Mientras la entrada a la Fase 3 de la emergencia sanitaria por Covid-19 es inminente, el sistema público de salud se enfrenta a un conflicto que pone en gran riesgo su capacidad para hacer frente a lo que se viene: la carencia de insumos de salud y protección para el personal médico.
Cada vez hay más quejas y denuncias –tanto anónimas como abiertas- acerca de las condiciones de precariedad en las que médicos, personal de enfermería, asistentes e incluso trabajadores administrativos de centros públicos de salud de todo el país tienen que trabajar en estos momentos de emergencia, mismas que ponen en peligro no solamente la salud de los pacientes de Covid-19 –y de todas las demás enfermedades que requieren hospitalización-, sino la propia.
No por nada, se han reportado en varias ciudades del país brotes de contagio por el coronavirus de hasta decenas de médicos en un solo hospital, mientras que también se ha confirmado la muerte de algunos más tras dar atención a otros pacientes.
Si esto sucede no es por otra cosa sino porque no cuentan con los insumos necesarios básicos para su propia protección, como los cubrebocas N95 especiales para atención hospitalaria, e incluso se enfrentan a la ausencia de protocolos unificados y hasta de capacitación para enfrentar una emergencia inédita como la que sucede en este momento, lo cual ha dado pie a varias protestas del personal hospitalario de instituciones como el IMSS, el ISSSTE y los servicios estatales de salubridad.
Es el caso de Sector Salud en el estado de Veracruz, donde hasta hace menos de diez días se continuaba obligando al personal administrativo en su totalidad a presentarse a laborar en oficinas centrales, sin mayores medidas de prevención de contagio que algún dispensador de gel antibacterial ni “sanas distancias”. Todo con tal de seguir el (mal) “ejemplo” presidencial de no evitar el contacto público.
A las malas condiciones para desempeñar su titánica labor, hay que agregar que el personal médico también está enfrentando –increíblemente- la incomprensión, la discriminación y la histeria desatada entre la población, que lo mismo los agrede física y verbalmente cuando fallece algún paciente, los intimida para que no regresen a sus hogares tras sus jornadas de trabajo y hasta amenaza en turba con quemar centros de salud que reciban enfermos de Covid-19.
Pero éste no es siquiera el peor de los escenarios. En palabras del subsecretario de Salud Hugo López Gatell, el principal reto de la Fase 3 será contar con suficiente espacio, camas, personal, ventiladores y monitores para atender al número de contagiados, que de manera inevitable se incrementarán exponencialmente.
Lo anterior no es materia especulativa: ahora mismo el gobierno despliega la reconversión hospitalaria a marchas forzadas, habilitando estacionamientos, auditorios e instalaciones deportivas para recibir al gran número de enfermos que se estima arroje la fase de propagación más intensa del virus, que hasta el corte de este 15 de abril ya ha dejado en México 449 muertos y cinco mil 847 contagios de manera oficial. Aunque ya es sabido que el estimado real de esas cifras debe multiplicarse por ocho, por lo menos.
Viene lo peor. Y no hay certeza de que, sociedad y gobierno, estemos preparados para eso.
Vileza
Y en tanto el país enfrenta el desafío más importante de su historia reciente, el presidente de la República no deja la politiquería e intenta de nueva cuenta aparecer en las boletas de las elecciones intermedias de 2021, ante la caída estrepitosa de su partido en las simpatías ciudadanas.
Un acto de vileza extrema que lo desnuda y exhibe su verdadera dimensión política e histórica.
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