Entre muros y personas

Los muros se mancharon, el piso también, está sucio, pintado… pero no se manchó durante la marcha feminista, se manchó desde antes cuando asesinaron a una mujer, cuando arrastraron su cuerpo sin vida y lo tiraron como si fuese basura. Los cristales se rompieron, es cierto, fue un acto de violencia, pero ojalá se hubiesen roto cuando alguna mujer secuestrada o retenida contra su voluntad intentaba escapar.

Me confundía demasiado ver titulares sobre la violencia durante la marcha, me sorprendió ver cómo se volvía tendencia el video de un hombre atacando a otro  que reportaba lo ocurrido, veía mucho enojo y rabia, la misma rabia e impotencia que cualquier mujer ha sentido al caminar y ser agredida, porque estoy segura que todas hemos recibido una dosis mínima de acoso, pero aún existimos muchas con la fortuna de tener sólo esa dosis, la necesaria para sentir impotencia ante los sucesos constantes en los que mujeres son atacadas, torturadas, violadas y sobre todo ignoradas después del agravio.

Y de repente lo entendí todo, la violencia nunca estará bien, por supuesto que no está bien romperlo todo, pero no fue durante la marcha que se dañó el patrimonio, lo dañamos tiempo atrás, no sólo fue el ángel de la independencia, ha sido todo México y fingíamos que todo era impoluto. Todo México se ha manchado de sangre una y otra vez pero no lo vimos hasta que brilló en diferentes colores.

Entendí que el problema es que nos preocupamos por los muros y no por las personas, que mostramos indignación por el patrimonio de nuestra historia pero no lo hacemos ante las vidas perdidas. El problema también es que pensamos que la violencia es nuestro único recurso, porque se intentó todo, porque se gritó infinidad de veces pidiendo auxilio, porque tocaron las puertas y nadie respondió, porque lloramos, bailamos, suplicamos y nadie nos escuchó.

Recuerdo la primera vez que supe que había lugares donde morías por ser mujer, cuando conocí la historia de las muertas de Ciudad Juárez y me aterré, pensé que el reportaje que tenía en mis manos correspondía a un lugar lejano, parecía para mí una historia de terror y me costaba entender que era parte de la realidad de nuestro país, sin embargo con el tiempo aprendí que esa realidad es de todos y que deberíamos hacer algo al respecto, que no se nos limite a vivir con miedo y escuchar constantemente ¡ten cuidado!, también entendí que los responsables rara vez aceptan las culpas y que los oídos se vuelven sordos.

No sé si los daños a la propiedad pública y privada resuelven algo, probablemente no, pero sí nos recuerdan cuán dañado está nuestro país, nos demuestran lo rápido que olvidamos porque en efecto no vale lo mismo un muro que una vida. Sin duda cualquier acto de agresión está mal ¿pero por qué nos indignamos hasta ahora? ¿por qué no nos preocuparon las manchas, gritos y crímenes antes?  De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas, algunas formas de prevenir y poner fin a la violencia de género, son volver accesible la justicia para las mujeres, erradicar la impunidad en delitos sexuales, empoderar más a las mujeres, brindar información respecto a sus derechos, etc… y tengo la certeza de que durante la marcha algunos de estos objetivos se cumplieron.

Hubo madres que llevaban a sus hijas porque querían demostrarles que no están solas, gritaban una y otra vez para recordar cuán fuerte lo harán por cualquiera que desaparezca, el ¡yo sí te creo! me eriza la piel porque muchos de los crímenes quedan impunes por miedo a hablar o porque alguien no le cree a una mujer que ha sido víctima, nos estamos equivocando al ver el vandalismo como eje de todo, nos equivocamos también al normalizar la violencia, pero lo hemos hecho desde tiempo atrás, no fueron los muros pintados o cristales destruidos el problema.

La marcha no tenía por objetivo destruirlo todo y tengo la certeza de que fue una minoría la que volcó en el entorno su coraje. La marcha buscaba erradicar la impunidad, hacer notar que las mujeres no tienen miedo y exigen justicia, la marcha suplicaba acciones contundentes de parte del gobierno, un gobierno que constantemente demuestra que no puede manejar la violencia, no importa de qué género provenga, es un gobierno que lleva infinidad de sexenios sin saber cómo guiar a la sociedad.

“No son tiempos de portarnos bien” escribía en sus redes Denise Dresser y en efecto son tiempos de desafiar ideologías, de entender que el feminismo no es una lucha contra el hombre por ser hombre, es una lucha contra la desigualdad, son tiempos de desafiar los estándares y demostrar que nuestra causa es justa, para ello necesitamos proponer, construir y por supuesto que también necesitamos de los hombres, los necesitamos a todos, para hablar cuando nos dicen que no, para ver todo lo que ocurre aunque nos insistan en fingir que no, para recordarle a todas que podemos y tenemos derechos, mas no dejemos que se nos cuele el enemigo, porque al final si lo permitimos la atención se enfoca en la destrucción de muros y no en la de todas nosotras.

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