Soy de los que cree que el gobernador Cuitláhuac García Jiménez es una buena persona, que no actúa con maldad, aunque le falta malicia entendida esta como sagacidad para moverse en la selva de la política llena de fieras muchas de ellas dispuestas a destrozarlo.
A ello se suma su falta de experiencia administrativa, muy distante del activismo que practicó como militante político y diferente también de la tarea legislativa en la que pudo incursionar antes de asumir su actual responsabilidad.
Por referencias que tengo de reuniones internas con algunos de sus colaboradores, creo que a lo anterior se suma que, como se dice comúnmente, se monta en su macho y nadie lo hace cambiar de parecer o de alguna decisión que haya tomado.
O sea, para él hay solo una verdad, un solo punto de vista, una sola razón: la suya. Por lo tanto no escucha la opinión de otros ni acepta conceder el beneficio de la duda. Los integrantes del gobierno, por lo mismo, solo son unos convidados de piedra, no deciden nada.
A todo lo anterior atribuyo que esté cometiendo errores, lo que tal vez no percibe o que si lo hace los minimiza, pensando que no tienen mayor trascendencia y que no tendrán mayores consecuencias en su administración.
El gobernador no solo tiene que serlo, sino también parecerlo. Su imagen debe corresponder, ser la apropiada a su investidura.
En la pasada Reunión de la Comisión de Seguridad y Justicia de la Conago, celebrada en la Ciudad de México, en la foto oficial aparece relegado en el último lugar a la derecha (viéndola de frente). Desentona, además.
Es el único que no se vistió de traje si bien portó un saco en tono azul, un pantalón en un tono verde claro (no combinaban) y camisa blanca, sin corbata. El resto, los civiles aparecen bien trajeados, como que son gobernadores de sus estados, y los militares con toda la propiedad que ordena su protocolo para ceremonias especiales.
No faltó el agudo observador, político por supuesto, que me hizo el comentario irónico: parece que es el que sirve los cafés, no el gobernador de uno de los estados más importantes del país, que bien podría ser una república independiente.
¿No tiene un asesor de imagen que le vaya diciendo cómo debe vestirse para tal o cual ocasión?, ¿cómo combinar los colores de su ropa? La vestimenta connota, además, un lenguaje no verbal, está significando algo, diciendo algo. El medio es el mensaje, postuló Marshal McLuhan.
El presidente Andrés Manuel López Obrador, su modelo por excelencia, lo entiende muy bien por lo que en Palacio Nacional y en ceremonias especiales viste de traje, le da la relevancia que exige su investidura.
No es que el hábito no haga al monje, es que en política, sobre todo en la política que se practica en nuestro sistema, aplica en todos sus términos aquello de que como te ven te tratan.
El gobernante, lo mismo del país como de un estado como el de Veracruz, tiene que hacer valer su alta investidura y ello pasa por su forma de vestir: ni chairo ni fifí, gobernador, en toda la línea. En la foto a la que hago alusión, él o el ayudante que le asiste debió haber reclamado el lugar que se merece acorde con la importancia del Estado que gobierna.
No cuidar su imagen le baja sus bonos ante sus representados. Es un error que aparentemente no tiene relevancia.
Dejan pasar una buena noticia
El jueves de la semana pasada, el Gobierno que encabeza emitió un decreto por el que se condonará al 100 por ciento el pago del Impuesto Estatal sobre Tenencia o Uso de Vehículos y sus accesorios, así como la actualización, recargos y multas a las personas físicas o morales inscritas en el Registro Estatal de Contribuyentes en Materia Vehicular del Servicio Público.
Al respecto, Cuitláhuac García se limitó a anunciar que “la inscripción al Registro Vehicular Permanente del Transporte Público será gratuita”.
Quién duda que fue una muy buena noticia para los veracruzanos, sin embargo casi se perdió como una información más. Su relevancia era para que le hubieran sacado provecho político, tanto para su persona como gobernante como para su partido que lo llevó al poder, máxime cuando ya se han agitado las aguas del proceso electoral de 2021 y han asomado la cabeza no solo competidores sino enemigos suyos que no tendrán con él ninguna consideración para sacar a Morena del palacio de gobierno.
El anuncio era como para haber echado las campanas a vuelo y el secretario de Gobierno, se supone el operador político de la administración, hubiera movilizado a los transportistas del Estado en especial, pero en general a los propietarios de vehículos, en actos de reconocimiento por el beneficio de las decisiones tomadas.
Fidel Herrera Beltrán o Miguel Ángel Yunes Linares hubieran cacareado el huevo por todo el estado y se hubieran organizado actos para que las “fuerzas vivas” les dijeran que iban a seguir votando por sus proyectos, pero acá lo que ha reinado es el silencio. ¿Dónde están sus operadores políticos? ¿Nadie le dice o le sugiere lo que se debe hacer en estos casos? ¿O de plano nadie le dice o le sugiere algo porque no escucha ni hace caso?
Doble agravio a la Iglesia
¿Qué poderosa razón tuvo para no asistir a los funerales del cardenal Sergio Obeso Rivera, él el gobernador de un pueblo mayoritariamente católico y cuya feligresía, que también vota, vivía horas de duelo?
¿Porque es comunista, marxista, stalinista, castrista, izquierdista? ¿Por qué no cree en Dios?
No tenía pretexto válido para no haber ido a presentar sus condolencias a la jerarquía eclesiástica representativa de todo el pueblo católico de Veracruz. Ninguno.
El Estado Vaticano y el Gobierno de México mantienen relaciones y la diplomacia es un buen vínculo de acercamiento entre la poderosa institución universal y los gobernantes de un país que se enfrentaron en el pasado.
Hace 88 años el gobierno de Adalberto Tejeda persiguió a los sacerdotes del Estado, el entonces obispo Rafael Guízar y Valencia al frente de ellos. Desde el siglo pasado las relaciones Estado-Iglesia en Veracruz han sido respetuosas e incluso cordiales.
El gobernador Agustín Acosta Lagunes, un hombre liberal y muy culto, apoyó a la Iglesia con muchas obras, aunque nunca las publicitó. Todos los gobernadores priistas e incluso el panista inmediato anterior tuvieron el mejor nivel en sus relaciones bajo la premisa de dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
¿Acaso sobrepuso la diferencia de posturas por el tema del aborto y los matrimonios gay a un acto piadoso como solidarizarse en horas de dolor con una comunidad fervientemente creyente ante la muerte de un veracruzano excepcional, el primer cardenal en la historia del Estado?
Si esa fue una falta grave, fue una ofensa que en su representación haya enviado a una gente menor como el secretario de Gobierno, a quien en febrero pasado la Arquidiócesis lo calificó de ignorante porque acusó a la Iglesia de apropiarse de algunos valores espirituales y de usar el sacramento de la confesión para las homilías dominicales.
En su momento supe de primera mano del rechazo de la jerarquía eclesíastica al secretario, lo que motivó que incluso interviniera directamente la Secretaría de Gobernación. Por eso me atrevo a expresar que la ausencia del gobernador y la presencia del secretario serán tomadas como agravio.
Son errores que si no se corrigen van a pesar en contra del gobierno de Morena. Pero el único que debe y puede poner el remedio parece que no se da cuenta de nada.