La presencia de un nuevo virus en el mundo, encendió de inmediato las alertas de salud, pero conforme este se expandía en los países se hacían evidentes otras necesidades. La primera fue sobre la precariedad o malas formas de administración en los sistemas de salud, a la par la comunicación de datos y de inmediato la economía, misma que tiene una de sus bases en la fuerza laboral que se vio drásticamente modificada con las circunstancias. Pero también detrás de los trabajadores está la educación, la cual demostró la necesidad de una alfabetización digital para todas las generaciones, incluso a las que consideramos nativos digitales. Sabían cómo utilizar los dispositivos, pero no necesariamente aprender a través de ellos.
Con la pandemia llegó una necesidad urgente de reinvención. Constantemente se notan los comentarios añorando una normalidad, cuando lo que hemos de comprender es que lo normal es el cambio, no podremos volver tal cual a la misma situación, hemos de evolucionar para poder superar las actuales circunstancias y para lograrlo tenemos que analizar las señales de alerta y los errores cometidos al momento. Sin duda habrá que restructurarnos en diversos puntos, pero en esta ocasión hablaremos de dos que venían pidiendo con antelación un cambio: El trabajo y la educación.
La formación académica es uno de los pilares de nuestra vida, nos acompaña durante gran parte de la misma y si somos realistas, más allá de las aulas el ser humano vive en un aprendizaje constante. Sin embargo, al menos en México, la educación lleva años requiriendo una reforma, que se ha disfrazado con reformas laborales a la plantilla docente. Lo realmente urgente es transformar la manera de enseñar. Con la crisis sanitaria que aún atraviesa el país habrá que regularizar todo tipo de contenidos, pero también que revisar a profundidad si la manera en que hemos trasladado el conocimiento ha sido la más adecuada.
Uno de los problemas más graves de la educación en México es que los administrativos son los que toman las principales decisiones y son muy pocos los que tienen verdadera experiencia de lo que ocurre al frente de un aula, aún menos los que se dan a la tarea de realizar investigación de campo para conocer cómo establecer los procesos adecuados. Si a lo anterior sumamos las condiciones de desigualdad del país, es evidente que no se pueden unificar criterios y esperar aprendizajes teledirigidos cuando un gran porcentaje de la población no cuenta con las mismas herramientas.
El uso de herramientas y la evaluación de resultados esperados son un punto en común de la educación y la actividad laboral. Ambos espacios se vieron forzados a migrar en la distancia, pero México no estaba listo para tal salto, somos un país con retraso en formación digital y el uso de nuevas plataformas ha sido para un gran porcentaje un verdadero caos. Primeramente, se pidió tanto a las escuelas como a los trabajadores adaptarse a los hechos. No tengo la menor duda de que se presentaron todo tipo de esfuerzos, mas nadie contempló la necesidad de pasar por un proceso previo de adaptación y reaprendizaje, pues no todos saben cómo manejar plataformas digitales. Resultaría injusto desplazar a quien no sepa adaptarse sin antes brindar las debidas enseñanzas.
Después de unos meses bajo las mismas circunstancias hemos de entender que estos cambios no son algo temporal, hemos de aprender de lo experimentado en días recientes y comenzar a delimitar horarios. A los docentes se les pide cubrir los criterios de aprendizaje, sin dudan lo harán, pero hay que entender que la atención al estudiante a través de plataformas digitales debe ser mayor y requiere del doble de planeación, así como de la colaboración de padres que para involucrarse en los procesos docentes van a requerir flexibilidad laboral.
Lo mismo ocurre con el trabajo a distancia, pareciera que los empleadores entienden que trabajar desde casa equivale a disponibilidad perpetua, otros hasta exigen los mismos resultados de una oficina sin contemplar que no se tienen las mismas herramientas. Es necesario un respeto al individuo, entender que el trabajo desde casa no puede ser igual al de oficina, requiere de otras dinámicas, una mayor comunicación que no necesariamente es equivalente a vigilancia, es necesaria organización clara y delimitar correctamente las tareas según los objetivos, para todo lo anterior harán falta verdaderos líderes.
Se requiere una división entre los momentos de estudio, los momentos de trabajo y esparcimiento personal, de lo contrario los primeros terminan desplazando al último. Hemos trasladado malos hábitos del espacio físico al virtual. En medio de la contingencia se ha desarrollado una falsa urgencia que hay que aminorar para que lo verdaderamente urgente pueda ser atendido sin generar mayores desgastes. Nos hemos concentrado en cumplir y cubrir metas previas al confinamiento y lo importante sería entender que quizás las metas y necesidades han cambiado. En estos casos habrá que retomar los aprendizajes de Darwin y adaptarnos si realmente queremos sobrevivir.