41 años

Me tocó ver la primera marcha del orgullo gay en México, en ese entonces no era LGBTTTI y mucho menos LGBTTTIQ. La lucha todavía no había tenido tiempo de crear tantas etiquetas, pero comenzaba a reclamar su presencia en la sociedad.

No participé en la marcha, me tocó verla pasar por Paseo de la Reforma en el entonces Distrito Federal. Por supuesto no era tan nutrida como ahora. Los atuendos desafiantes estaban presentes, pero eran muchos menos.

Los transeúntes miraban la marcha con curiosidad, algunos con desprecio y algunos más con respeto, porque sabíamos que dado el conservadurismo de aquel tiempo, los participantes habían tenido que romper barreras familiares, sociales e individuales para proclamar y exigir su derecho a la libertad de elegir sobre cómo vivir su sexualidad.

En una atmósfera tan tradicionalista y persignada como la que se vivía en México hace por lo menos cinco décadas, fueron extraordinarias las posturas desafiantes de Chavela Vargas, Salvador Novo, Carlos Monsiváis, Xavier Villaurrutia, Nancy Cárdenas, Jaime Humberto Hermosillo y Luis González de Alba, entre otros.

En el medio universitario, no era extraño que las personas homosexuales hubiesen elegido trasladarse a la capital del país, que a pesar de todos los pesares, era y sigue siendo más vanguardista que el resto del país en ciertos temas, sólo por el hecho de que en sus lugares de origen el señalamiento social era más agrio y muchísimo más agresivo.

Comenzaba así en México una militancia que la represión social había mantenido oculta. Nuestro país llegaba con nueve años de retraso a esta lucha pública. Los disturbios de Stonewall en 1969 —contra las redadas que hacía la policía de Nueva York en bares catalogados como de homosexuales— se identifican como la primera marcha del orgullo homosexual, y, como sucede a menudo con los movimientos sociales, los detonaron el abuso y la represión, que llevaron no sólo al “ya basta” de esta comunidad, sino a la toma de posición política. En México, el equivalente a Stonewall fue el caso de un empleado de Sears, en 1971, cesado por conducta supuestamente homosexual. Este hecho detonó un reclamo político de la comunidad homosexual en la que participaron activamente la actriz y realizadora de teatro Nancy Cárdenas y el escritor Luis González de Alba.

Han pasado cincuenta años desde que la comunidad gay levantó la voz para exigir el reconocimiento de sus derechos. Sin duda ha habido avances, pero también retrocesos. Uno de ellos fue sin duda lo que se llamó la “sidificación de la homosexualidad”, sustentada en las cifras de crecimiento del VIH entre la comunidad gay. Es preciso reconocer que después de esta etapa, los grupos organizados han realizado un gran trabajo en contra del contagio, aunque no han podido erradicar la carga ideológica —y moralina— que se le endosó.

Hoy vemos la posibilidad de que una persona pueda gestionar una nueva acta de nacimiento según su elección de género, sus identificaciones oficiales, su participación en una gran cantidad de círculos sociales sin atisbo de señalamiento alguno, series donde el o la protagonista son homosexuales, películas o programas de televisión que muestran matrimonios entre personas del mismo género, sin necesidad de tener que aludir al hecho, tan natural como presentar el nacimiento de un niño o un cumpleaños.

Lamentablemente, persiste esa parte conservadora y machista que no permite avanzar ideológicamente y por tanto detiene el ejercicio de derechos. Entre los adolescentes son comunes los comentarios machistas y ofensivos acerca de la marcha; insultos y burlas circulan impunemente por las redes y los jóvenes los comparten alegremente.

Se trata de esa parte individual, íntima y cotidiana que cobija las posturas más arcaicas. Para no ir más lejos, algo que sonaría propio de hace cincuenta años, acaba de ocurrir en Buenos Aires, Argentina; una joven fue condenada a un año de cárcel por besar a su esposa en una estación de trenes. La demostración de afecto no les gustó a policías del lugar y la detuvieron con otros pretextos. Cuatro días después de que menudearon en el mundo las marchas del orgullo LGBTTTI por sus cincuenta años, una jueza daba el veredicto, de un proceso que comenzó hace casi dos años, contra una joven lesbiana. Su delito: besar a su esposa.

ramirezmorales.pilar@gmail.com

Related posts

Sacrificios humanos

No lo digo yo

El moño naranja