Los mexicanos estamos muy mal acostumbrados. Consideramos que el poder político pertenece a un solo hombre que manda en la Presidencia de la República, le ordena lo que deben aprobar a los miembros del Poder Legislativo e impone leyes a la medida de sus intereses al Poder Judicial.
Ante esta realidad, los mexicanos hemos sufrido la uniformidad de criterios en todos los problemas importantes del país. Así, la propaganda que acaba de cumplir un año y que protagonizaba el expresidente Enrique Peña Nieto, a cuadro, tratando de convencer para unificar, no explicaba para que se entendieran las reformas estructurales, sino que imponía criterios, ofrecía pruebas contundentes sobre sus supuestos beneficios.
Así, el poder nunca mostró escisiones por temor a parecer frágil. Su fragilidad provenía de sus acciones y no de sus compromisos, de sus deshonestidades y no de sus proyectos. La igualdad de pensamiento favorece mucho al poder, porque la uniformidad de pensamiento hace más fácil la manipulación de las masas.
Si en un gobierno hay diferencias la gente no puede ver fragilidad en el poder, menos aun cuando en las urnas hubo un gran apoyo. Descomunal en este caso. En ese escenario la población puede reencontrarse con el debate, puede ahora confrontar sus criterios con otros, lo cual es muy sano para una sociedad que ha sufrido la imposición de criterios y el autoritarismo desde hace varias décadas.
Para los mexicanos, las diferencias sólo tienen dos salidas: el acuerdo o la violencia, la coincidencia impuesta o la agresión personal. Esto, llevado a la práctica política, se convierte en un verdadero peligro para la vida democrática del país; sin embargo, si las diferencias se ventilan y se debate hasta llegar a coincidencias mínimas, la armonía en la sociedad misma puede mantenerse de manera muy sólida.
Así, las diferencias entre el gobierno y el partido en el poder deben ser naturales, pero ahora cualquier diferencia entre estas instancias públicas quieren calificarlas de escisión, división, desmembramiento, incluso, traición.
Cuando las discrepancias se confrontan y no chocan, se vuelven armonía. Es necesario acostumbrarnos a discutir sobre lo que pensamos porque en la diferencia sobre un mismo tema está la precisión de su solución. Los individuos son afines por naturaleza, hombres y mujeres, sobre todo los mexicanos, poseen un gran potencial de solidaridad, de coincidencias, de identidad que nos permite actuar en beneficio del bien común, lo que sucede es que en nombre del bien común se han hecho muchas transas, hasta convertir el bien común en el mejor pretexto para llevar a cabo actos de corrupción, que lo que menos hace es tener un beneficio comunitario.
Los objetivos son nobles, el problema es el proceso para obtenerlos y es ahí donde la diferencia impera sobre el fin. Hasta ahora se le ha dado mayor importancia a la discrepancia que a la coincidencia porque la coincidencia ha sido impuesta.
Si el gobierno actual tiene diferencias sobre un tema específico con el partido en el poder, no podemos hablar de ruptura sino de divergencias. No se crean enemistades sino vínculos para analizar el propio tema; sin embargo, en el caso de los legisladores locales de Baja California, quienes, es evidente tienen diferencias con su líder nacional, prefirieron votar contra los designios de su partido y darle un mandato de cinco años al gobernador electo, en lugar de dos.
La consecuencia es inmediata porque serán expulsados, pero el PAN se quedará con sólo tres legisladores en ese Congreso, lo cual representa una cuantiosa pérdida, sobre todo en un estado que fue un sólido bastión panista por casi 30 años. Aquí debemos ver que, si las diferencias con el líder nacional hubieran sido por lo menos, discutidas, la ruptura tan severa de los legisladores no hubiera sucedido.
Pero la inmadurez del líder nacional del PAN y el habitual autoritarismo vertical de los partidos en México no permitieron exponer las diferencias hasta que estas ya no tenían más remedio que la expulsión de los legisladores, y la reducción considerable de representantes del PAN en el Congreso local.
Debemos aprender a debatir, y esto comienza desde quienes reniegan hacerlo con el argumento de que tienen un cargo superior. Si quienes dicen que saben no se abren a la discusión, es porque tienen miedo de que quienes tienen fama de no saber, puedan ganarles el debate.
El debate no es una competencia que arroje ganadores o perdedores, es un medio para negociar, hay que ceder en la medida en que el otro también haga concesiones para alcanzar logros comunes en beneficio de todos, de ahí que nadie debe asustarse por haber diferencias en el aparato de gobierno, al contrario, debe propiciarse el debate de las ideas, sin pensar que luego de la discusión haya ganador o vencedor. Nadie pierde en un debate serio, porque el debate es una plática donde está de por medio el futuro de México, y sería trivial pensar que hay derrota en un debate donde las ideas imperan.
Así, en México no hay divisiones ni derrotas, sólo diversas maneras de ver una misma realidad, y muchas soluciones para sortear los mismos problemas. PEGA Y CORRE. – Las amenazas de Trump de iniciar una expulsión masiva de inmigrantes de su país fue desoída, desobedecida por varios gobernadores, quienes hicieron caso omiso de dicho mandato por demás inhumano. Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores, dijo este domingo que no hay mexicanos detenidos como resultado de las redadas anunciadas por Donald Trump, presidente de Estados Unidos. La deportación anunciada no fue como lo pensó Trump. Si esta desobediencia hubiera sucedido en México algunos medios ya estarían hablando de vacío de poder y hasta convocarían a nuevas elecciones… Esta columna se publica los lunes, miércoles y viernes.
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