Sin límites

El machismo no reconoce diferencias de clase, religión, oficio o profesión ni instrucción. Y la violencia machista menos. Acaba de ingresar al ya multitudinario grupo #MeToo la muy reconocida y prestigiada escritora Elena Poniatowska al dar a conocer públicamente que hace poco más de seis décadas fue violada por el escritor Juan José Arreola y su primer hijo es fruto de esa agresión.

Lo que resulta inexplicable es la actitud de la familia Arreola tratando de salvar la reputación del escritor y lo único que hacen es hundir más su imagen. Veamos, ¿qué razón habría para que Elena Poniatowska inventara una historia que la afecta a ella, a su hijo y en general a su familia? No aparece ninguna con una razón lógica. En cambio la familia no puede asegurar que no ocurrió y las cartas que ha sacado a la luz sólo exhiben la prudencia que durante tantos años mostró la escritora y que le exigen ahora en una muestra sorprendente de la capacidad humana para agregarle infamia a la infamia. O quizá sólo les preocupa que las regalías disminuyan.

Lo que se ha visto en los últimos meses con las protestas de universitarias que han sido acosadas por profesores y las denuncias de mujeres que han señalado a famosos muy famosos de comportamiento indigno pone de manifiesto que en la violencia contra las mujeres no importa si eres un laureado escritor, un albañil, un reconocido productor o actor, un prestigiado académico, un encumbrado político o un oficinista, la violencia surgirá en cualquier momento porque la idea de la mujer como objeto para complacer a los hombres que ha sido la égida del aprendizaje de roles en el imaginario colectivo está escondida o a flor de piel, según los casos.

Quienes no han pasado por un proceso de reflexión y aprendizaje sobre los derechos de las mujeres y, sobre todo, quienes no han tratado de aplicarlo en la intimidad de sus hogares seguirán los criterios viejos con los que crecieron y que les reforzó la sociedad, los amigos, las canciones, las películas, las novelas, las telenovelas o la publicidad.

No faltará quien diga que eran los tiempos, que hace 60 años no se hablaba de feminismo, ni derechos de las mujeres, pero una violación siempre ha sido un acto agresivo y se trataba sólo de seguir una conducta digna y respetuosa con una alumna que como se vio a la larga era una promesa de calidad que se cumpliría.

Aplaudo a todas las mujeres que ahora denuncian estos hechos, que han desafiado a hombres de poder, pero también debemos preguntarnos cuántas carreras políticas, académicas, de actuación, artísticas o científicas quedaron sepultadas porque las mujeres no accedieron a cambiar favores sexuales por éxitos profesionales. Como ha sucedido en otros casos, otra voz ya se levantó para corroborar que el “maestro” cobraba en forma indebida sus enseñanzas.

Si como escritora admiraba a Elenita, si reconocía su valor por decir sin tapujos sus opiniones políticas, hoy mi reconocimiento y admiración crece por su valor para denunciar públicamente esa salvaje agresión de que fue víctima.

Son este tipo de denuncias las que motivaron el despido de Matt Lauer de 59 años, presentador de las cadena NBC; la empresa Amazon dejó fuera de la serie Transparent al actor de 73 años Jeffrey Tambor; el escritor e intelectual Leon Wieseltier exdirector de New Republic fue despedido de una editorial que publicaría una revista de su hechura; el periodista Mark Halperin fue suspendido por la cadena NBC después de ser acusado por cinco mujeres de acoso sexual; gracias a una investigación del diario Los Angeles Times se supo que 38 mujeres fueron acosadas por el director de cine Jame Tobak y a raíz de esa nota otras 200 dieron a conocer que también las acosó; Glenn Thrush reportero del New York Times fue despedido por el diario cuando se documentó su acoso a colegas; Roy Price el jefe de Amazon Studios fue despedido después de que una productora denunció su comportamiento, y políticos, tanto demócratas como republicanos, están siendo investigados por denuncias de esta naturaleza. Ojalá fueran los únicos caso, pero lamentablemente la lista de ejemplos es larguísima.

Ese tipo de justicia todavía no llega aquí. En el caso del escritor Juan José Arreola su legado literario se oscurece con la denuncia de su comportamiento con las mujeres, puesto que ya falleció, pero queremos ver el día que un director general, un subsecretario o un diputado enfrente este tipo de acusaciones y se aplique la ley, incluso más severamente por tratarse de servidores públicos o representantes populares. En este mismo espacio he referido casos documentados de acoso y discriminación contra mujeres en dependencias públicas y, como ya muchos imaginan, no ha pasado nada. Una reprimenda, obligarlos a dar una disculpa privada y es todo. En los peores casos, quienes pierden el empleo o son mayormente acosadas son las mujeres.

Sólo una justicia que sirva justamente para eso, para impartir justicia, castigo para los culpables de acuerdo con la falta y la cultura de la denuncia se extenderá. Mientras no sea así, sólo se promueve el silencio.

Por ahora, bravo por Elenita con el enojo retroactivo de que haya tenido que atravesar por esa terrible experiencia, pero su denuncia se convierte en ejemplo y el terrible malestar por hablar de ello públicamente es útil para otras mujeres.

ramirezmorales.pilar@gmail.com

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