El llamado robo de hambre conocido como “Hurto Famélico”, que consiste en la sustracción de productos de primera necesidad por alguna persona sin emplear los medios de violencia física o moral, para satisfacer sus necesidades personales o familiares del momento. Es sumamente común, mismo que no debería ser castigado, sin embargo, desde el año de 2003, desapareció esta figura como excluyente de delito en el Código Penal para el Distrito Federal, hoy Ciudad de México.
Ante esto, es necesario mencionar que, a principios del presente año de 2019, en un diario nacional apareció una nota que indicaba: “Hay 5 mil presos por robar comida; penas de hasta 10 años de cárcel”, en el que se narra la gran población de reos en los reclusorios que se encuentran procesados unos, y sentenciados otros, y en los que se destacan estas resoluciones: “Seis meses de cárcel y una multa de cuatro mil pesos por un daño ocasionado de 105 pesos.” “Tres años en prisión y una multa de 13 mil pesos por un robo valuado en 133 pesos.” “Un discapacitado que estuvo en la cárcel un mes por robar dos manzanas y un refresco con valor de 21 pesos.” Todos estos por el delito conocido como “hurto famélico”.
Continuamente también, en nuestros periódicos de la localidad, se dan a conocer las noticias, de robos cometidos en tiendas de conveniencia, en los que se sustraían desde botes de café, alimentos de bebés, desodorantes y más de los utensilios de primera necesidad.
Recuerdo haber conocido el caso de una persona que en estado de ebriedad tomó una bicicleta estacionada en la banqueta, se la llevó rodando, sin montar en ella y a los pocos metros de distancia llegó a su casa la dejó fuera e ingresó a su morada, en donde posteriormente fue despertado por los guardianes del orden para ingresarlo a los separos y posteriormente ser procesado por el delito de robo, y gracias a un sistema burocrático nefasto que nos hostiga cotidianamente, dicha persona estuvo más de dos años privado de su libertad sin que se le pronunciara sentencia.
Este 7 de diciembre, mientras artesanos vendían sus mercancías en el zócalo, funcionarios del gobierno de la Ciudad de México, robaron y destruyeron sus mercancías, e identifican a uno de ellos que es parte de la red juvenil del partido Morena, empleado de Claudia Sheinbaum, con un sueldo de 22 mil pesos, pero que de ninguna manera tiene facultades ni para destruir ni para robar a los artesanos que desean ganarse la vida vendiendo los objetos que tan artística y esmeradamente realizan.
Se difunde ya el video que no era posible detener más, del embajador de México en Argentina Oscar Ricardo Valero Recio Becerra, quien el 26 de octubre se robó un libro de una emblemática librería de Buenos Aires, con un precio inferior a los doscientos pesos mexicanos, a quien el mismo presidente de nuestro país disculpa e indica que “un error todos lo podemos cometer, que es de humanos cometer errores, pues solo el creador es perfecto”; solo que quien desea comer por error y roba una tortilla, si está purgando una condena. Ante esto, es conveniente preguntar ¿Qué diría el presidente siendo opositor, si un embajador realizara una conducta similar en otro gobierno?
Antes que nada, es preciso tomar en cuenta que el embajador es el agente diplomático supuestamente acreditado en un país extranjero para representar oficialmente al estado al cual pertenece y al mismo presidente, quien cuidadosamente debe seleccionarlo, para que pueda representar a su estado y a su persona en el país en donde vaya a permanecer, atendiendo asuntos de interés estatal en política, economía, comercio, cultura, turismo, tratados, acuerdos, entre otros y en algunos casos también les podrá atender asuntos eventuales, como problemas que afecten a sus compatriotas en el suelo en el cual desempeña su función de embajador, debiendo ante todo velar por la seguridad y la integridad de estos, esto es, tener una conducta completamente intachable y aunque lo defienda el presidente, ¿cómo poder perder ese gran prestigio, y enlodar el nombre del país que representa por robarse un libro de un costo inferior a doscientos pesos mexicanos? Quizás estaba contribuyendo el embajador a que no se perdiera la estigmatización que tenemos los mexicanos en el extranjero como flojos y deshonestos. O, bien pudiera tratarse de que padezca de cleptomanía, pero entonces, debe ser tratado por psiquiatras y de ninguna manera debería estar ahí representando a nuestro país.
Pero que decir también, de quitarles el pan de la boca a aquellos artesanos que dignamente desean ganarse la vida, vendiendo sus creaciones artísticas que representan nuestra cultura autóctona, y que, en pleno zócalo a la luz del día y en presencia de muchas personas, fueron humillados y custodiados por policías resultaron despojados de sus objetos, de su patrimonio por burócratas del gobierno de la Ciudad, que no son otra cosa más que delincuentes oficiales y que, en forma abusiva, muchas piezas fueron estrelladas en el pavimento. Contra los artesanos la fuerza bruta y todo el rigor de la ley, pero a las hordas de anarquistas y feministas con cara tapada, que destruyen monumentos y comercios completos, que se burlan de policías y guardias nacionales, que siembran el terror en el centro de la ciudad, a los demás asesinos y delincuentes, no es posible tocarlos ni con el pétalo de una rosa, porque para ellos son abrazos y no balazos.
Anteriormente estábamos en la creencia que, robar, sí era un delito, pero solo se castigaba en los pobres; ahora con la cuarta trastornación, según Noroña dice que, es una tristeza no haber robado un libro, (pero más lástima que no los haya leído), y el resultado es que: “Robar es un error, no es delito; y vender artesanías en la calle para poder comer, eso sí es un delito.”