¿A quién le hacemos caso?

“Datos e información no son lo mismo”, esta lección la aprendí de un amigo cercano que me explicaba la diferencia de recibir datos en todo momento y otra es comprenderlos. Al navegar en internet vemos infinidad de noticias y comentarios respecto a los sucesos de nuestro entorno, cualquiera con acceso a un televisor puede obtener distintas narraciones de los canales de televisión abierta y otros tantos en menor magnitud buscarán conocer la opinión de expertos a través de la televisión de paga. Sin embargo, un menor porcentaje buscará fuentes científicas, contrastará los datos y hará un análisis profundo para verdaderamente estar informados.

En 1938 Estados Unidos vivió un hecho insólito, seguramente más de un lector conocerá la historia de que a través de una narración ficticia en un programa de radio, la población entró en pánico y realmente creyó que eran partícipes de una invasión alienígena. De acuerdo a Esteban Illades, este podría ser uno de los mejores antecedentes para entender el impacto de las noticias falsas.

En esa época la radio era uno de los principales medios de comunicación, las familias se reunían para escuchar todo tipo de narraciones y acontecimientos, por ello no es de extrañar que algunas personas se hayan sentido sorprendidos con la narración de “La guerra de los mundos” de Orson Welles. Al día siguiente del evento los medios de manera anecdótica reportaban pánico, miedo, caos. Más no presentaron en sus descripciones datos estadísticos de cuántos fueron los hogares que verdaderamente sintieron terror al escuchar el programa.

El autor de Fake News, menciona que la falta de estos datos duros sí pudo tener un impacto real en las legislaciones de medios de comunicación, que de haberse llevado a cabo hubieran coartado la libertad de expresión. Aunque al final nada de esto sucedió, sí quedó un precedente. Hay personas que no cuestionan la inmensidad de datos que reciben, basta con considerar a la fuente como una autoridad o alguien con suficiente conocimiento, para repetir los datos recibidos como algo incuestionable.

De ahí la responsabilidad ética que tiene cualquier medio de comunicación, porque pueden ser la fuente primigenia de muchas personas, moldear la opinión de una sociedad e incluso tener cierta responsabilidad en las acciones de los individuos. El ideal sería que cada persona fuese consiente de los datos que se le brindan, que corroborara los hechos, sin embargo, para ello se requiere de un análisis profundo que en ocasiones va de la mano con la educación y por desgracia en nuestro país los niveles de educación tienen mucho que mejorar.

En distintas regiones de nuestro país todo lo que se emite a través de las pantallas o medios impresos es una verdad suprema, principalmente en los estratos socioeconómicos más bajos, lo emitido en los horarios estelares por los conductores es un gran referente. Por eso es tan delicado que en cadena abierta se haga un llamado con todas sus palabras donde el mensaje principal es no hacer caso a las autoridades.

Si bien la libertad de expresión permite que se cuestione si las acciones implementadas son las más convenientes, en medio de una contingencia sanitaria, con consecuencias posteriores que impactarán a la economía, lo peor que puede hacerse es generar una polarización, contradecir las medidas de seguridad que se han establecido a nivel mundial. El mayor problema llega cuando los medios de comunicación que tienen mayor impacto en la sociedad, son los que están al servicio del poder o intereses particulares. No es la primera vez que una televisora tiene discordias con el gobierno, pero sí resulta insólito para algunos que estas discordias se presenten pese a infinidad de acuerdos y favores.

En estos momentos el único llamado que todos deberíamos hacer es el de la responsabilidad y el sentido común. Entender que las restricciones son una medida de prevención, no sólo por el impacto que un virus pueda tener en las personas, sino por las condiciones que enfrenta el sistema de salud. No es una medida pensada en ciertos individuos, es una súplica social, un llamado de empatía y reflexión profunda.

Y antes de compartir cualquier dato con alguien más procure verificar el origen de la fuente, la desinformación puede desencadenar caos, pánico y un temor que impacte negativamente en el país. Hoy más que nunca necesitamos a México unido e informado.

 

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