“Nada importa. Hace mucho que lo sé. Así que no merece la pena hacer nada. Eso acabo de descubrirlo” Esta frase desgarradora es la insignia de un libro que nos recuerda el significado de la vida, fue escrito pensado en adolescentes, sin embargo narra hechos desgarradores, llenos de dudas existencialistas, aptas para cualquier edad. Pese a ser un libro que de primera lectura podría considerarse fuerte, si se hace un análisis profundo del mismo descubriremos qué dota de sentido al ser humano.
El ser humano es complejo, su formación y entorno a temprana edad repercute en los adultos que deambulan en distintas situaciones. Los psicoanalistas dirán que los viciosos tienen una fijación en su etapa oral, otras teorías buscarán los daños sociales en la falta de amor maternal, en las carencias emocionales del hogar. Algunas teorías modernas culparán al presente, quizás el desarrollo tecnológico es responsable de la carencia de vínculos, el consumismo hizo que los afectos emocionales disminuyeran, en fin, hipótesis podríamos tener muchas.
La realidad es que enfrentamos una sociedad cada vez más compleja, en la que el sentido de la vida es un cuestionamiento constante, sin embargo rara vez el individuo hace un análisis profundo para encontrarlo, resulta más sencillo ante los casos presentados encontrar un responsable y continuar como si no ocurriera nada. Así pasó con el caso de Torreón. Un menor de edad se suicidó después de disparar a su maestra y otros compañeros, el morbo hizo que la noticia se popularizara pero con la misma rapidez se desvaneció, igual que ocurrió con el caso de Monterrey, igual que se olvidan las fallas sociales.
El caso no es una situación menor o aislada, tampoco es responsabilidad de un solo elemento. Es un conjunto de carencias afectivas, psicológicas, emocionales y quizás aún más profundas que afectan a cualquier individuo y debería seguir hablándose al respecto para evitar más tragedias similares. Es la falta de responsabilidad conjunta ante la violencia constante que afecta a nuestras familias. El ser humano es complejo, pero siempre ha requerido de la sociedad para desarrollarse como tal, para explorar su potencialidad y descubrir que tan bueno o malo puede ser.
José Ángel era un niño de 11 años, que había perdido a su mamá, que acudió con armas a un lugar que debería ser seguro para él y sus compañeros. Los informes presentados decían que se desconocía si su entorno era disfuncional o agresivo, pero este no se compone únicamente de los miembros de la familia, la exposición mediática nos habla constantemente de guerras y atentados, el acceso a internet sin control permite encontrar datos de cualquier rubro, vivir en una ciudad que se distingue por tiroteos, muertos y desaparecidos no habla de un lugar armónico y seguro, por el contrario influye en la psique de todos su habitantes.
El problema es que ante estos hechos nos escandalizamos, morbosamente queremos identificar que está mal con el sujeto que atento contra su vida y la de otros, pero no adquirimos la responsabilidad social que nos corresponde, nos olvidamos de la influencia que tenemos en otros y peor aún pese a los hechos popularizamos el tema por unos días, dejando de lado las acciones que se requieren para un entorno mejor.
Los casos como el de Torreón pueden evitarse si cada uno de los que conformamos esta sociedad nos involucramos en conocer más sobre los niños, nos preocupamos por orientarlos sean o no hijos nuestros y activamos redes de apoyo. El núcleo de un ser humano es extenso, no se reduce a un hogar, pero si en cada uno de sus vínculos se siente abandonado, no le queda nada y nada importa.