Por: Norma Meraz
En un país como México –catalogado entre los emergentes– con 130 millones de habitantes, de los cuales la mitad son pobres y, de esos, la mitad sobreviven en pobreza extrema, una pandemia como la que nos está azotando dejará a su paso problemas y heridas profundas en una sociedad ya de por sí dividida, polarizada, empobrecida.
En el año 2000, cuando se da la alternancia política en la Presidencia “gracias” a que los mexicanos imploraban un cambio de régimen, luego de 70 años de gobiernos priistas, el Partido Acción Nacional y su abanderado Vicente Fox crearon grandes expectativas, pues con sólo la palabra “cambio” se generó la idea de que, en automático, el cambio sería para mejorar.
El tiempo se encargó de abrirle los ojos a la sociedad. El candidato dicharachero y abierto, sorprendió el uno de septiembre, fecha de su toma de posesión en el recinto oficial junto con un enorme crucifijo –por ser católico, cuando nuestro gobierno es laico– y, haciendo añicos el protocolo inicia la ceremonia saludando por su nombre a cada uno de sus hijos.
Vicente Fox, el hombre de las botas, como se le conocía allende nuestras fronteras, gobernó seis años a un país que su antecesor, Ernesto Zedillo, había dejado con la maquinaria del Estado bien engrasada.
A Ernesto Zedillo le tocó enfrentar el llamado “error de diciembre”, cuando millones de millones de pesos y dólares salieron del país y hubo que tomar medidas dolorosas, pero finalmente entregó a su sucesor un país con buenas finanzas públicas y alejado del partido político que lo había llevado a la Presidencia, el PRI, con el cual estableció “una sana distancia” desde el momento en el que triunfó en las elecciones.
Dos regímenes panistas sucedieron a Ernesto Zedillo.
Vicente Fox entregó la estafeta a Felipe Calderón, también de Acción Nacional, y toca a este Presidente declarar la guerra al narcotráfico, acción que trajo como consecuencia una etapa negra en la historia de México. Se desbordaron los asesinatos, creció la criminalidad y sus efectos nocivos llegan hasta nuestros días.
Después de ese sexenio regresa el Partido Revolucionario Institucional al poder. Enrique Peña Nieto gana las elecciones y como un chamaco inmaduro e inexperto que era deja en manos de amigos y paisanos mexiquenses el asunto de gobernar.
El saldo que deja Peña Nieto es un país hecho trizas, saqueado, desfalcado, endeudado, que hizo más ricos a los ricos y más pobres a los pobres.
Y como queda una casa después de una señora fiesta, con vasos y copas, botellas regadas, colillas de cigarro colmando los ceniceros y con un olor a fermento, así dejó Peña Nieto al país.
Los mexicanos, hartos de tanto abuso –la llamada Casa Blanca, la Estafa Maestra, la casa de Malinalco, la casa en el club de golf en Ixtapan de la Sal–, optaron por el personaje que durante 18 años había hecho campaña y prometía un México justo, con la cara limpia, austero… un gobierno eficiente y con respeto absoluto a los derechos humanos y a las instituciones republicanas.
Así, las urnas se llenaron de votos para Andrés Manuel López Obrador, un Presidente que emula a Don Benito Juárez pues por principio se acomodó a vivir nada menos que en Palacio Nacional.
Un Presidente que al cabo de 16 meses de gobierno deja muy en claro querer recuperar el poder y que aspira a ejercerlo de manera centralista.
Tenemos hoy un gobierno vertical que ante eso, la sociedad per se, tiene que buscar caminos que la lleve a un destino cierto, porque el Ejecutivo va paso a pasito, jalando todos los hilos del poder, amén de que “ve moros con tranchete” en todo aquel que no está de acuerdo con lo que dice o quiere , llamándoles conservadores, enemigos de la democracia .
Sin duda esta es una Presidencia vertical. El gabinete que nombró para que le ejecutaran las líneas de su programa de gobierno está acotado. Sus integrantes no deben abrir la boca si no es para repetir su narrativa. En todo caso, si hablan por su cuenta, de inmediato los corrige contradiciéndolos.
De toda suerte conque sus –empleados– colaboradores, atados de manos, sujetos al ánimo matutino, son como estatuas de sal y en todo caso los héroes de la 4T.
El Presidente López Obrador, les va a todas, como todólogo, en lugar de delegar pues no son pocos los problemas que hay que atender como la pandemia, la crisis económica, la migración, la criminalidad y ya empieza la epidemia de sarampión y poliomielitis, cuando estas últimas ya estaban erradicadas en nuestro país.
Al Presidente López Obrador le costó mucho aceptar la llegada del Covid-19 y se resiste a aceptar lo que viene luego de la crisis sanitaria.
Por lo pronto, durante este periodo de aislamiento se ha agudizado la violencia contra las mujeres, el 83% de los niños viven en medio de la violencia intrafamiliar y ha crecido el número de homicidios, que no es problema menor.
Sin embargo, en lugar de centrar la atención en la solución de problemas severos como el desempleo – -20 mil al mes–, en su afán de concentrar aún más poder, el Jefe del Ejecutivo quiere que se modifique la Ley del Presupuesto, o sea, enmendarle la plana a la Cámara de Diputados y con manga ancha disponer a discreción de los recursos públicos.
Lo que si es que vemos a un Presidente enojado y dejando en claro que la política y la economía las lleva él, luego de dinamitar la relación con los empresarios mexicanos.
Con la modificación de la Ley de atribuciones hará de la actual democracia una democracia absolutista y un sistema centralista como el nuestro acaba siendo un sistema disfuncional.
¿Quién dijo democracia?
¡Digamos la Verdad!