Heridas arraigadas

La libertad de expresión no significa decir cualquier cosa, significa adquirir un compromiso social, un vínculo humano, a través del cual todo lo dicho sea para evidenciar injusticias, para resaltar logros sociales, para informar intentando erradicar la ignorancia y sobre todo para humanizar, buscando que a través de los datos entendamos más de la barbarie de nuestra especie y podamos así atacar los problemas.

El fin pasado se celebró el día de la libertad de expresión, un derecho que en México se pregona pero que en ocasiones se vuelve una amenaza y se manipula al antojo del poder. Un derecho que ha costado la vida de periodistas, de personas que han muerto en el ejercicio de su profesión y cuyos casos han quedado impunes. Sin embargo este derecho también ha sido clave para evidenciar la corrupción, para encontrar respuestas y construir nuestra historia.

Gracias a la libertad de expresión hay familias que encuentran paz, hay historias que trascienden fronteras y que encuentran aliados para ganar sus luchas. Es por este derecho que naciones han despertado, aunque también por este mismo cuando es mal ejercido se han cometido abusos y en ocasiones ha ganado la injusticia, la desinformación y la indiferencia.

Hay casos en los que los medios han sido partícipes de campañas de desprestigio, en dónde los informantes se venden al mejor postor y olvidan que su opinión repercute en la de otros, casos en los que todo lo difundido busca sembrar miedo y crear caos. Hay medios que de inmediato crean condenas sociales o informan con morbo sobre sucesos lamentables, buscando vender a través de historias sin corroborar la veracidad o encontrar todos los ángulos de cada versión.

Tal fue el caso que retrata la serie de Netflix: “Así nos ven”, basado en una historia real de 1989, donde 5 jóvenes fueron acusados y condenados injustamente por un crimen. Este hecho tuvo mayor eco gracias a los medios de comunicación, donde una y otra vez los jóvenes fueron señalados como criminales, sin embargo hoy también es a través de los medios que se abre nuevamente la herida, para recordar una injusticia y quizás poner en perspectiva a una figura catalizadora del linchamiento social, hoy Presidente de los Estados Unidos de América, a Donald Trump.

Esta misma figura a la que algunos consideramos como un chiste hoy es el encargado de lanzar amenazas continuas a nuestro país, a todo aquel que él considere un peligro y ha diseminado discursos de odio, logrando polarizar a ciudadanos. Hoy ha hecho de México el blanco de todos sus ataques, valiéndose de nuestra dependencia a algunos tratados para extorsionar a la nación. Es la prueba de que no existen amenazas pequeñas, de que el odio se expande con inmediatez y la ignorancia se multiplica.

Partiendo de esas injusticias deberíamos ser más conscientes de los datos que compartimos, de las opiniones que se reproducen y las figuras a quienes idolatramos. Ningún líder real busca dividir a la gente, nadie que se jacte de humano busca limitar los derechos de otros o coaccionar las libertades. Hoy más que nunca necesitamos crear lazos de empatía, profundizar en problemáticas sociales y recordar que todos podemos aportar a un verdadero cambio.

México y el mundo requieren de consciencias despiertas, de personas solidarias y respetuosas del entorno. Urgen garantías a los derechos humanos y aunque los gobiernos tengan la obligación de otorgarlas, el respeto y el reconocimiento de igualdad comienzan en cada uno de nosotros. Hagamos lo que nos corresponde.

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