“Para dialogar, preguntad primero; después…, escuchad.”
Fray Antonio de Guevara
Atendiendo a la forma en que nos expresamos verbalmente, nosotros mismos dificultamos nuestras conversaciones, precisamente por no ordenar nuestras ideas, así como tampoco nuestras palabras, para darnos a entender correctamente.
Con angustia comprobamos que lo que menos se enseña en las escuelas en la actualidad es la gramática, pues a profesionistas les he recomendado que se expresen con sintaxis, pero todos desconocen por completo que parte de la gramática es eso.
En todo momento y en cualquier lugar, el diálogo ha sido desde siempre la llave para poder concertar y tener acuerdos satisfactorios, pero también es el fundamento de una democracia, siempre y cuando, de lo que se esté dialogando se tenga conocimiento, pues si se desconoce el fundamento de lo que platicamos, se puede convertir en palabrería vulgar, pudiendo afirmar de esta manera que, nuestra plática es insulsa y si se lleva a cabo en una relación de supra a subordinación y se desconoce del acto o del hecho, no existirá gobierno democrático con una relación de entendimiento sin un diálogo para desarrollar sus funciones, siendo forzosamente necesario que se conozca de aquello de lo que se conversa.
Pero se ha popularizado el hablar solamente para denostar, para agredir, ya no es llegar a un entendimiento y una buena relación, sino denigrar aunque no se tenga comprobación. En mi artículo del sábado anterior, hice referencia de Emilio Ruggeiro, al ufanarse de querer hacer quedar mal al ex presidente Calderón, en donde solo acudió a insultarlo sin admitir diálogo alguno, o sea que “timbró en la puerta y salió corriendo”, sin atender ninguna razón ni explicación. De la misma forma, cualquier persona, si no permite explicaciones razonables y, sobre todo que, por su capacidad que no se encuentre al nivel y equilibrio de aquello que se pretende conversar, será de imposible aceptación.
Los rumores y los chismes son los actos más apreciados por las personas sin educación y sin criterio, quienes sin que les emitan ninguna prueba, aceptan el sensacionalismo de lo que se les comenta, pero nunca recapacitan sobre la veracidad de aquello que fue tan fantástico para sus oídos, que condenaron sin probar, ni juzgar y son incapaces de escuchar razones o someterlo a comprobación.
En los humanos, dar a conocer nuestras ideas es un impulso vital, pues la comunicación es la apertura de un canal de información, de intercambio de aprendizajes y conocimientos, y es parte esencial del mundo de relaciones al que debe aspirar la persona.
Pero muchas veces, el hablar puede convertirse únicamente en ruido, en monólogo o cortina de interferencia que destruye la doble vía de comunicación ideal, creando un canal directo sin admisión de la expresión básica de la otra parte, pues los demás con quienes nos contactamos para dialogar, tienen la misma necesidad de expresión que nosotros.
Conozco un pensamiento que reza: “Un dialogo es el alma de toda relación. Desgraciadamente los obstáculos al diálogo son muchos y muy pocos quienes los superan”, Si conocemos que el diálogo es la base para un buen entendimiento, estaremos dispuestos a saber escuchar, considerando además que nuestros diálogos sean concretos, claros y concisos, ya que, al interactuar, podamos comprender y expresar lo que sentimos u opinemos de una forma congruente y precisa. Seremos el receptor capaz de captar lo que nos expresan y el interlocutor de lo que hablamos con sencillez y honestidad.
También es posible discutir, pero sin considerar que es para insultar o humillar al otro, pues si el diálogo es compartir argumentos distintos de un mismo tema con el objetivo de llegar a un fin común, discutir es tratar de convencer a la otra u otras personas de lo que se está convencido y es lo que se considera cierto, y que los demás se encuentran equivocados.
Señala un proverbio: “Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio”, atendiendo también que, en algunas ocasiones, el silencio es muy elocuente, y en otras puede ser cobarde.
He guardado algo que leí hace tiempo y lo trascribo así, por considerar que es propio conocer y es además base para un buen entendimiento:
“HABLAR oportunamente, es acierto. HABLAR frente al enemigo, es civismo. HABLAR ante una injusticia, es valentía. HABLAR para rectificar, es un deber. HABLAR para defender, es compasión. HABLAR ante un dolor, es consolar. HABLAR para ayudar a otros, es caridad. HABLAR con sinceridad es rectitud. HABLAR de sí mismo, es vanidad. HABLAR restituyendo fama, es honradez. HABLAR aclarando chismes, es estupidez. HABLAR disipando falsos, es de conciencia. HABLAR de defectos, es lastimar. HABLAR debiendo callar es necedad. HABLAR, por hablar, es tontería.
CALLAR cuando acusan, es heroísmo. CALLAR cuando insultan, es amor. CALLAR las propias penas, es sacrificio. CALLAR de sí mismo, es humildad. CALLAR miserias humanas, es caridad. CALLAR a tiempo, es prudencia. CALLAR en el dolor, es penitencia. CALLAR palabras inútiles, es virtud. CALLAR cuando hieren, es santidad. CALLAR para defender, es nobleza. CALLAR defectos ajenos, es benevolencia. CALLAR, debiendo hablar, es cobardía”.
Así como puede ser un arte el bien hablar, también es válido un arte de bien escuchar, siendo fundamentales ambas cosas en un entendimiento entre personas, pero si falta alguna de estas, se cae en palabrerías ofensivas con la idea de que, quien grite más fuerte, quien mienta más, o encuentre mejores pretextos, o mejores perros flacos a quien cargarle las pulgas, sea quien gane.
Completa razón tiene quien haya pronunciado la frase: “El diálogo es la base del entendimiento de las personas cultas.”
No creo que pueda ser digno de reconocimiento aquella persona que, usando un medio de comunicación oficial, hable solamente para acusar sin probar, alabarse de ser el iluminado y único de resolverlo todo, pero por culpa de alguien a quien no le ha podido comprobar nada, todo, pero absolutamente todo, esté peor que antes.