¡A su salud!

Debí titular a esta entrega Una temporada en el infierno o lo que es lo mismo, un día en el IMSS. Aunque los encuestadores aseguran que la gente vota por cuestiones más emotivas que racionales, yo sostengo que una parte se decide en el tipo de relación que los ciudadanos comunes y corrientes, los ciudadanos de a pie, establecemos con los representantes del poder. Allí pueden encontrar parte de la explicación de los resultados electorales del pasado domingo.

La elección ciudadana depende de cómo le va en la escuela a sus hijos, si se encontró a un director o una maestra malévolos o de esos que para todo piden cuota, de cuánto gana, cómo vive, si le llegó alto el recibo de luz, si le hicieron o siente que hubo alguna tranza en el cobro del agua, si se ha acercado a un funcionario para resolver un problema pero siempre “está en reunión” y nunca logra verlo o, si, como yo, ha ido al IMSS y se ha convertido en el punching bag de un grupo de burócratas amorales e irrespetuosos, que parecen vivir un infierno con las masas que piden servicios de salud..

No importa si un usuario del Instituto Mexicano del Seguro Social tiene mucha o poca información, si lee o no a los analistas, si lee los tuits venenosos de Ricardo Alemán, si ve a Loret o a Denise Maerker echar tierra al gobierno de López Obrador o si no sabe siquiera los nombres de los periódicos de su localidad. El usuario del IMSS sabe la neta del planeta, porque está en contacto con muchos “servidores públicos” que tienen como norma ser despiadados y fríos.

Persiste en México la siniestra paradoja de ser un país rico lleno de gente pobre, pero la pobreza más irritante es la de espíritu, de solidaridad, de sentido del trabajo y de decencia, eso nos hace todavía más pobres.

Como dije al principio, fui al IMSS, a la clínica hospital 11 de Xalapa, así que pueden estar seguros de que es fuente directa. Allí se quedaría estupefacto Guillermo del Toro si se entera de las historias de terror que se viven casi a diario. Me abstengo de narrar todos los absurdos porque sería largo y aburrido. Sólo el capítulo más reciente. En la Once, como le decimos los cuates, me ordenaron una serie de estudios para enviarme a la Unidad de Columna que opera en el puerto de Veracruz. Algo así como un área VIP de la institución. El médico especialista determinó que requiero cirugía y los Avengers jarochos lucharán contra la afección que padezco (si llego a tiempo). Acudí puntual a todos los estudios y el traumatólogo me dio la preciada hojita que me llevará al paraíso de la salud (espero que no al celestial).

Donde la consabida puerquita torció el multicitado rabo fue cuando llegué a una oficina llamada Foráneos. Allí es donde se decide la suerte de muchos; es donde gestionan las citas para un área de especialidad fuera de Xalapa. Llego y, ¡oh my God!, una señorita mal encarada y malmodienta me informa que me faltaba una autorización del jefazo del servicio, copia de los estudios que tuviera y mi vigencia de derechos (no sea que alguien que no tiene derecho al servicio le vaya a meter un gol al IMSS). Pues voy rauda pero no veloz, porque no puedo, a conseguir la firma, los estudios los llevaba y la vigencia se puede obtener allí mismo en el hospital. Fue mucho mi optimismo; el jefe de Traumatología no estaba, tendría que recoger la autorización el día siguiente. Aproveché para regresar con Lady Freezer para que me repitiera los requisitos, pues los dijo como entre dientes.

Voy al día siguiente; la firma estaba estampada y me dirijo a Foráneos con todo lo que me pidió Miss Simpatías. ¡Ilusa de mí! Me dice la antes mencionada con la cara más feroz que pudo: “le faltan los exámenes de laboratorio, la valoración de Medicina Interna y su afiliación está incompleta” (en la hojita que es como oro molido y que ya tenía la firma). Resulta que la afiliación tiene dos partes. Unos números y algo que se llama agregado médico.

Le pregunto si no me pudo haber dicho eso mismo el día anterior, sólo le hubiera tomado medio minuto ver la hoja. Y conste que no era hora pico. Yo era la única en ese momento. Le expliqué que los exámenes de laboratorio y la valoración los mandaron directamente a mi expediente electrónico y por tanto no tenía copia, porque no me la dieron. Además ella me dijo textualmente que llevara copia de los estudios que tuviera. Hice copias hasta de los que me dieron en disco compacto. ¡Craso error! ¡Señalarle su falta! Ni siquiera se tomó la molestia de mirarme. Cuando al final lo hizo, y al ver mi cara de frustración y quizá del rencor emergiendo de lo más profundo, con el tono más burlón que pudo agregó: “Pues necesita esos documentos. Ah!, y si no recaba hoy todo lo que le falta, mañana debe traer otra vigencia de derechos actualizada”. No fuera a ser que ese día preciso me quitaran el derecho al servicio y ella, en su muy particular interpretación de la 4T, se autonombró en ese momento directora general y plenipotenciaria del resguardo de recursos del IMSS para defenderlo del cónclave de estafadores y tramposos que somos los usuarios del Seguro Social. No dije nada, porque sólo se me ocurrían escatologías. Así como Karime Macías repetía “tengo derecho a la abundancia”, yo pensaba “tengo derecho a golpear a esta hijastra de la burocracia”, pero me abstuve.

