Prensa sin adjetivos

Nadie esperaba que todo fuese coser y cantar cuando iniciara el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Una competencia electoral tan reñida, pero sobre todo, una derecha que desde hace años asusta con el petate del muerto, no iba a permitir que un gobierno más inclinado a la izquierda tuviese éxito.

Por otro lado, como si los oponentes externos no fueran suficientes, se han evidenciado fracturas al interior del equipo de AMLO, varias decisiones que se han tomado en esta administración han sido cuestionadas. La transparencia que pregona el presidente no es tan obvia. Hay casos en los que no se sabe si hay circunstancias que se desconocen y son las que promueven las acciones o simplemente se trata de yerros.

En cualquiera de los casos, se trate de toma de decisiones cuestionables, de oponentes con acceso a foros públicos o acciones acertadas cuyas razones no se dejan ver por completo, el mayor desatino es descalificar a la prensa cuando tiene posturas críticas.

Estos no son los tiempos de Gustavo A. Madero, en nuestro mundo globalizado ya no aplica el calificativo “fifí” para la prensa. En 1910 una porción muy importante de la población no sabía leer, enterarse de las noticias por medio de la prensa era privilegio de la gente con más instrucción, que era también la más adinerada, la “fifí”. De ahí la importancia de la caricatura política que tuvo tanta relevancia para oponerse al régimen porfirista, porque llegaba al pueblo, que en una imagen podía ver la crítica que no era capaz de leer y tampoco de procesar con el sustento del lenguaje escrito. No obstante eso, Díaz combatió por igual a la caricatura política como a la prensa escrita. Sólo como muestra está la pertinaz, implacable y violenta persecución contra los hermanos Flores Magón y su periódico Regeneración. El régimen extendió sus tentáculos a Estados Unidos ayudado de sus aliados conservadores para combatir a los Flores Magón, así de peligrosos le parecían.

Que los medios tienen una línea editorial afín a ciertas tendencias políticas no es ninguna novedad. El binomio política y poder ha tenido en innumerables ocasiones a los medios como instrumento de combate. Pocos ignoran en el ámbito del periodismo que hace algunos años a un periódico de circulación nacional le llamaban “El diario de Ocosingo” y a otro “La gaceta de Ángel Urraza”.

El periodismo mexicano ha rehusado aceptar, como hacen muchos en varios lugares del mundo, su filiación política. Esto sólo como un ejercicio de claridad, franqueza y respeto hacia sus lectores, que de antemano conocen el perfil del producto que consumen. Se ha escudado, en cambio, aunque no sea cierto, en la objetividad y el afán de servir e informar. Para editorializar basta con una palabra, un detalle en una toma fotográfica o la elección de las plumas encargadas de los géneros de opinión.

Por otra parte, y en descargo de esa filiación que suele ser responsabilidad de los propietarios de los medios, estos distan mucho de ser organizaciones absolutamente homogéneas. Sólo el trabajo diario de una redacción lo impide. Claro, esto en un contexto de construcción democrática, con todos sus asegunes, como el que se vive en México.

Está además la comunicación en redes. Alguien elige una nota que considera relevante porque concuerda con su propia postura o porque le parece de interés general y la comparte. Los comunicadores, también con su filiación política a cuestas, constantemente suben comentarios, fotos, opiniones que se comparten incansablemente a lo largo del día. La opinión pública ahora se va forjando con un gran mosaico de información y opiniones.

Este mismo espacio, que ahora tiene el lector frente a sus ojos, elogiará alguna acción de gobierno si así lo considera prudente y criticará otras por las razones que desee exponer. En el primer caso, ¿estará en lo correcto y si critica será “fifí”?

Clasificar así a la prensa, con una división tan básica resulta ofensivo e impropio de los tiempos que vivimos, pero sobre todo, un error gigantesco de cualquiera que se ocupe de la comunicación de una administración que intenta pasar a la historia por su apoyo al pueblo.

Una comunicación inteligente debe aprender a lidiar con los críticos y la administración, a dar resultados que sean irrefutables para simpatizantes y oponentes. Es la única buena comunicación. Y que la prensa sea sólo la prensa. Nada de “fifís”, porque no es un calificativo es una descalificación.

ramirezmorales.pilar@gmail.com

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