El papel del periodista en tiempos de riesgo

¿Debe encerrarse en casa un periodista?

Esta provocativa cuanto sugerente pregunta la hizo en su cuenta de Twitter el periodista Pascal Beltrán del Río, Director Editorial del diario Excelsior y conductor del noticiero de radio Imagen Informativa Primera Emisión el pasado 14 de marzo cuando ya estaba declarada la emergencia por el Covid-19 coronavirus.

Invitaba a opinar.

No, rotundamente no, opino.

En su libro Cartas a un joven periodista, José Luis Cebrián, director-fundador del diario español El País, ante la pregunta ¿Qué es ser un periodista? responde recordando un adagio británico que resume la respuesta: salir a la calle, ver lo que pasa y contarlo a los demás.

Se puede decir que eso cualquiera lo puede hacer y en parte estará en lo cierto, y como ejemplo ahí están los cirbernautas que desde sus teléfonos celulares reportan a través de las redes sociales textos que redactan a su manera e imágenes de hechos que captan y que consideran de interés aunque muchas veces los editan para darles un enfoque personal por algún interés que tengan; no cumplen con el rigor profesional de un periodista.

El reportero, el verdadero periodista lo hace con sentido profesional, con base en las preguntas clásicas qué, quién, cómo, cuándo, dónde y por qué, con el sentido de la oportunidad, de la novedad, con apego a la veracidad y con una redacción caracterizada por la brevedad, de ser posible, así como con claridad y despojado de cualquier interés personal, siempre pensando en la colectividad.

Ciertamente, el periodista es un ser humano como cualquiera pero es diferente al hombre común porque al verdadero periodista lo guía una vocación especial, actúa con sentido ético, con responsabilidad, siempre consciente que el suyo es un oficio de riesgo, que se requiere de una condición especial para aguantar mal pasadas e incomodidades, que sabe que el suyo es un trabajo de 24 horas, esto es, que no tiene horarios porque las noticias no lo tienen, que debe saber redactar y que, por sobre todo, debe anteponer su deber al servicio con los demás.

Sí, el periodista, el reportero debe salir a la calle en tiempos de pandemia; en entrega el suyo es como el oficio o la profesión del médico, de la enfermera, del policía. Tiene que salir a la calle, al lugar mismo de los hechos para atestiguar lo que está pasando e informarle a los demás. No es un héroe, por supuesto, pero desarrolla un instinto especial para autoprotegerse. Su trabajo tiene un profundo sentido social, que en especial los gobernantes no lo ven y menos quieren reconocer.

A mí me apena, y lo lamento, que, al menos en el caso de Xalapa aunque creo que en muchas ciudades más del Estado, la práctica del oficio periodístico se deformó y se redujo a ir a sentarse en un café, a esperar a que alguien llegue y diga lo que quiera o lo que le interese, a grabarlo, a transcribir y enviar su información, lo que lo convierte además en un periodismo –si es que así se le puede considerar– de dichos pero no de hechos.

Hasta ahora no he sabido de algún compañero que del café salga a verificar que lo que se le declara es cierto, a recoger el testimonio de otros aludidos para contrastar las versiones y darlas a conocer, a buscar al funcionario señalado para pedirle su opinión, cosas que a los reporteros de mi generación (Luis Velázquez, Raúl Peimbert, Rodolfo Poblete, entre muchos aunque hoy ya pocos sobrevivimos activos) nos enseñaron nuestros mayores y que practicábamos y aplicábamos rigurosamente.

Por fortuna hay un reducido grupo de reporteros investigadores, la mayoría jóvenes mujeres, que nunca van al café sino que salen a la calle, van a las comunidades a investigar, a verificar, a dar testimonio de la realidad que nos ocultan los gobernantes, a entrevistar a las víctimas, a darles voz a los desposeídos, a ser la voz incómoda para la clase gobernante y legislativa, pero también el acceso a la verdad de toda la población. Por ellas, por ellos, siento un gran respeto y una gran admiración.

Estos son los que seguramente no están encerrados en su casa en este tiempo de crisis, que los otros compañeros si no están encerrados en su casa hace mucho tiempo se encerraron en un café y lo que ven o escuchan desde ahí es toda su realidad, pero muy ajena a la generalidad, a la diversidad (el año pasado en un foro en la Universidad de Xalapa preguntaba yo a los jóvenes estudiantes de la carrera si creían que valía la pena ir a estudiar cuatro años y a consumir otro con la tesis, con el consiguiente sacrificio económico de sus padres, para terminar haciendo periodismo sentados en un café).

La pregunta de Pascal de alguna forma ya me la habían formulado en mi familia cuando me pidieron que por ningún motivo salga a la calle. Ya no soy reportero como lo fui durante muchos años en la calle, en las comunidades, recorriendo el Estado (en mayo próximo cumplo 50 años en el medio) pero no dejo de serlo cuando indago, entrevisto, recurro a diversas fuentes informativas para enriquecer mis columnas. El deber me llama y con todas las medidas de precaución salgo a la calle para ver el panorama. No me gusta escribir solo de oídas, de lo que me cuenten.

El verdadero reportero, así sea que se cubra la cabeza con una escafandra de buzo y se enfunde en un traje de astronauta, debe salir a la calle, ver lo que pasa y contárselo a los demás.

Siempre he admirado a los corresponsales de guerra, los reporteros con un gran valor y una gran audacia, hechos para estar en primera línea o en las trincheras bajo fuego para contar a otros lo que sucede, aun a costa de su propia vida y sacrificando su vida familiar.

Es una clase de periodista fuera de lo común, que aparte de que no mide el peligro se predispone a vivir en verdaderos infiernos, en las peores condiciones, en las que algún tipo de comodidad es impensable.

Ante el peligro, ellos jamás piensan quedarse en casa. Sienten un deber profesional y lo cumplen.

Hay otros que están dispuestos a cubrir sucesos que nadie más lo haría. Por ejemplo los que han informado desde el lugar mismo de los hechos las catástrofes nucleares como la de Chernobyl en Rusia o la de  Fukushima en Japón.

Hoy, ahora mismo hay quienes nos tienen al tanto de la situación que se vive en el mundo por el Covid-19, que nos dan su testimonio escrito o gráfico y que, por supuesto, están expuestos a la enfermedad y hasta la muerte debido a ello.

Es cierto, a diferencia de las guerras donde no hay ninguna forma de protegerse ante explosivos, por ejemplo, en otros escenarios es posible salir a trabajar con trajes especiales, pero el periodista sale (la Fundación Gabo publicó consejos de autoprotección para periodistas que cubren el coronavirus https://fundaciongabo.org/es/noticias/articulo/coronavirus-guia-para-comunicar-y-estar-informado-sobre-la-pandemia).

En lo local, durante todo este periodo, muchos compañeros, no tengo ninguna duda, desde muy temprano saldrán a reportear, a tomas fotos, a filmar, cubiertos con tapabocas, con guantes, como puedan, para cumplir con su deber profesional. Porque sé lo que implica, rogaré a Dios por ellos.

No, el verdadero periodista no puede, no debe quedarse encerrado en casa.

 

 

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