Falsos “apóstoles”

Un rasgo distintivo de la personalidad del presidente Andrés Manuel López Obrador y que le valió un apelativo que odia, es su inocultable y muy enraizado mesianismo.

De acuerdo con la definición de la Real Academia de la Lengua Española, el término mesianismo significa “confianza inmotivada o desmedida en un agente bienhechor que se espera”.

Otra definición, ésta del Colegio de México, establece dos vertientes en el concepto. Por un lado, lo define como una “tendencia religiosa o ideológica por la cual se cree que cierta situación histórica habrá de encontrar su solución definitiva mediante el advenimiento de una persona dotada de la capacidad y el poder para lograrlo”. La segunda acepción refiere al mesianismo como la “actitud que adopta una persona ante sus seguidores, sus correligionarios o la sociedad, por la cual se presenta como la única capaz de solucionar sus dificultades”.

Como resulta evidente, las características descritas en las definiciones citadas encajan en la figura de Andrés Manuel López Obrador como si de una descripción personal se tratasen. Él y sus seguidores creen firmemente, con una fe rayana en lo religioso, que el hoy presidente de México es el único ser humano capacitado para solucionar los problemas del país. Lo que lleva invariablemente a otra característica que los define: su absoluta intolerancia a cualquier crítica, al mínimo disenso. A la creencia inobjetable en su infalibilidad.

Cuando una persona juzga poseer estos atributos, es natural que también sostenga que su manera de concebir la moral, tanto pública como privada, es la que debe prevalecer. Y cuando tiene poder para imponerla, lo hace sin pensarlo demasiado.

Es ése el caso de López Obrador y su movimiento, que no ven problema alguno en que una confesión religiosa a la cual el titular del Ejecutivo federal está adscrito o por lo menos simpatiza, se entrometa en asuntos que le son vedados por ley en México, como convertirse en canal de distribución oficial de la “cartilla moral” que editó el gobierno federal.

Esta semana, una organización denominada Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas Evangélicas (Confraternice) comenzará a repartir los primeros diez mil ejemplares de la “cartilla moral”, con el objetivo de promover “una transformación espiritual” de la sociedad mexicana.

El dirigente de este organismo –que no representa a las iglesias evangélicas históricas en México- Arturo Farela, confirmó que fue el propio presidente de México –de quien es muy cercano- el que le pidió a Confraternice que lo “apoyara” en la divulgación de un documento cuyos preceptos pertenecen a la manera de ver el mundo de la década de los 40 del siglo pasado.

Hay varios problemas implícitos. En primer término, el que el gobierno de un Estado que se configura legalmente como laico acuda a denominaciones religiosas para hacer tareas de difusión de un instrumento que no es otra cosa que propaganda gubernamental. La “cartilla moral” que se repartirá en los templos en los que Confraternice tiene presencia lleva los logos, colores y leyendas oficiales del gobierno. Hasta un mensaje-sermón del propio López Obrador.

Ello representa una flagrante violación del artículo 130 constitucional, que establece específicamente “el principio histórico de la separación del Estado y las iglesias” y puntualiza que “los ministros no podrán asociarse con fines políticos ni realizar proselitismo a favor o en contra de candidato, partido o asociación política alguna”.

Y por otra parte, ningún gobierno tiene derecho a intentar imponerle cánones morales a sus gobernados, más allá de los que están ya implícitos en las mismas leyes, pues se trata de decisiones personales, libres, que no pueden dependen ni de la propaganda ni del designio de una autoridad que con ello anule la pluralidad de pensamiento, ideas y creencias. Por más mesiánicos e iluminados que se sientan.

No es casual que esos falsos “apóstoles” hayan tomado preponderancia en tiempos de la “4T”, nada lejana a ser en sí misma una secta.

 

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