El vergonzoso “affaire” protagonizado por el gobierno mexicano y el comediante e “influencer” de redes sociales Chumel Torres exhibió de manera directa y explícita, además del ya conocido autoritarismo rampante del lopezobradorismo en el poder, su avieso propósito destructor de las instituciones encargadas de vigilarlo.
Luego del “manotazo” presidencial que llevó a la cancelación del foro sobre racismo y discriminación al que el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) invitó al “youtuber” –conocido por hacer chistes clasistas y racistas, pero también por sus ácidas críticas y burlas a la mal llamada “cuarta transformación”, y al que todo este escándalo le ha significado una enorme publicidad gratuita-, López Obrador se mandó preguntar en sus conferencias mañaneras acerca de este organismo.
Mintiendo descaradamente, el presidente de México dijo el miércoles que ni sabía de la existencia del Conapred, organismo que hace dos décadas ayudó a crear un hombre verdaderamente de izquierda, Gilberto Rincón Gallardo, quien a mediados de los 90 renunció a su militancia en el PRD en desacuerdo con la manera de dirigirlo que tenía su entonces presidente nacional, que no era otro que Andrés Manuel López Obrador, que al ningunear al organismo mostró también su desprecio por su forjador y antagonista.
Para el jueves, López Obrador se quejó no solo de la existencia del Conapred, sino de la de todos los organismos autónomos reguladores que se encargan de vigilar el correcto cumplimiento de las leyes en áreas sensibles o estratégicas, como la de la generación de energía, la de la radio y la televisión y la del acceso a la información y la transparencia gubernamental.
Según López, estas instituciones aparecieron “como hongos después de la lluvia” para “comprar conciencias, comprar voluntades. Se fueron creando todos esos organismos para darle trabajo, empleo, a los allegados, y el pueblo, que es el que manda y es el que debe recibir los beneficios, ni siquiera sabe de la existencia de esos beneficios”.
Acusar de ignorante al presidente sería ingenuo y ocioso. Por supuesto que sabía de la existencia de organismos como el Conapred y de la labor que desempeñan y que ha servido, en este caso específico, para dar atención a los grupos vulnerables y con capacidades diferentes de este país. Las diatribas de López Obrador implican algo mucho peor que la ignorancia.
Lo que queda de manifiesto es la ya nada disimulada intención de este régimen de destruir todo el andamiaje institucional que se levantó a lo largo de los años por iniciativa no de los políticos, sino de una sociedad civil que presionó para que existieran órganos que vigilaran y garantizaran los derechos humanos, el derecho a la información, la rendición de cuentas, la libre competencia, la pluralidad en los contenidos de los medios concesionados y permisionados, la libertad de expresión, las elecciones libres y la equidad y respeto a las reglas de la contienda política. Todo, escudándose en la entelequia populista del mandato del “pueblo”.
Por eso personeros macabros del lopezobradorismo, como el senador Ricardo Monreal, presentan iniciativas para “fusionar” –cuyo verdadero objetivo es desaparecer- instituciones como el Instituto Federal de Telecomunicaciones, la Comisión Federal de Competencia Económica y la Comisión Reguladora de Energía, que aun cuando la retiró momentáneamente debido a las presiones y críticas, seguro esperará a tener condiciones políticas más propicias para activarla.
Por ello también el lopezobradorismo incluyó en su “culebrón” de la dizque BOA al Instituto Nacional Electoral y al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con el fin de acelerar su desgaste para tomarlos por asalto y controlar las elecciones venideras. Así no importará por quién vote la gente. El resultado de los comicios, igual que el de sus “consultas populares”, se sabrá de antemano.
López Obrador y su “4t” buscan no dejar piedra sobre piedra de todo aquello que se construyó en México no por gracia de los políticos ni de los partidos, sino por el empuje de una sociedad que exigió apertura y rendición de cuentas aún a costa de su sangre. Y en su lugar no ofrece absolutamente nada nuevo.
Solo un retorno a un centralismo que envidiaría Antonio López de Santa Anna. A un culto a la personalidad que ruborizaría a José López Portillo. Y a un autoritarismo que haría enorgullecer a Gustavo Díaz Ordaz.
Sí, la pandemia le ha caído como anillo al dedo al destructor, que sabe perfectamente el significado y alcance de cada una de sus palabras.
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