El equipo nacional traía una pésima racha de juegos perdidos, los mejores hombres habían sido derrotados; relevos de lujo que habían llegado con las mejores referencias habían fracasado. Ninguno había logrado sacar un buen resultado y por lo mismo, las cosas iban de mal en peor.
Los aficionados no recordaban haber vivido un buen tiempo; si acaso los más veteranos que les tocó la época de los 12.50 por dólar aún tienen en la mente al que quiso lanzar al equipo al primer mundo, pero terminó devaluado.
A su relevo le tocó la mejor época del petróleo y no supo qué hacer con una buena racha y salió del juego llorando desconsolado, asegurando que defendió al equipo como perro. El siguiente que entró al relevo fue tan gris que lo único que se le recuerda es que en una jugada inesperada se le cayó el sistema que permitió la llegada de un perdedor que resultó tan hábil que en los primeros lanzamientos ponchó a La Quina y también a Barragán, mandando una señal de que traía punch y todos se le cuadraron, sin embargo, en la última entrada de su gestión se le reveló su candidato al siguiente juego y lo eliminó. Casi salió por la puerta de atrás dejando el juego perdido con un EZLN ocupando las bases.
Al que siguió se le recordará por el “error de diciembre” que puso a todo el equipo en condiciones de desastre, anotando el Fobaproa en una cantidad de carreras tan elevada que las siguientes generaciones la seguirán recordando.
El cansancio de la gente forzó a un cambio de color en el siguiente relevo. Vino entonces un nuevo lanzador al montículo; un grandulón con botas vaqueras y un cinturón con hebilla llamativa; sus referencias parecían buenas al haber sido el principal lanzador en su Estado natal, además de haber sido un buen vendedor de refrescos.
Lo primero que hizo el nuevo lanzador fue persignarse y comenzar su labor sin muchos sobresaltos, a excepción de la participación de su mujer que resultó tener más influencias que todo el estadio.
El grandulón intentó una nueva jugada llamada “compló”, para tratar de anular a un jugador de otro color que venía empujando fuerte y parecía contar con la simpatía popular para entrar al quite.
Pero, algo pasó y la decisión popular no favoreció el cambio de color o hubo un mal conteo de votos, lo cierto es que el que ya se sentía seguro hizo un berrinche marca ACME y en protesta bloqueó uno de los pasillos principales del estadio, autoproclamándose el pitcher legítimo.
Para esa entrada el relevo fue un lanzador zurdo de baja estatura que tuvo que ser apoyado por todo el equipo para que pudiera llegar al montículo y tomar protesta.
Una vez ungido como el relevo oficial comenzó a lanzar balazos a diestra y siniestra en una guerra que dejó muchas bajas en el campo. Situación que aprovecharon los detractores y enemigos políticos para iniciar una campaña de desprestigio que lo persiguió a lo largo de todo el juego.
Entonces las televisoras lanzaron a un personaje de telenovela y lo promovieron por todo el estadio con el refuerzo de una de sus estrellas femeninas de mayor prestigio.
El ánimo popular los respaldó y su muñeco copetón llegó al lugar principal de la cancha de juego, mientras el eterno candidato al relevo hacía mutis y se regresaba a su banquillo.
Muy pronto, el copetón comenzó a demostrar su pésimo dominio del idioma, ser poco asiduo a la lectura y si a recibir costosos regalos inmobiliarios, de manera que le llovieron los abucheos del público y el respetable presionó para que viniera un cambio.
Entonces todos voltearon a ver al jugador que en los últimos partidos había hecho campaña para ser considerado el relevo de oro, asegurando que el equipo sería ganador, que se acabarían las jugadas sucias, que sacaría con una revirada a quien pretendiera el robo de la 2ª base; todo el equipo jugaría por nota y los resultados serían inmediatos.
Casi todo el estadio le dio su voto de confianza y llegó al montículo con la mayor votación legal de la historia. A pesar de que la novena del nuevo equipo no parecía estar a la altura de las exigencias por la edad de sus integrantes y algunos con un historial poco alentador, el populacho estaba entusiasmado por las promesas de que todo saldría bien, de manera que le pusieron la pelota en las manos.
Los primeros lanzamientos fueron directamente al cuerpo del primer bateador de “Texcoco” y lo tuvieron que sacar de juego; siguiendo la misma suerte el “avión” y otros programas. Pronto vino un desconcierto en el público porque a cada lanzamiento había un programa golpeado que tenía que ser sacado en camilla.
La tensión en las gradas subió de tono por los argumentos de desencanto de unos y la confianza ciega de otros. Unos cuestionaban y otros defendían exigiendo tiempo para que encontrara la zona de strike.
Mientras que, de forma inusual la discusión y los debates se trasladaron al público, ocasionando que amigos y familiares quedaran divididos y enfrentados, en las grandes ligas crecía la desconfianza de venir a jugar a nuestro estadio por el riesgo de salir descalabrados.
Las explicaciones mañaneras tomaron mayor énfasis en la descalificación de los que no entienden la nueva forma de jugar; criticando a los comunicadores que publican datos irreales que son contrarios a los “otros datos”, los que se deben considerar como ciertos.
Y mientras tanto, los vendedores de botanas del estadio se van quedando sin ventas y sus familias se van sumando a los preocupados. Las tiendas de gorras y pelotas están cerrando. Nadie entiende bien que pasa, pero aún así, muchos prefieren seguir confiando en que al final del juego el resultado será positivo para el equipo nacional.
Al desánimo y la incertidumbre se le agrega el que las pocas carreras anotadas a favor se le están apuntando a equipos latinoamericanos y con esto ya nada tiene lógica. El llamado rey de los deportes, el deporte ciencia, a pesar de estar de moda, también entró en la crisis. Porka Miseria.