Pues ahí voy con el director del hospital, para explicarle lo que me acababa de hacer Tiene los cabellos mal teñidos y se llama Miriam Durán (Julieta Campos dixit). La escalera de caracol para llegar al Olimpo (donde está la dirección) parece de azotea, aunque dizque  más fancy, pero la subí. La secre, superamable, trató de corregir el problema, pero no me pasó con su jefe; pude entrar porque al salir una persona, The Boss hizo contacto visual conmigo y le pregunté si me podía atender; accedió inmediatamente. En una síntesis muy apretada le conté que en ese hospital que dirige, muchos tienen el carácter de Dr. House, pero sin ser tan eficientes y mucho menos divertidos. Y, que si se acercara con los pacientes, escucharía historias verdaderamente siniestras.

Es cierto que hace falta dinero, pero muchos problemas se generan por el maltrato que los trabajadores dan a los pacientes. Valemos menos que un perro sin pedigrí, como diría Milanés. Algo de decencia y buena voluntad harían maravillas para el funcionamiento del IMSS.

No lo hice, pero me daban ganas de pedirle al patriarca de la Once que me permitiera decir que soy su prima, aprovechando que se llama Óscar Baizábal Ramírez, porque el favoritismo mantiene su reinado. No era sólo el caso de Miss Cordialidad; cuatro días antes fui a exámenes de laboratorio, llegué a las seis y media de la madrugada (hay valientes que llegan a la cinco), me formé, había 18 personas antes que yo. A las seis con cuarenta veo pasar a un señor con el brazo doblado y le pregunto si ya están tomando las muestras, pues la fila no avanzaba nada, todavía no recibían siquiera las órdenes. Y me dice con toda naturalidad “no, mi hijo trabaja aquí”. En ese momento odié a su hijo sin conocerlo y también desee ser su mamá, para qué más que la verdad. Ese trabajador que consintió a su papi, no se fijó que en la fila había personas mayores en silla de ruedas y discapacitados. ¡Qué bonita familia! Ya no dije nada porque cuando empezó el servicio, fue rápido y eficiente, no puedo mentir.

El director me escuchó y dio instrucciones de resolver en ese momento mi problema. Yo tenía miedo de que si regresaba sola Lady Prepotencia me pidiera además mi membresía de Costco o mi contrato de Netflix, con demostración de vigencia. Como dice nuestro filósofo nacional “Pero qué necesidad, para qué tanto problema”. Si el médico hubiera seguido el protocolo y no hubiera escrito mi nombre con faltas de ortografía o Lady Encanto hubiera hecho su trabajo y ennumerado todo lo que debía presentar, ni lo molesto. Se portó a la altura, pero no puede andar resolviendo entuertos de todo el personal.

Una hora después, récord y superrécord para el IMSS, pues de otro modo me hubiera tomado por lo menos dos días, recibí la hoja donde se asienta que en veinte días hábiles, no es la cita, sino transcurrido ese tiempo me dirán cuándo es, tampoco es para ponerse tan optimistas. Me quedé pensando ¿por qué será que les toma tanto tiempo agendar una cita?, ¡un mes completo!, ¿será que tienen que ir a Veracruz a pedirla? ¿o en el puerto habrá un clon de Miss Eficiencia? Misterio absoluto. El toque final fue que me regresaron los discos con las copias de los estudios de gabinete. Esos no. Una vez más pensé que todos los memes contra el IMSS son una toma de toma de posición política y casi la única arma de los que nos hemos convertido – literalmente y a fuerza de maltrato- en pacientes.

Clemeceau decía que “la guerra es un asunto demasiado serio para dejarla en manos de los militares”; podría decirse lo mismo de la salud, aunque quién sabe cómo ha recibido el gremio médico y el personal de salud el nombramiento de un politólogo para dirigir el IMSS; pero seré la primera en felicitar a Zoé Robledo si logra que al menos el personal trate con respeto a los usuarios, o con menos ferocidad. Y, ya encarrerados, si la 4T le quita a los partidos las cantidades alucinantes de dinero que reciben y le salpica un poquito al IMSS, y se gasta sin que nadie se robe nada, mejor que mejor. Y nos vemos en la próxima elección.

ramirezmorales.pilar@gmail.com

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