TRES DERROTAS DE AMLO Y UNA LECCIÓN.

Las tres derrotas que ha sufrido López Obrador en una semana y media tienen la gran virtud de enseñarnos cuál es el antídoto para su autoritarismo: la unidad activa de los atropellados.

Quienes deberían tomar nota, si quieren frenar la destrucción económica que está en curso, son los empresarios.

Mientras no se den a respetar –por la influencia de unos pocos ganadores momentáneos con la 4T–, no habrá reversa en las decisiones disparatadas que llevan al país a la ruina, a las empresas a la quiebra y a millones de mexicanos al desempleo y a la pobreza.

Lo sucedido ayer con la ‘ley Bonilla’ es importante, además del hecho en sí, porque la unidad de voces en defensa de la democracia le recordó a la máxima instancia del Poder Judicial cuál es su papel.

Y al Presidente, que hay límites a su fiebre de acumulación de poder.

Fracasó el laboratorio morenista para extender el mandato de López Obrador en la Presidencia, cuando ayer la unanimidad de los ministros de la Suprema Corte rechazó prolongar tres años el mandato del gobernador de Baja California.

La decisión echó abajo un golpe constitucional que fue estimulado, avalado y financiado por un círculo de amigos del Presidente. No lo pudieron sostener.

Y provocó un justificado regocijo que nos recordó la exclamación del humilde molinero que derrotó a Federico el Grande en una causa judicial contra el monarca: ¡Aún hay tribunales en Berlín!

Perdió el intento de sentar un precedente para extender el periodo de AMLO.

En la construcción de esa aventura estuvieron manos cercanísimas al Presidente, como Ricardo Peralta, subsecretario de Gobernación, que desde la dirección de Aduanas (que ocupaba) negoció y sobornó (según reveló el presidente del Congreso de Baja California, quien habló de un millón de dólares) para dar luz verde a la reforma de la Constitución local.

Ahí estuvo, de lleno, la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, que trató de pactar con el presidente del PAN, Marko Cortés, la aprobación de esa reforma. Disparó por la culata.

Luego la propia secretaria acudió, en representación de su jefe, a la toma de posesión del gobernador de BC, a quien le aseguró, en discretísimo diálogo, que la norma (aprobada por el Congreso del estado) iba a prevalecer.

En la maniobra estuvo el propio Bonilla, amigo íntimo de López Obrador, al que llevó a entrevistarse con los directivos de los Padres de San Diego.

Toda una conjura contra la democracia se vino abajo.

De ninguna manera es una victoria definitiva sobre el sector totalitario del gobierno.

Con el fallo no se curan la insensatez económica ni la desidia inhumana con que se enfrentó la pandemia, pero es una grata señal de que las instituciones están vivas.

Hay sectores de la sociedad que podrían dar la batalla, en sus ámbitos de competencia, para evitar la destrucción económica del país.

Los empresarios tienen músculo para hacerlo, y hasta ahora se comportan como súbditos que piden permiso en Palacio Nacional hasta para sacar un desplegado que llama a la concordia.

Otros sí se dan a respetar, porque toman en serio su representación.

Hace poco más de una semana el Presidente vio frustrada su toma del Poder Legislativo, cuando quiso imponer una ley que le otorgaba facultades plenipotenciarias para cambiar el Presupuesto a su gusto.

Falso que se suspendiera la sesión de la Comisión Permanente –que convocaría a periodo extraordinario del Congreso y votar esa ley– por recomendación de subsecretario de Salud, como dijo Mario Delgado, espadachín en jefe del proyecto presidencial.

Se suspendió porque la oposición se mantuvo unida. Ni un solo panista, priista, emecista o perredista se echó para atrás. Supieron decir no, argumentar, confrontar y derrotar la pretensión absolutista.

Con un solo legislador de oposición que negociara su voto o inasistencia, habría triunfado el golpe. No ocurrió. Aún hay sentido del decoro en los partidos.

Unidos, los médicos enrostraron al Presidente y su desprecio por esa noble profesión. Las federaciones y colegios de especialidades exigieron una disculpa pública de AMLO por haberlos tratado como hampones de bata blanca.

La opinión pública se puso del lado de los médicos y AMLO presentó, a regañadientes, a medias, una disculpa. La unidad y el sentido del honor se impusieron.

Tal vez los empleadores podrían tomar nota para saber cómo actuar cuando les rechazan todas sus propuestas.

Cuando el Presidente los regaña por no avisarle de sus convenios con el BID.

Cuando les dice potentados que no recibirán ayuda.

Cuando las malas decisiones del gobierno mandan a la quiebra a decenas o cientos de miles de empresas y a la calle a millones de trabajadores y empleados.

De decoro y de unidad hablamos al referirnos a los médicos, a los legisladores de oposición, a los ministros de la Corte.

Han tenido tres victorias sobre la embestida del Presidente, pero será una batalla diaria y de seis años.

López Obrador no entiende de colaboración, sino de subordinación.
De Pablo Hiriart

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