Los seis millones

by Pilar Ramirez

Debo confesar que me enteré de la existencia de la banda La Adictiva cuando comenzó el debate sobre la escandalosa cantidad que le pagó el gobierno del estado de Veracruz por animar la verbena popular del 15 de septiembre, pues me pareció impropio hablar, en este caso, de algo que no conozco y que es tan fácil de corregir. No quiero que me vaya a ocurrir como a Enrique Krauze cuando aceptó una entrevista para hablar de la importancia de Juan Gabriel y después no  pudo mencionar una sola canción de él. Y desde aquí van mis sinceras disculpas para el “Divo” de Juárez, por la ruda analogía, pues su popularidad sí es todo un fenómeno social.

Mientras trato de olvidar lo que escuché de La Adictiva, cuyo nombre deseo no sea para mí una fatalidad y hago votos por que no haya quedado rastro de nada de ello en alguna esquina recóndita de mi cerebro, debo decir que fueron muy justos los reclamos de las voces que se alzaron para objetar el pago de la friolera de seis millones 608 mil pesos. Si me apuran mucho y sólo tuviera que apelar a mi opinión sobre la bandita diría que si les hubieran dado los 170 mil pesos que les pagaron a Los Cojolites también resultan excesivos; pero no se trata de qué tanto nos guste o no el grupo para dejar que el asunto del pago se quede en lo anecdótico.

Son otros y más graves los problemas implicados en el pago a este grupo y no agrego musical para no ofender a los músicos. Bueno, está bien, a este espectáculo. El primero es el de la transparencia. Resulta que según un oficio firmado por la empresa Anval Music (nótese el gusto por lo local) que representa a la banda el costo era de dos millones y no casi siete como mostraron “muy transparentemente” los documentos del gobierno estatal. Y tampoco hubo nada por parte de la empresa que corroborara que había un sobreprecio por ser fechas patrias.

La ciudadanía tiene entonces todo el derecho a pensar que las cosas siguen haciéndose igual que antes. El proveedor cobra con un sobreprecio y alguien se lleva una “lana”. ¿Quién?, ¿lo está investigando la nueva contralora?, ¿se nos informará de ello para creer que hay más “transparencia”? Esta no debería ser una preocupación menor del gobernador Cuitláhuac García. El nivel de apoyo y popularidad del que goza AMLO se basa, en buena medida, en que sus enemigos, que son muchos y los hay muy poderosos, no han logrado hacer una acusación personal y directa de corrupción contra Andrés Manuel. Es más, nunca hubo una foto de los famosos departamentos que le achacaban. Para acabar pronto, hubiera sido contraproducente, porque una franja muy grande de población en este país tiene la capacidad de adquirir un departamento. Nunca nada comparable a la “casita blanca” o los negocios de los hijos de Martha Sahagún o el esquema ilegal de subcontratación en el que se basó la estafa maestra iniciado en el gobierno de Felipe Calderón según la revista Forbes, sólo por mencionar ejemplos de las tres últimas administraciones.

Toda duda de corrupción sobre un gobierno morenista tendrá consecuencias negativas para AMLO durante su administración y para Morena en las siguientes elecciones, donde corre el riesgo de perder la mayoría legislativa.

Como registro para el anecdotario, este caso me hizo recordar que en el gobierno de Duarte hicieron inventario anual de equipo y mobiliario en Radiotelevisión de Veracruz, dependencia en la que trabajo, ese donde le hacen firmar a cada empleado un “resguardo”. Es decir, que lo hacen responsable de muebles y equipo que utilice. En el área de redacción donde estaba en aquel entonces utilizaba un gabinete en un mueble modular, es decir, las maderas laterales eran parte del sitio de trabajo de los compañeros de al lado. Hacía poco las había visto como en tres mil pesos en una cadena papelera que no se distingue por sus precios bajos. Cuando vi que debía firmar por cerca de treinta mil pesos por una tabla que hacía las veces de mesa, otra recubierta de tela muy mona y moradita que iba enfrente y dos maderas compartidas, pregunté a voz en cuello si el que las compró estaba ebrio cuando las adquirió, todos rieron porque sabíamos que esta es una práctica común. Sólo la firmé porque de no hacerlo o me quitaban el lugar de trabajo o regañaban al compañero encargado del inventario.

Cuitláhuac García declaró que se contrató a La Adictiva “porque es lo que le gusta al pueblo”. Dejemos por ahora la carga clasista que tiene la afirmación. Que la banda le gusta a mucha gente, ¿quién puede negarlo? ¿había maneras más decorosas de decirlo? Sin duda. El gobernador agregó que la gente quiere lo comercial y no lo local, pero eso va a ir cambiando poco a poco.

Una pregunta sencilla: ¿cómo piensa irlo cambiando? Definitivamente no con esa diferencia estratosférica de pago. Puedo afirmar, sin lugar a dudas, porque estoy cerca del ambiente jarocho por razones familiares, que el pago a Cojolites podría considerarse aceptable, pero se vuelve una especie de insulto comparado con lo que recibió la banda “comercial”.

El problema fundamental es ¿quién determinó el pago a cada grupo?, ¿quién y basado en qué criterios se hizo la oferta? Aceptemos que es más famosa La Adictiva que Los Cojolites (nominados en dos ocasiones al Premio Grammy que reconoce a lo más destacado de la industria musical en diversos géneros), pero hacer que las cosas vayan cambiando poco a poco podría comenzar por evitar estas diferencias escandalosas.

Cito de memoria a Ernest Hemingway cuando afirmaba que a los negros sólo les daban trabajo de limpiabotas y luego los convencían de que únicamente servían para limpiar botas. Si La Adictiva es lo que “al pueblo le gusta” es porque no se han hecho esfuerzos notables en materia artística para contrarrestar un poco el poderío de la industria comercial de la música, que ha logrado hacer que La Adictiva le “guste al pueblo”. El pueblo no nació con un gen que define el gusto por la música grupera, el reggaeton o la mezcla de banda y balada. No se ha escuchado nada encaminado a construir una política pública que reconozca el talento local y acciones congruentes con ello para crear audiencias. Me sobran dedos de una sola mano si quiero contar a los grupos de son jarocho que viven de su música y esto no es más que la consecuencia de que no los acompaña “la fama”.

Los grupos locales, ya sean de las tradiciones musicales de Veracruz como el son jarocho o huasteco, la música afroantillana e incluso otras tradiciones que son muy válidas como opciones de expresión artística y que tienen representantes en Veracruz como el jazz o el rock mantienen sus actividades musicales gracias a que sus miembros sobreviven porque son docentes, lauderos, ebanistas, comerciantes, taxistas o cualquier otra actividad que produce dinero. Vivir del arte, de lo que les gusta y saben hacer no es un pecado y cuantas más presentaciones y difusión se dé a su trabajo los veracruzanos no podrán ser convencidos de que sólo les gusta La Adictiva y bandas comerciales que la acompañan.

No hablo de mundos utópicos donde no haya grupos comerciales sobrevalorados, sino de gobiernos que sepan promover adecuadamente a sus artistas y, cuando sea el caso, les pague bien.

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