Horas después de que el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud del gobierno federal, Hugo López-Gatell, declarara que en México se estaba “aplanando la curva” de contagios, el mismo gobierno tuvo que salir a informar sobre un nuevo máximo de fallecimientos.
Por la mañana de este martes, el funcionario afirmó que se estaba ampliando el número de duplicaciones de contagios en el país, de cada cinco a cada seis días, por lo que desde su perspectiva se logró una disminución de entre 60 y 75 por ciento de casos de infección por el coronavirus SARS-CoV2, ya que su propagación, aseguró, se está ralentizando.
López-Gatell atribuyó este comportamiento a la aplicación de las medidas de la Jornada Nacional de Sana Distancia establecidas en el país por el gobierno desde principios del mes de marzo. Obvio, con el objetivo de atribuir a la administración federal el “éxito” de la estrategia.
Aun cuando desde el punto de vista estadístico sus afirmaciones puedan tener sustento y las estimaciones matemáticas hagan suponer que los contagios estarían en fase de descenso, esto será posible si y solo si se logra que la mayor población posible siga las recomendaciones de confinamiento en sus hogares.
Pero lo que comienza a ser cada vez más notorio es lo contrario. La población está saliendo a la calle para realizar actividades no esenciales y hasta de recreación. En algunas ciudades es posible ver restaurantes e incluso bares abiertos y con gente dentro –ni hablar de las fiestas clandestinas-, contraviniendo lo que hasta ahora solo son recomendaciones y no disposiciones gubernamentales.
A eso hay que añadir las decisiones criminales de consorcios empresariales como el de Ricardo Salinas Pliego, que obliga a los miles de empleados de sus diferentes negocios a trabajar en condiciones de riesgo, sin sana distancia ni medidas sanitarias mínimas, con la complacencia del mismo régimen que le ha adjudicado millonarios contratos para abultar aún más sus alforjas.
Así que resultaría precipitado sostener que se ha “aplanado” la curva de contagios en el país cuando éstos dependen, más que de los cálculos numéricos, del comportamiento de las personas, a las cuales este tipo de mensajes de apresurado optimismo –aunado a la incredulidad sobre la existencia de la pandemia que priva en algunos sectores y no necesariamente en los de menor nivel educativo- puede alentarlas a desoír los llamados a quedarse en casa, a evitar contactos multitudinarios y, en consecuencia, disparar las infecciones.
Y no tendría que pasar mucho tiempo para sufrir los resultados de la desidia y la irresponsabilidad. Este mismo martes, como señalábamos al principio de este escrito, la Secretaría de Salud dio a conocer un nuevo registro máximo de muertes por covid-19 en un solo día, con 236 fallecimientos en el país.
Estas cifras previsible y desgraciadamente irán en aumento en los días por venir por la propia acción devastadora del virus en los organismos de la población más vulnerable, por la saturación hospitalaria y por un índice de letalidad que, de acuerdo con los propios datos oficiales, es de 9.63 por ciento en México, mientras que en el promedio mundial alcanza 6.9 por ciento.
No es gratuito que este mismo día la Organización Panamericana de la Salud haya llamado a los países del continente a ser “cautelosos” con el desescalamiento de las medidas de contención, advirtiendo que “en Estados Unidos, Canadá, Brasil, Ecuador, Perú, Chile y México estamos viendo casos que se duplican en cuatro días o menos”, de acuerdo con la directora de este organismo, Carissa Etienne.
El problema es que desde un principio, en México se ha manejado la crisis de salud con criterios y cálculos políticos. Por eso se llamaba a seguir saliendo, a abrazarse, a consumir en todo tipo de establecimientos cuando la pandemia ya había llegado al país.
Pero la imagen de un gobierno no puede estar por encima de la salud pública. Aplaudir antes de tiempo puede ser mortal.
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