del proceso para alcaldías y diputaciones locales, en lugar de noviembre próximo– vamos a vivir el proceso electoral más austero en la historia política de Veracruz y desaparecerán prácticas y escenarios a los que nos habíamos acostumbrado. Por ejemplo, el de la entrega de “apoyos” como forma de propaganda, algo que inicio con simples detalles.

Fue a partir del entonces candidato del PRI a gobernador Fidel Herrera Beltrán cuando se pervirtieron las viejas prácticas de las campañas, para convertirlas en un río de dinero.

Hubo mucho tiempo en que no hubo oposición real. Era simbólica, cuando el PRI era un partido casi único, hegemónico, vertical, autoritario, una verdadera máquina aplanadora como lo dibujaban los caricaturistas de entonces.

Cuando el tricolor postulaba candidatos, se daba por hecho que en automático serían los próximos alcaldes, diputados, senadores o gobernadores, según fuera el caso, porque los priistas ganaban de todas todas y se llevaban el carro completo.

Entonces, la competencia no era con la oposición, sino interna. Se disputaban las jugosas candidaturas porque eran sinónimo de cargo y enriquecimiento seguros. Eran los propios diputados priistas los que organizaban y calificaban las elecciones. Se servían con la cuchara grande.

(Alguna vez me tocó ver cómo le pagaban a un candidato panista a la gubernatura, que no tenía posibilidades de ganar, para que, como se decía entonces, no la hiciera de tos y cuando la “calificadora” de la Legislatura diera por bueno el triunfo del candidato priista, saliera a declarar que reconocía su derrota. Le pagaron la mitad por adelantado y la otra mitad cuando cumplió).

Pero se guardaba la formalidad para decir que había democracia. Se hacían campañas, que demoraban varios meses, y aunque no había competidor de peligro, el llamado abanderado tricolor recorría todo el Estado en plan triunfal. El periplo costaba un mundo de dinero.

Para darle color a esas campañas se empezó regalando llaveros, lapiceros, bolsas para el mandato, mandiles, gorras, abanicos, destapadores, “utilitarios”, cosas pequeñas en comparación con lo que vino después.

No hubo límite cuando aterrizó Fidel como candidato. Gastó millones en relojes de pulso y de pared, playeras, gorras, camisas, chamarras, ventiladores (cuando giraban las aspas se dibujaba su nombre), paraguas (llegaron en contenedores de China) y un largo etcétera.

Todo el dinero que le daban el CEN del PRI, los petroleros, los ferrocarrileros, los transportistas, los ganaderos, los empresarios, el gobierno, no le alcanzaba, lo que llevó un día a expresar en corto al entonces gobernador Miguel Alemán Velasco que no tenía llenadera.

Fidel no solo daba propaganda, sino incluso repartía dinero en efectivo, para el pago de la luz, de la renta, del gas, de la medicina, de lo que la gente se inventara y le pidiera; además porque desde entonces ya soñaba con ser el próximo candidato a la presidencia. Javier Duarte era el tesorero de su campaña (ahí aprendió).

A todo eso se sumaba el pago a líderes de las colonias, y no solo se incrementó, sino que se encareció la compra del voto. Las campañas se convirtieron en un negocio que muchos esperaban cada tres años porque les dejaba tanto que podían vivir tres años sin trabajar mientras llegaba la próxima elección.

Con Javier Duarte no hubo gran diferencia, pero para entonces ya se repartían láminas, tinacos, cobijas, colchonetas, cemento, e incluso su jefa de prensa Gina Domínguez se dio el lujo de regalar plumas Montblanc, de miles de pesos.

En los últimos años ya hubo ley que supuestamente regulaba el gasto excesivo aunque en realidad las autoridades electorales se hacían de la vista gorda con el partido mayoritario.

Con la nueva reforma difícilmente cualquier candidato se podrá dar esos lujos en el proceso por arrancar, porque el recorte a la mitad, al financiamiento a los partidos, los limita. Ya no dará para votadera de dinero. No se crea, la reforma tiene sus cosas positivas.

 

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