Este miércoles, el presidente Andrés Manuel López Obrador “festejó” en su conferencia mañanera lo que, desde su modo de ver –o de acomodarse la realidad, más bien- representó un “gran logro”: que el país no cayera –al menos conceptualmente- en una recesión económica.
Y lo decimos así porque para hablar formalmente de un fenómeno de recesión, en términos de teoría económica, tiene que registrarse una caída generalizada del Producto Interno Bruto del país por lo menos durante dos trimestres consecutivos. Lo cual no ocurrió apenitas.
Después que en el primer trimestre de 2019 la economía nacional sufrió un retroceso de -0.2 por ciento, en el segundo, de acuerdo con lo dado a conocer por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), se alcanzó un ligerísimo incremento de 0.1 por ciento.
Sí. Un miserable crecimiento de 0.1 por ciento que el presidente de México festinó cual si estuviésemos en la antesala del “primer mundo”, como alguna vez un antecesor suyo, Carlos Salinas de Gortari, hizo creer a los mexicanos.
¿Qué representa un crecimiento de la economía en ese porcentaje? Prácticamente nada. Es quedarse en el mismo punto, estancarse. Nada diferente a lo logrado por administraciones como la de Enrique Peña Nieto, a la que López Obrador fustigó precisamente por los mismos mediocres resultados cuando era opositor, como se lo recordaron en redes sociales con un tuit publicado en 2014.
Pero aun cuando no hubo una contracción como a principios de año, sí se está en un punto en el que pueden llegar a empeorar las condiciones si se continúa reduciendo el gasto público sin realizar inversiones productivas, mientras se regala dinero sin ton ni son en programas clientelares. Además de que será necesario enfrentar las presiones que inevitablemente recibirá la economía mexicana por el ciclo de desaceleración que se experimenta a nivel internacional.
Tan no se ha dejado atrás el riesgo de una caída en la economía, que en la reestructuración de la deuda pública que fue aprobada este miércoles por la LXV Legislatura del Congreso del Estado de Veracruz se optó por asegurar el gasto corriente de la administración estatal poniendo como garantía las participaciones federales de la entidad, lo que supondría que tampoco habrá mayor inversión productiva durante los próximos años, lo que necesariamente tendrá efectos negativos en materia de empleos, infraestructura y desarrollo económico y humano en general.
¿Que eso es preferible a una crisis que, hasta el momento, no se ha concretado? Por supuesto, y qué bueno si así se mantiene. Pero tampoco es ni de cerca lo que se prometió a los mexicanos como parte de la “transformación” de la vida nacional por la que se votó mayoritariamente hace poco más de un año. Dejar de resignarse a la mediocridad era algo que se suponía iba a cambiar.
Pero con eso que el presidente López Obrador cree que “dejar el manejo de la economía a un economista, es como encomendar la paz a un militar”, pues tampoco nos debería extrañar mucho tener esos resultados. Antes no se ha desplomado la renta nacional. Todavía.
Otro periodista asesinado
En temas que no le importan a la “cuarta transformación”, fue asesinado otro periodista en México, Rogelio Barragán, encontrado con signos de tortura en Zacatepec, Morelos. El número 14 en lo que va del actual sexenio.
Pero el presidente anunció el pasado fin de semana en Veracruz que seguirá atacando a la prensa. Aun si la ONU lo conmine a no hacerlo. Y su silencio y el de su gobierno ante este crimen lo pinta de cuerpo completo.
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