Si hay algo que detestan los regímenes autoritarios, es la existencia de una prensa y periodistas que ejerzan la crítica y cuestionen los excesos en que los gobiernos de ese talante incurren desde el poder.
La aversión es no solo porque prefieran la lisonja fácil y la vulgar cortesanía que adula al incapaz y al corrupto, sino porque odian tener que rendir cuentas de sus actos ya que, bajo la falaz cobertura de un momentáneo –y por ende, efímero- apoyo popular, pretenden ser intocables, infalibles. Casi sagrados.
Los autoritarios jamás aceptarán que se equivocan. En una coyuntura en la que no ejerzan un poder omnímodo, buscarán justificar todos y cada uno de sus yerros con los pretextos más audaces e inverosímiles. Cuando no hay contrapeso alguno a sus designios y caprichos, someterán a quien ose señalar sus desaciertos y aplastarán a los que revelen sus corruptelas.
En México tenemos una larga tradición de gobiernos autoritarios que, en mayor o menor medida, han buscado conculcar la libertad de expresión y de crítica en los medios. En la época del PRI omnipotente, pensar en una prensa libre era utópico, y quienes intentaban informar lo que ocurría en una versión diferente a la oficial eran vejados, hostigados, boicoteados, desaparecidos o asesinados, mientras que la prensa “leal” era recompensada con canonjías, privilegios, cargos y mucho, mucho dinero.
Poco de eso ha cambiado. Los periodistas que apuestan por informar y analizar en lugar de ensalzar y condescender con quienes ostentan el poder siguen siendo objeto de presiones, ataques, insultos, boicots y agresiones de todo tipo, incluidas las que directamente se les infringen en el desempeño de su labor.
Este fin de semana, el discurso del gobierno de la autodenominada “cuarta transformación” giró en torno de lo “innecesario” que resulta que los reporteros de la fuente presidencial cubran las giras de Andrés Manuel López Obrador por el interior del país, lo cual vino a ser reforzado por un accidente automovilístico en Sonora en el que varios enviados que viajaban en una camioneta vieja a un acto en Guaymas resultaron severamente lesionados.
En lugar de preocuparse porque quienes cubren sus actividades lo hagan en condiciones dignas y seguras, el Presidente pidió a los medios mejor “no arriesgar” a sus periodistas y usar las transmisiones vía redes sociales de sus actividades. Plan con maña, porque lo que intenta en realidad es descartar cualquier visión que se aleje de la versión oficial, monopolizar el discurso y eliminar la pluralidad de enfoques en la información.
A la “4T” no le gusta ser cuestionada ni interpelada por los medios, como también puso de manifiesto el diputado federal del Partido del Trabajo, Gerardo Fernández Noroña, quien este lunes se puso al tú por tú –como es su costumbre- con reporteras en la ciudad de Xalapa, capital del estado de Veracruz, al ser cuestionado, entre otros temas, sobre la agresión con gas pimienta a los presidentes municipales que la semana pasada exigieron una audiencia con el Presidente a las puertas de palacio nacional, y sobre el primer lugar nacional e feminicidios que ocupa la entidad veracruzana.
Enojado por las preguntas, el rijoso legislador -emblema del lopezobradorismo en su más pura expresión- aventuró que los periodistas en Veracruz “siguen igual porque defienden los intereses de los que los dominan. Siguen igual porque cuestionan a quien está comprometido con la gente. Y a quienes han hecho un daño horrible no los tocan ni con el pétalo de una crítica”, generalizó, demostrando su supina ignorancia sobre lo que han tenido que padecer muchos periodistas en el estado, incluido el desplazamiento y la muerte.
Sin duda, gobernantes como Javier Duarte y Miguel Ángel Yunes mostraron siempre una aversión similar hacia la prensa que los cuestionaba, los fiscalizaba y les exigía cuentas. En el caso del primero, particularmente, las consecuencias de ese aborrecimiento fueron letales.
Sin embargo, las injurias que todos los días los gobernantes y representantes populares surgidos de la “4T” lanzan contra los medios abonan para pavimentar ese mismo camino sangriento que ya se recorrió en el pasado. Con el agravante de que muchos de esos que ahora se sienten intocables y no toleran cuestionamiento alguno, antes se “colgaron” de la violencia contra los periodistas para promover su carrera política.
No es que no supiéramos que son unos advenedizos. Solo sorprende lo rápido que se descararon.
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