CUIDADO CON LA ADULACIÓN.

Cuando alguien te lame las suelas de los zapatos, colócale el pie encima antes de que comience a morderte.

Paul Valéry

 

Por los años 60, estando en el edificio central de la UJED a donde, quien escribe estas líneas llegaba con mi violín oculto en su estuche, y mientras esperaba sentado en las enormes bancas apostadas en los pasillos del imponente caserón la llegada de la hora para las clases o ensayos en los que tenía que participar con mi instrumento musical, se acercaban muy seguido a mi banca cuatro jovencitas que estudiaban en ese famoso centro. Ninguna de ellas era reconocida por tener algún atractivo que llamara la atención, sino que, solamente el atributo de ser mujeres.

Otro grupo de muchachitas del mismo lugar educativo, describían a las cuatro chicas que he mencionado anteriormente como “las mantequillas” que, a decir de ellas, dicho mote lo habían obtenido por resbalosas y ser notoriamente coquetas con los jóvenes de aquella época.

A las cuatro jovencitas que me refiero en primer término, les gustaba mucho jactarse de que tenían lo que se conocía en aquellas fechas como “pegue”, resaltando que, les obsequiaban piropos para halagarlas y exaltaban las cualidades que, quienes proferían las carantoñas, consideraban ver en ellas, aunque no fueran ciertas.

Dice un dicho popular que “nunca falta un roto para un descocido” y no habrá mujer a la que algún hombre le haya rendido las cumplidas o incumplidas adulaciones y muchas damas se pueden jactar de ello, por las lisonjas y piropos que, honesta o deshonestamente reciben. Sin embargo, el hombre es adulador por naturaleza, pero toda adulación, lleva el objetivo de conseguir un beneficio de quien hace la zalamería, siendo las mujeres más socorridas con estos halagos las divorciadas y las viudas, en ese orden. De tal manera que, casi siempre, toda adulación acarrea implícita una manipulación con intenciones nocivas. Aristóteles mencionó “Todos los aduladores son mercenarios, y todos los hombres de bajo espíritu son aduladores.”

Teniendo en cuenta que las apodadas “mantequillas” se embelesaban cuando les hacían gala de sus supuestos atributos, aunque fueran notoriamente falsos, y considerando su baja autoestima, este tipo de halagos las llevaba a la cima de una felicidad momentánea, que mientras más respondían complacientes a las alabanzas de los muchachos, más predominaban las lisonjas y obsequios hacia ellas.

Es el caso de los aduladores que halagan para doblegar la voluntad del otro y así poderlo manipular con el fin de obtener algún beneficio específico, pues el elogio prepara el terreno para usarte de algún modo y, solo pueden descubrir este tipo de trampas quienes, con algo de madurez, tienen un amor propio sólido y fuertemente afianzado a un conocimiento de causa.

 

A través del tiempo la adulación se ha considerado propia para señalar en forma deshonesta atributos que no son auténticos de la  persona y siempre encaminados a la búsqueda de la obtención de un beneficio. En la Biblia, se indica algo de ello en el libro de los Proverbios, en su capítulo 26 y en sus versículos 23 y 28 respectivamente señalan: “Como escoria de plata echada sobre el tiesto son los labios lisonjeros y el corazón malo” y, “La lengua falsa atormenta al que ha lastimado, y la boca lisonjera hace resbalar”. El escritor español Francisco de Quevedo, mencionó “Bien puede haber puñalada sin lisonja, mas pocas veces hay lisonja sin puñalada.”

 

Las personas que tienen algo de equilibrio emotivo, volitivo e intelectual, conocen que el que adula solo busca su beneficio propio, no le interesas tú sino solo un medio para llegar a su fin; que solo busca tu atención para sacar provecho de ti; que busca reconocimiento y si es posible, lograr una posición a través de ti, pero no le interesas tú, ni tu bienestar, por ello conscientemente lo hace y lo insiste.

La adulación se encamina a conseguir los beneficios de: sexo, dinero y posición, y los más vulnerables a ser arrastrados por ella son la gente de baja estima, o de falta de identidad; gente carente de atención, ya sean mujeres, hombres y niños; gente con sed de tener algún reconocimiento; los huérfanos emocionales que, aunque tengan lo necesario, se sienten solos y vacíos.

Las palabras pueden llevar un contenido espiritual de vida o muerte, de bendición o maldición, de honra o de adulación, pero esta última alimenta el ego y puede destruir tu vida espiritual, además hacerte dependiente, es un veneno para el alma que desvía tu camino y te conduce a relaciones incorrectas.

El escritor griego Plutarco, redactó: “Los cazadores atrapan las liebres con los perros; muchos hombres atrapan a los ignorantes con la adulación.”

 

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